El hambre del Liceo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Es cierto: por ninguna parte del artículo 24 de la ley 130 de 1994 (Estatuto Básico de los partidos políticos) se aprecia previsión alguna al respecto. Tampoco se ve nada específico en el artículo 35 de la ley 1475 de 2011 (de reglas de organización y funcionamiento de los partidos y movimientos políticos). Es verdad: todo está despejado.

Es mínimo lo que se puede hacer, pues la ley no da para más. Finalmente, el Congreso, y los que lo componen en su mayoría, tampoco dan para más. Se trata de un caso clásico de tú-me-eliges-yo-te-elijo, pero en clave de yo-no-legislo-yo-permito-que-nos-elijan.

En conclusión, tocará seguir aguantándose toda esta apestosa propaganda politiquera ilegal cifrada en símbolos, eslóganes baratos, y demás herramientas de manipulación, que los hambrientos de la plata pública imponen travestidas en la vía pública o por radio, antes, mucho antes de que empiecen a correr los tres meses previos a las elecciones.

Toda la avalancha de información camuflada acerca de las bondades de algunos de los que aspiran a disponer de los recaudos tributarios me ha hecho recordar el motivo central de una de las grandes películas gringas de los ochenta: Wall Street. El mundo de la banca de inversión, tan criticado en el filme, no es sino el escenario natural de aquellos que saben vender humo, y que, además, saben venderlo caro.

Es decir, ganar jugosas comisiones a costa de los vaivenes del mercado bursátil, gracias al uso de información privilegiada (obtenida de las más diversas formas), no viene a ser sino un "juego" en el que no se crea nada (tampoco se destruye): simplemente se transfiere la riqueza, como lo dice el personaje principal.

La gran moraleja de Stone es, entonces: no deberías lucrarte con la plata e ilusiones de otros; si quieres enriquecerte, haz empresa, y así, de paso empleas a otros. Y: si insistes en lo primero, te caerá alguna forma de control social, tarde o temprano.

No sé, pero ese mensaje acerca de la bondad intrínseca en la naturaleza humana me parece poco realista. Sin embargo, tal no es el punto: a pesar del reproche que se les podría hacer a los que "ganan mientras hacen ganar a otros" en la bolsa, debe reconocérseles algo: lo hacen frontalmente. Sus ideas acerca de que el capitalismo es la verdad última de la vida social, que nadie actúa por altruismo (sino por frío egoísmo), que todo el mundo quiere tener más pero que pocos se atreven a reconocerlo, son mucho menos hipócritas que pontificar lo contrario.

El parangón que he trazado entre estos verdaderos tiburones y los apenas codiciosos locales que aspiran a hacerse millonarios (o más millonarios), durante el ejercicio del cargo público respectivo, se agota rápidamente. Agobiar con su ansia publicitaria al ciudadano no es más que el reflejo del deseo irrefrenable de medrar por la vía rápida que posee a los afectos a aquello.

El único problemita es que lo pretenden mediante lo que es ajeno, a través de algo por lo cual no han trabajado: la plata de los impuestos. Y además, como las ratas que agujerean los costales de comida, cometen su hecho de espaldas, con imperdonables mentiras sobre el arreglo instantáneo de la sociedad que todavía muchos se atreven a creer. A ver si alguno de estos patriotas desesperados, que no se aguantan las ganas de trabajar por el pueblo, se da por aludido.