Nubes bajo el sol naciente

Editorial
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La refrendación del apoyo a un gobierno a través de las urnas, cuando las instituciones lo permiten, es aventura de resultados inciertos. El ejercicio del poder desgasta, y ello afecta a personas y partidos. Las inevitables fallas en el manejo de las cosas públicas, cuando no escándalos que la opinión no perdona, terminan por recibir su castigo. En el mejor de los casos, cada día crece la lista de los excluidos, los descontentos, los sorprendidos, los insatisfechos y los desencantados, y eso se refleja en el veredicto de las urnas.

El presidente francés recibió una sorpresa adversa en las elecciones internas que convocó con la idea de aclarar el panorama político de su país después de unas elecciones parlamentarias europeas en las que su partido quedó relegado por el triunfo de la derecha radical. Por su parte la vicepresidente de los Estados Unidos debe arrastrar, como candidata a la presidencia, el lastre del desgaste de cuatro años del gobierno Biden.

Shigeru Ishiba, quien asumió como primer ministro del Japón el primero de octubre, convocó de inmediato a elecciones para fortalecer el apoyo popular a su gobierno y clarificar el panorama político. Confiaba en que su partido, el Liberal Demócrata, fortalecería su tradicional mayoría, en alianza con el pequeño partido Komeito. Buscaba, además, dar por finalizado el predominio de la línea conservadora del partido marcada por Shinzo Abe, su contradictor histórico, y tomar el mando integral de partido y gobierno con sus postulados de centro.

El fracaso electoral de los liberales demócratas no podía ser más elocuente. No solamente perdieron 56 de los 247 escaños que tenían en el parlamento, para quedar con 191, sino que vinieron a quedar fuera de la opción de hacer mayoría, en un parlamento de 465 curules. Sin que su tradicional aliado, Komeito, le pueda servir para lograrla, pues a su vez perdió 8 de las 32 que tenía, para quedar con 24.

El Partido Liberal Democrático ha dominado el panorama político, y el gobierno de Japón, a lo largo de la vigencia de las instituciones parlamentarias vigentes desde 1955. El relevo en el liderazgo del partido, y las disputas internas, no han sido obstáculo para mantener una línea de continuidad en el estilo de gobierno, el manejo económico y la política exterior. Con lo cual el país consiguió estabilidad y confianza que ahora quedan en entredicho.

El fracaso electoral de un primer ministro que llevaba menos de un mes en el poder, pone al país en una encrucijada inédita. No se puede olvidar que Shinzo Abe, que permaneció en el poder casi nueve años, había logrado solidez y confianza convenientes para los intereses del país.

El relevo de Abe por parte de Yoshihide Suga, que duró un año, y luego de Fumio Kishida, hasta hace menos de un mes, no evitaron la profundización del escándalo por las relaciones más amplias y profundas del Partido Liberal Democrático con la secta coreana, y por la violación de las reglas vigentes en materia de financiación de los partidos políticos. Asuntos que condujeron a la remoción de ministros y al arresto de al menos uno de ellos, con la consecuente pérdida de confianza en el gobierno, tanto en el seno del parlamento como en al ámbito de la voluntad ciudadana. 

Kishida, de conocimientos, experiencia y visión internacionales sobresalientes, decidió retirarse en momentos de muy bajo apoyo popular, “para demostrarle al pueblo que el Partido Liberal Democrático está cambiando”, paso que facilitó la llegada de Ishiba, el jefe del otro gran bando al interior del partido, de orientación centrista, que ahora ha fracasado estruendosamente en las urnas.

En el frente interno es necesaria con urgencia una mayoría parlamentaria que permita configurar un nuevo gobierno. Eso podría implicar un relevo en la jefatura del partido, y por ende la salida del primer ministro, y encontrar aliados, tradicionalmente reacios, dispuestos a desarrollar un programa conjunto, sin que haya señas de claridad pues nadie se quiere aliar con el perdedor del momento.

El estado de incertidumbre e indecisión de este momento afecta los procesos económicos, cuando el crecimiento había retornado tímidamente luego de etapas recientes de recesión, con el Yen en condiciones de vulnerabilidad y requerimientos de gasto público elevados para atender exigencias de bienestar social de una población decreciente y que envejece sin que haya generaciones de relevo. Además de las necesidades de cubrimiento de la deuda pública y los requerimientos de inversión en nuevas tecnologías y aumento del gasto militar ante la situación internacional que rodea el archipiélago.

China aumenta su presencia y manifiesta sus ambiciones de control marítimo sobre las islas Senkaku, reclamadas por el Japón, y mucho más allá, hasta llegar, por lo menos, al Mar de China Meridional. Corea del Norte no cesa en sus demostraciones de fuerza dirigidas no solo a la otra Corea sino al Japón. Situaciones ambas que requieren atención y exigen que los japoneses estén a la altura de obligaciones crecientes dentro de las alianzas que los Estados Unidos han forjado con otras potencias del Pacífico y el Índico. Lo cual conduce a la eventual necesidad de intentar nuevamente una reforma constitucional que permita el rearme japonés, exigente económica y estratégicamente, y también preocupante para la paz en el extremo oriente. 

Todos estos son nubarrones que oscurecen el panorama del país del sol naciente, que tiene obligación de despejar en medio de incertidumbre y desencanto populares que exigen un relevo no solamente de personas sino de proyectos políticos que deben salir de las entrañas mismas de un establecimiento obligado a cambiar.

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