Miss Karam

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Francisco Galvis Ramos

Francisco Galvis Ramos

Columna: Contrapunto

e-mail: contrapunto@une.net.co



Ahora mismo que asistimos atónitos a aleves atentados contra mujeres vejadas en sus rostros, mientras conducía mi automóvil del trabajo a la casa, vino a mi memoria un viejo episodio que, quizás, pudiera ser el antecedente más remoto de conductas parecidas.

Transcurría apacible la tarde en el campus bogotano de la Universidad Nacional y una pareja, hombre y mujer hago la salvedad, departían tendidos sobre el frío prado en condición al parecer pacífica, cuando súbitamente unos gritos de inenarrable dolor interrumpieron el silencio en aquel ambiente bucólico.

Todo lo que allí sucedió se supo por los diarios de los días siguientes: Miss Karam le cercenó la lengua al galán de soberbia dentellada. Lo que jamás supimos fue si el acompañante atacó a Miss Karam y esta se defendió, o sí la lengua de aquel fuera tan larga y gruesa que la llevó, no al éxtasis, si no al punto del ahogamiento.
Lo que haya sido, el hombre fue a dar al quirófano posiblemente a la Clínica Palermo distante cuatro cuadras, donde le zurcieron el utensilio, vital no solo para tragar saliva y degustar los alimentos, sino que también necesario al lenguaje y a ciertas tareas amatorias.

Eso fue por allá como al final de los sesentas y para lo que era la cultura pacata de la época, aquello derivó en tamaño escándalo, comidillas y chistes.

Ya era yo estudiante de Derecho en Bogotá donde me doctoré en dicha ciencia y para la explicación del caso solo consideré dos teorías: la del ataque y la del ahogamiento, como quedó dicho, tomando partido por la última y les diré por qué.
Conocí a Miss Karam y a su señora madre Mrs Karam, de soltera Raad, cuando habitaban la casa que luego fue el último aposento del señor canónigo Misael Toro, hombre tan bien cebado que hacía honor al apellido. Madre e hija se parecían en una cosa: ambas muy feas y se diferenciaban en otra: en que la primera tenía la talla del prelado Toro y la segunda tal cual fiel copia de la Pantera Rosa.

Entonces, no queda de otra: no fue un ataque sino una cuestión de asfixia. Miss Karam no tendría por qué rehusarse a quien con tanta indulgencia y notable altruismo asumía el sagrado acto de besarla, no importa si con fingido o real talante.

Por demás que Mrs Karam ya deberá tener araucarias de aserrar sobre su tumba. De Miss Karam nunca volví a saber y hasta sería posible que uniera su vida a la del ardoroso lechuguino y todavía sean felices y coman perdices hasta que la inevitable parca los separe.

Tiro al aire: por la suerte de las feas las hermosas se irritan.
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