Las patas de la mesa

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Una mesa es simplemente una superficie plana sostenida por una o varias patas, 3 o 4 usualmente. La mínima superficie posible es un triángulo, estableció Euclides. Una mesa de 3 patas no tambalea, pero una de cuatro puede ser más mucho más estable, a pesar de las eventuales irregularidades de la superficie en la cual se apoya. Con cualquier diseño, al quitar una de las patas, la mesa se cae. Una sociedad es como la superficie de una mesa sostenida por cuatro patas de igual magnitud: derecho, legislación, autoridad y justicia.

Para que la mesa no se desbarate, esas patas deben estar fuertemente asidas con resistentes elementos: en esencia, los derechos fundamentales, tanto individuales como colectivos. Incluso, para mejorar su solidez, esas patas pueden unirse con listones transversales y circundantes que las reafirman: desarrollo, compromiso social, transparencia y respeto, a los que se pueden sumar educación y cultura.

La mesa se puede colorear como la sociedad disponga (sistema político imperante), pero la estructura permanecerá intacta si se le respeta integralmente, más allá de los caprichos de cada gobierno. En esa superficie pueden colocarse ahora elementos sueltos (digamos, economía, acuerdos internacionales, políticas de empleo y educativas, planes de desarrollo, etc.) que pueden caerse si la mesa se mueve demasiado o pierde una pata.

Esa primera pata, el derecho, es todo aquello que está ajustado a las normas que rigen una sociedad o, como dicen los tratadistas, que no se desvía hacia ningún lado. La segunda, la legislación, es el conjunto de normas que rigen la vida de un país o una nación; es el llamado ordenamiento jurídico, que establece las conductas y acciones aceptables o rechazables del individuo o de la sociedad; las leyes deben ser cumplidas por todos para el beneficio de la sociedad, so pena de sanciones tasadas por los legisladores y confirmadas por los jueces.

En tercer lugar, está la autoridad; es un rol social que faculta a ciertas personas, elegidas por la nación o designadas por los gobernantes para mandar y respetar a los individuos, pero también para lograr obediencia social. Suele asociarse al Estado como depositario de los poderes públicos; se aplica también a personas u organizaciones en quienes se reconoce mérito y prestigio en determinados campos.

Por último, la justicia. Multifacética y multicultural, es un bien común de cada sociedad que mediante la aplicación de la legislación, el derecho y la autoridad pretende dar a cada quien lo que le corresponde, manteniendo la armonía entre sus integrantes. Alguna de las definiciones dice que "la obligación de sostener la pa entre los integrantes de la sociedad es la que marca el origen de la justicia".

Cuando observamos que en Colombia existe una irrespeto mutuo entre la sociedad civil y las autoridades; que muchos legisladores se preocupan más por favorecer intereses particulares que al elector que dicen representar; que los derechos individuales y colectivos están conculcados por los violentos y corruptos de todos los pelambres; que el aparato judicial condena por exactamente lo mismo que absuelve (la "exégesis", dicen los operadores de "justicia"); o que la corrupción campea impune como óxido corrosivo, estamos no ante una mesa desajustada, sino desbaratada y hecha pedazos, con sus patas inservibles que deben ser reemplazadas por unas nuevas.

La inmensa mayoría de colombianos somos capaces de respetar cabalmente las reglas en otros países, mientras acá nos solazamos rompiéndolas. Entonces, sí es posible reconstruir la mesa de la sociedad y colocarle nuevamente los objetos sueltos sin peligro alguno. Para ello, más que esperar un rapto de beneficio colectivo de los legisladores, una autocrítica del ejecutivo, la renuncia voluntaria de los funcionarios corruptos, o la sustitución de corbatas por gentes meritorias y comprometidas, es la sociedad la que debe promover esa reconstrucción. Una fórmula simple: presencia y ejercicio de la autoridad con respeto al ciudadano, leyes justas, y debida aplicación del derecho por parte de la justicia. Y, claro, mucha educación para gobernantes y gobernados.

En vez de quejarnos y resignarnos, pronto tendremos la opción de elegir a personas con programas serios, concretos y factibles. Hay que usar debidamente el derecho al sufragio para empezar a reconstruir nuestra sociedad, salir del marasmo colonial que nos azota y mirar hacia la modernidad legal y la civilidad.