Negociando con golpistas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Todo lo que está pasando con Venezuela (incluidas las peligrosas incursiones aéreas a territorio colombiano por parte de militares de ese país) permite calificar como casi incontestable la inferencia de la existencia de uno de los peores escenarios políticos posibles allá, para nosotros, que como sociedad queremos salir de todo tipo de guerra, porque sabemos lo que ella en verdad significa; y para ellos, que no saben bien lo que es eso y que creen -de alguna manera estúpida y retorcida- que tal les puede solucionar el hambre y la ruina que, por el mal gobierno, amenaza con perpetuárseles. Ese escenario es el que se ha venido mencionando desde hace años: en la Venezuela pos-Chávez, Maduro nunca pudo consolidar en política su poder heredado, y, como consecuencia, los que mandan realmente son los militares de Cabello.


No hay otra explicación para tanta payasada, como bien lo ha dicho el sereno presidente colombiano, a quien, a buen seguro, nadie por estos días debe de envidiarle su cargo. Esa payasada, que por más agresiva que sea no deja de ser lo que es, es también una maniobra clásica de oportunismo electoral, como se ha dicho; pero, más importante todavía, es una fanfarronada militarista propia de los adictos a los efectistas golpes de mano, a los amantes del uso de la fuerza ilegítima, quienes, acostumbrados a intimidar y a ser obedecidos ciegamente, creen que eso les va a funcionar siempre, incluso con la atribulada pero nunca vencida Colombia, país, a pesar de todo, de tendencia democrática y legalista.
Los hechos recientes han confirmado las sospechas de que los militares venezolanos tienen que ver muchísimo más de lo creído inicialmente con lo que pasa en la frontera invisible: el tráfico ilegal de bienes, divisas, gasolina y personas. Y, lo que es peor, que tales patanes bien armados tienen el control de Miraflores, en Caracas, donde Diosdado Cabello al parecer funge de consueta para el no por gigante menos marioneta Maduro. Lo que sucede en y con Venezuela, ahora país increíblemente guerrerista, deja toda la traza de una dictadura militar: violenta, burda, despreciativa de las formas jurídicas internas e internacionales, provocadora, y, en sentido lato, bruta.
No quiere decir esto que, en caso de ser cierta la materialización de un callado e interno golpe de Estado a Nicolás Maduro, no le quepa ninguna responsabilidad a este. De hecho, es precisamente para evitar subversiones institucionales que se elige civilmente, en un Estado (democrático y social) de derecho (y de justicia) como el venezolano, a una persona que desde la aprobación popular de los votantes modere a los poderes públicos, incluyendo al que ella misma representa. Así, muy a pesar de que la cara visible de toda esta insensatez de Venezuela es su presidente, los hechos indican una preponderancia de la ilegalidad interna que se refleja externamente. Colombia, como hasta ahora, debe seguir creyendo en el derecho, pero también debe hacerlo cumplir.