Los oráculos del día antes

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Escrito por:

Fuad Chacón Tapias

Fuad Chacón Tapias

Columna: Opinión

e-mail: fuad.chacon@hotmail.com



Son varias las voces que en cada temporada electoral claman que la función principal de las firmas encuestadoras es la de predecir el futuro y por ello cuando los números finales de cada elección no encajan con sus supuestos vaticinios estadísticos las condenan a la picota pública.

Todos aquellos ataques sin sentido nos distraen de lo verdaderamente importante, de la influencia trascendental y decisiva que ellas ejercen en nosotros mismos, pues más que adivinar el desenlace de los escrutinios son ellas quienes cuentan con el poder suficiente para hacer que determinado resultado se dé.

Realizar una encuesta no es nada diferente que contar los secretos de alguien en público, algo así como uno de esos pésimos programas de chismes de los fines de semana, pero con un tinte intelectual que solo los noticieros y las revistas de actualidad política le logran impregnar.

En resumen, los encuestadores cobran por llamar a gente al azar para preguntarle por quién van a votar y luego, con la parafernalia del PowerPoint y una ficha técnica ilegible, revelarle al país en prime time qué fue lo que les dijeron.

Una operación que no es ciencia avanzada, pero que aquí nos encanta decorar de forma pomposa con nombres dramáticos que nos hacen sentir que de ella dependerá nuestra providencia: "La Gran Encuesta", "La Encuesta Suprema", "La Encuesta de Verdad Verdad", etc.

Eso y que los editores aman imprimirlas en primera plana a full color con títulos a cuatro columnas como si de la firma de la mismísima paz se tratara: "A X no lo para nadie", "Y toma la delantera", "Zinicia la fuga y se aleja del pelotón".

Y es que, inconsciente o conscientemente, nuestros medios han sobrevalorado a las encuestas por años, les han dado un papel protagónico en las campañas y las han transformado en un instrumento que puede llegar a decidir elecciones.

Más de uno se ha desanimado a votar por algún candidato porque en la más reciente encuesta lo muestran inviable con un 2%, 3% o 5% de intención de voto, "no se puede perder el votico" es el mensaje claro que ha logrado calar en el imaginario colectivo de los electores de nuestro país.

En unas votaciones tan cerradas como las que se avecinan en los municipios y departamentos de Colombia, el poder invisible de las encuestas para moldear las percepciones de la gente marcará la diferencia.

Un país que en tiempos de campaña da mayor relevancia a las encuestas callejeras que a los debates públicos con los candidatos adolece de una democracia endeble, una democracia maleable en la que la imagen prevalece sobre las ideas y donde las ligeras respuestas de 2.000 personas publicadas en la víspera de las votaciones tendrán más contundencia que los meses anteriores de contienda.

Las encuestas pasaron de meros muestreos estadísticos acerca de por quién piensa votar la gente, a ser los oráculos del día antes que disparan mensajes subliminales sobre por quién hay que hacerlo para que la madrugada ese domingo no sea en vano.