Entre el Sultán y el Zar

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Eduardo Barajas Sandoval

Eduardo Barajas Sandoval

Columna: Opinión

e-mail: eduardo.barajas@urosario.edu.co



Recep Tayyip  Erdogan y Vladimir Putin protagonizan la nueva edición de una competencia que ya mantuvo en ascuas a sultanes y zares y que no terminará jamás.

 

Entre el Siglo XVI y el Siglo XX los rusos y los turcos, cada uno para entonces a la cabeza de su propio imperio, se enfrentaron una docena de veces. Los rusos dicen que ganaron en la mayoría de las ocasiones; los turcos sonríen y preguntan qué será lo que se entiende por ganar. Lo cierto es que, obligados por la defensa de sus intereses, y aupados por sus alianzas o sus malquerencias con los ucranianos, los austríacos, los suecos, los serbios o los persas, para no alargar la lista, Turquía y Rusia han mantenido una competencia sin pausa, empujados además por una geografía que los obliga a competir tanto en el frente europeo como en el asiático.

El enfrentamiento de los últimos días, a raíz del derribo de un avión militar ruso por parte de la fuerza aérea turca, no es entonces más que un nuevo capítulo de esa larga historia. Por eso la dureza de Putin no es de extrañar. Y es que no se puede dar el lujo de perder una oportunidad de marcar puntos frente a un competidor histórico que por su parte tampoco está dispuesto a conceder ventajas, porque sabe muy bien que quien muestre debilidad termina por perder.

En el Medio Oriente se dice que los rusos, sostenedores a ultranza del presidente sirio, detestado en Occidente por ser protagonista principal de la destrucción de su propio pueblo, cometieron una falta más grave que la de sobrevolar el espacio aéreo de Turquía, como fue la de bombardear tribus turcas de la región. Algo además mucho más repudiable para los turcos que los bombardeos que los rusos llevan a cabo usualmente contra todo aquel, incluyendo el autodenominado "Estado Islámico", que se oponga a la continuidad del oftalmólogo Assad en el poder.

Vecinos con fronteras cambiantes en la Europa oriental y en los Balcanes, en el Mar Negro y en diferentes confines del Asia, los imperios turco y ruso sembraron para siempre ambiciones que tarde o temprano alguien vuelve a reivindicar. Y aunque muchos consideren que son gatos los que ahora protagonizan el enfrentamiento, en lugar de los leones de otras épocas, esto es los Zares y los Sultanes, la movilización anímica y las fuertes medidas económicas que Putin ha tomado como represalia contra Turquía hacen presagiar no solamente que el problema de Siria será cada día más difícil de resolver, sino que es obligatorio tener en cuenta un elemento adicional en el manejo de la deteriorada situación regional.

Hace justamente un año Erdogan recibió a Putin en Ankara para allanar diferencias sobre Siria y Ucrania y para fortalecer la cooperación de los dos países en materia de energía, campo en el cual la fuerte es Rusia, que vende o no vende gas, y que está construyendo una central nuclear clave para suplir las graves deficiencias turcas ante las demandas propias de su proceso de desarrollo. Para entonces implícitamente la carta fuerte del Presidente turco era la de siempre y estaba implícita: Turquía tiene en sus manos la llave del paso de la flota rusa por el Bósforo y los Dardanelos en su camino al Mediterráneo, premio mucho mayor que el puerto que ofrece Siria y al que los barcos rusos solamente pueden acceder, desde su nueva conquista de Crimea, pasando por los estrechos turcos.

Todo lo que se pudo haber avanzado hace doce meses vuelve a quedar en ceros ante la actual situación, por una razón fundamental que no es otra que la similitud de las personalidades de los presidentes de los dos países a los que han quedado reducidos tanto el Imperio Ruso como el Otomano. Con el elemento adicional de la sombra inevitable de la militancia diferente de los dos países a lo largo de la Guerra Fría. Líderes fuertes, visionarios, apasionados, con tendencia al autoritarismo, fervientes militantes de sus causas, cada uno en aquel momento de la vida cuando se puede producir la balanza entre la osadía y la prudencia, la ambición y la calculada resignación. En fin, remedos de un Sultán y un Zar.

Por: Eduardo Barajas Sandoval
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