México, en deuda con la inserción laboral

Editorial
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México es el segundo peor país de Latinoamérica para la inserción laboral de mujeres, algo que se atribuye a la desigualdad salarial, la violencia en el trabajo y a que las labores del hogar y de cuidados recaen sobre ellas, las mujeres.

En México hay una brecha salarial entre los hombres y las mujeres, pero además están expuestas a situaciones de acoso, de hostigamiento, de violencia; la principal razón por la que México ocupa el penúltimo lugar de la región, con apenas 45 % de las mujeres en edad de trabajar en el mercado laboral, es el reducido acceso que tienen a trabajos formales porque se ven orilladas a buscar horarios flexibles para cumplir con los cuidados del hogar.

Las tareas de cuidados se adjudican principalmente a las mujeres, que las realizan 2,5 veces más que los hombres, lo que repercute sobre su proyecto de vida, su independencia económica y su autonomía. Ellas no nada más son responsables de su propio ingreso y de su propia autonomía, sino que en general tienen la carga muchas veces no nada más de cuidado, sino también económica de hijos o personas dependientes. No obstante, las redes de cuidado son las que sostienen las posibilidades de toda la economía del país.

Las mujeres son el sector más excluido del sistema laboral, el más violentado en sus derechos a un trabajo digno y sin ingresos suficientes para superar la pobreza. Los datos muestran que las mujeres en el sistema laboral mexicano sufren de mucha exclusión, mucha injusticia, pero además enfrentan barreras de género para su inclusión económica y padecen mayor precariedad laboral.

En México hay 21,5 millones de mujeres en edad de trabajar excluidas del trabajo, de las que 4,4 millones están desempleadas, buscando trabajo o disponibles y sin impedimento para trabajar. Además, hay 17 millones que no están disponibles porque realizan labores de cuidado y domésticas, sin remuneración. Estas labores no remuneradas tienen un valor económico equivalente a 26 puntos del Producto Interno Bruto, PIB, del país, y aun así se les cataloga como población no económicamente activa.

El 93 % de las personas que no están disponibles es porque están realizando este tipo de labores, y todas son mujeres. Esto parece el punto central de la exclusión de las mujeres.

Este tipo de desigualdades afectan el acceso a la salud, a una vivienda digna, a tener un tiempo libre para desarrollar la personalidad, a la participación ciudadana y política y además violan los derechos humanos.

Esta situación evita que las mujeres mexicanas tengan una autonomía económica, lo que las hace vulnerables a entornos de violencia y esto se recrudece al llegar a la tercera edad; ellas no tienen un ingreso, no tienen una pensión autónoma, no tienen la capacidad de tomar sus propias decisiones y de ejercer su autonomía.

Ante este panorama, es importante construir un sistema de cuidados, público y de calidad, progresivo e integral, que permita la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado. Se va a tener que, forzosamente, ir construyendo alternativas laborales que se adapten a las necesidades sociales y que transiten de un modelo muy patriarcal, muy basado en un salario para toda una familia con el rol dividido entre hombres y mujeres, a una combinación de ingresos.

Finalmente, se debe reconocer al cuidado como un trabajo que debe ser bien remunerado e intentar que todas las cuidadoras entren en esta industria.



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