¡Ecce Homo!

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Escrito por:

Germán Vives Franco

Germán Vives Franco

Columna: Opinión

e-mail: vivesg@yahoo.com



El presidente estaba de espaldas mirando llover por una ventana y absorto en sus pensamientos. No era para menos, estaba a punto de jugarse toda su carrera en una sola jugada. Era ya pasada la media noche, y esperaba la visita de su ministro estrella.


Ambos formaban parte del selecto grupo de los elegidos, pero no de los que son elegidos por votos, sino de aquellos que antes de nacer están predestinados a conducir el destino de sus naciones e inscribir sus nombres en el libro de los inmortales.
El ministro entró sigilosamente sin ser notado, como si fuera invisible, y el presidente se sobresaltó al escuchar su voz a pesar de estarlo esperando. Se saludaron cordialmente y se sentaron cómodamente en los sofás que hacen parte de la oficina presidencial. El presidente escanció en dos vasos el mejor whisky escocés que tenía, de ese que había aprendido a tomar mientras estudiaba en Londres. Le ofreció uno de los vasos a su ministro, mientras le preguntaba a bocajarro.
¿Ha visto las últimas encuestas?...usted es la única persona que podría ganarme la presidencia. Por esto lo he llamado; quiero proponerle un pacto.
El ministro tomó un sorbo y guardó silencio, como calculando las verdaderas intenciones del presidente. Y con un asentimiento de cabeza dio a entender al presidente que si las había leído.
Usted sabe que el único motivo por el que quiero reelegirme es para apostarle a la paz…sé que usted no está muy convencido de que sea posible lograrla, pero necesito que me ayude a reelegirme y me deje intentarlo.
El ministro seguía escuchando calladamente. En vez de enfrentarnos, quiero que nos unamos y que usted me acompañe como mi vicepresidente.
Presidente, pero usted sabe que si la paz fracasa y el barco se hunde, mis posibilidades de ser presidente se malograrían. Yo estaría dispuesto a acompañarlo si usted me garantiza la presidencia en cuatro años.
Le propongo lo siguiente -dijo el presidente- lo coloco al frente de los más ambiciosos programas de gobierno que le darían mucha visibilidad y presupuesto, y usted manténgase a una distancia prudente del proceso de paz. Si el intento de paz fracasa, usted estaría blindado del fracaso, y sus obras serían suficientes para llegar a la presidencia, y si llega a buen puerto, usted se beneficiaría por punta y punta.
La idea le gustaba al ministro, que francamente no quería ser presidente con un proceso de paz a medio camino. Era demasiado impaciente y detestaba a la guerrilla. Prefería esperar cuatro años y asegurar la presidencia por otros métodos. Entendió que el presidente le estaba dando carta blanca para que hiciera lo que quisiera, siempre que le dejara tratar de lograr la paz. Esa noche sellaron el pacto.
Días más tarde y ungido del poder de lo que es del Cesar, el vice comenzó a hacer milagros por doquier. El agua llegó donde antes no llegaba, a los pobres les regalaba casas y les da de comer y de beber. Sus caminos eran otros, los de cuarta generación y vías de otra naturaleza.
Sin embargo, los milagros hechos no bastaban. Necesitaba un gran milagro, uno que no dejara dudas de que él era el elegido. Escogió el 25 de octubre de 2015 para que Colombia fuera testigo de todo su poder.
Pero antes de que llegara el mencionado día, fue tentado varias veces. Muchos acusaban a algunas de las mujeres que le seguían, y él encogiéndose de hombros se limitaba a decir que el que estuviera libre de pecado tirara la primera piedra. Envió a sus apóstoles a lo largo y ancho de Colombia a perdonar pecados y repartir avales. Pero quien lo tentaba, queriendo saber si era realmente el elegido, lo tentó por última vez. Tenía que elegir entre devolverle la vista al pueblo ciego que le pedía a gritos que le devolviera la vista, o multiplicar los votos.
Ese día, el de la multiplicación de los votos, las urnas parían sufragios y él se coronó presidente. Aplicó la lógica opuesta del Sanedrín y prefirió sacrificar pueblos antes que sacrificarse sus ambiciones, porque su reino sí que es de este mundo. Le convenía que el pueblo siguiera ciego.
Desde su ventana solitaria, el presidente contemplaba la vía Apia. Entre todos, no pudo evitar fijarse en el Magdalena, que agonizante, humillado, lacerado, sangrante y derrotado estaba a punto de entregar su espíritu clavado a uno de los tantos maderos.
Mientras su ministro elegido era coronado de gloria, el Magdalena, a manera de burla infame, había sido coronado con una corona de espinas de rosa. Indiferente, levantó su inseparable vaso y tomó un gran sorbo de whisky. Él se había lavado las manos. Supo que ya todo estaba consumado.



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