Derecho a la no integración

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La integración de los Estados dentro de comunidades regionales, y aun intercontinentales, ha sido quizás la más importante de las respuestas jurídicas y económicas a la, muchas veces, irreconciliable diferencia cultural entre los pueblos. Así, como es sabido, el derecho de las naciones ha provisto algunas herramientas para tratar de domeñar el instinto de guerra que todos llevamos dentro, en mayor o menor medida. Debe recordarse, por lo demás, que la tolerancia cohesionadora entre sujetos impares -como los países- está determinada, no tanto por el grado de escolaridad relativa de las poblaciones como por su capacidad de comprensión de la vida extraña, lo que es, podría decirse, el súmmum de cualquiera de las educaciones posibles.
Las fórmulas integracionistas del derecho internacional han venido a llenar los vacíos con que los idiomas, las etnias, las heridas históricas, las concepciones academicistas de la vida en sociedad, o el simple odio en el corazón, han lastrado a la convivencia planetaria. Pero, ¿en verdad se puede luchar contra eso?, o mejor, ¿en verdad se puede crear una paz artificial, cuando lo que importa -lo que sigue importando- son los intereses particulares, no pocas veces vendidos con camuflaje de altruistas? Me refiero, claro está, a la crisis griega y a la supuesta salvación que significó en su momento el crédito de la troika (triunvirato sacerdotal-financiero del Viejo Continente compuesto por el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea).
Para las malas lenguas que saben de esto, los préstamos del pasado que ahora esos triunviros le cobran a Grecia, chantaje en mano, en realidad han significado un paracaídas para los banqueros alemanes y franceses en cuestión (acreedores previos y mayoritarios de Grecia gracias a descontroladas maniobras, facilitadas por el uso de la moneda común, el euro, entre economías desiguales). Se dice -lo repite el primer ministro Tsipras- que el quebrado pueblo griego ahora tendría que pagar lo que debe mediante -comunitariamente impuestas- políticas de "austeridad", eufemismo elaboradísimo para evitar decirles a los mediterráneos que no contarían con qué crecer de aquí a varias décadas (sin crecimiento hay aumento del déficit público,o sea pobreza, y así, se requerirían nuevos desembolsos de la troika, volver a abrir el círculo).
A Alexis Tsipras ya han empezado a compararlo con Fidel Castro y Hugo Chávez. Quién sabe. El líder sin corbata se ha puesto a invocar el glorioso pasado helénico, y a recordarle a Europa que Grecia no es un pueblo que nació anoche. Puede ser populismo, y de nuevo: quién sabe. Uno de los hechos limpios de todo esto, sin embargo, es que la famosa integración debe ser manejada con cuidado: siempre hay grandes que quieren "unirse" a los chicos, y chicos que creen que de repente se pueden "beneficiar" de la gran sombra ajena. Ambos se equivocan: la integración entre los países debe darse como naturalmente se da todo complemento, igual que entre opuestos que así lo deciden, pues de lo contrario aquellos, como amancebados, apenas se estarían forzando a tolerar sus respectivos vicios, y no a construirse mutuamente. Después de todo, no es necesario que todos estemos de acuerdo en todo. ¿O sí?