Las carreteras vacías que mostró el paro camionero, fueron un espejo de lo que es Colombia bajo el gobierno de Gustavo Petro: una nación detenida, que parece estar siempre al borde de avanzar, pero que se queda inmóvil, atrapada en promesas que no llegan a cumplirse. El paro de camioneros, con su vasto entramado de camiones parados a la orilla del asfalto, fue mucho más que un conflicto laboral fue la manifestación física de un gobierno que no encuentra cómo echar a rodar el país que dice representar.
Los camioneros, muchos de ellos ignorados por el gobierno, hombres que mueven el país desde las sombras, dejaron de moverse. Y al detenerse, expusieron una verdad dolorosa: el gobierno Petro, con todo su discurso de justicia y cambio, no sabe gobernar. Es irónico que quienes, desde su campaña, fueron proclamados como parte del “pueblo trabajador” sean ahora ignorados, como si sus problemas no importaran, como si el Estado no pudiera —o no quisiera— escuchar. La retórica progresista de Petro se estrella contra la realidad del paro: el combustible quedó por las nubes, los peajes devoran sus ingresos, y las carreteras siguen siendo trampas mortales; pero, el gobierno fiel a su estilo, habla y habla, y mientras tanto el país se queda quieto.
Este paro, como otros tantos, fue un síntoma. Un síntoma de un país que se cansó de esperar respuestas, porque no se trata solo de camiones, ni de rutas bloqueadas; se trata de un Estado que, bajo la promesa de “el cambio”, ha demostrado ser incapaz de responder a las necesidades básicas de quienes sostienen la economía desde las entrañas. Petro llegó con la bandera del pueblo, pero ese pueblo que dice defender está cada vez más solo. Y no es que el gobierno no conozca los problemas. Los conoce. Pero se queda atascado en su propia inercia, atrapado en sus teorías y promesas, mientras el país real sigue esperando.
Las mesas de diálogo, esos espacios donde el gobierno finge escuchar, se han vuelto lugares de simulacro. Se convocan, se sientan, se toman fotografías. Pero los problemas no se resuelven, porque resolver implica actuar. Y actuar significa enfrentar los costos políticos, económicos y sociales que Petro parece no estar dispuesto a asumir. Al final, el paro de camioneros solo fue el eco de un gobierno que ha preferido la retórica a la acción. El país sigue detenido, como esos camiones que bordean las carreteras vacías, esperando que alguien tenga el valor de poner las manos en el volante.
El verdadero problema de este paro fue la desconexión profunda entre el discurso del gobierno y la realidad del país. Mientras Petro habla de transformación, las carreteras siguen llenas de baches y los camioneros, que sostienen la economía con su esfuerzo silencioso, se ven forzados a detenerse porque ya no pueden más. Lo que el paro camionero mostró fue la incapacidad de un gobierno que se desmorona en su propia inacción, que prometió escuchar a los que nunca habían sido escuchados, pero que ahora parece más sordo que nunca.
La verdad es que el país está cansado. Cansado de los discursos que se estrellan contra la realidad, cansado de un gobierno que prefiere eludir los problemas en lugar de enfrentarlos; el paro de camioneros no fue solo un acto de protesta, fue una forma de hacer visible el fracaso del gobierno Petro.