Virajes con expectativas

Editorial
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El compromiso de combatir la pobreza y la corrupción en la región más desigual del mundo y dar protagonismo a sectores históricamente marginados está llevando al poder en Latinoamérica a líderes de izquierda que, con diferentes perfiles y resultados, prometen la profundización democrática y el crecimiento económico igualitario.

El triunfo de Gustavo Petro, exmilitante de la guerrilla M-19 y exalcalde de Bogotá, marcó un hito en la historia de Colombia, la democracia más antigua de América Latina, donde jamás ha gobernado la izquierda, y abre la puerta a una nueva era en un país que vive expectante por cómo será su rumbo estos cuatro años.

La victoria de Petro, que tendrá como vicepresidenta a la ambientalista afroamericana Francia Márquez, se dio en un ambiente de fuerte polarización, que ha dejado a la sociedad colombiana dividida en dos sectores con sensibilidades políticas y modelos de país antagónicos, y ha disuelto el modelo de alternancia en el poder que históricamente se dividieron gobernantes liberales y conservadores.

Un fenómeno muy similar al de Gabriel Boric, un político procedente de las filas del movimiento estudiantil que llegó al poder tras derrotar en diciembre pasado al ultraderechista José Antonio Kast en una contienda electoral de la que estuvieron ausentes los partidos que durante tres décadas protagonizaron la vida política de Chile.

Con la única excepción de Costa Rica, donde el triunfo fue para el aspirante populista Rodrigo Chaves, las últimas elecciones presidenciales han visto vencer a candidatos de izquierda, primero en Perú, con Pedro Castillo; después en Chile, con Boric, y en Honduras, con Xiomara Castro, y ahora en Colombia.

Y si en los comicios de octubre próximo se cumplen los pronósticos que le dan a Luiz Inácio Lula da Silva una ventaja de 10 puntos sobre el actual presidente, el ultraderechista Jair Bolsonaro, las seis economías más grandes de la región, desde Río Grande hasta Tierra de Fuego, estarán gobernadas por la izquierda, culminando así un proceso político iniciado hace un par de años.

En ese caso, Suramérica sólo contaría con gobiernos conservadores en Paraguay con Mario Abdo Benítez; Uruguay con Luis Lacalle Pou y Ecuador con Guillermo Lasso.

Más confusa es la situación en Centroamérica, donde por su origen o afiliación nominal existe una mayoría de gobernantes que teóricamente pueden ser adscritos a la izquierda, como Xiomara Castro, en Honduras; Daniel Ortega, en Nicaragua; Laurentino Cortizo en Panamá y Nayib Bukele, en El Salvador.

Sin embargo, este último caso es muy discutible, dado que Bukele procede de las filas del revolucionario Frente Farabundo Martí de la Liberación Nacional, pero ganó las elecciones como candidato de Nuevas Ideas, partido integrado en la conservadora Gran Alianza por la Unidad Nacional, y gobierna desde 2019 con unos modales desideologizados propios del populismo autoritario.

Uno de los liderazgos más emblemáticos de la izquierda latinoamericana es el del mexicano Andrés Manuel López Obrador, quien llegó a la presidencia de su país en 2018 con el 53,19 % de los votos, tras dos intentos fallidos, como Petro, y cuya gestión ha estado marcada por un cierto distanciamiento de EE.UU. y la aproximación a los líderes socialistas latinoamericanos.

El componente nacionalista y antimperialista presente en el discurso de López Obrador es una de las constantes de muchos líderes de la izquierda latinoamericana, que han sepultado definitivamente el Consenso de Washington.

Este es el caso de Venezuela, un país que acumula más de 22 años con el chavismo en el poder, desde que Hugo Chávez ganó sus primeras elecciones en 1999, iniciando así una revolución bolivariana que prometió que permanecerá para siempre, para lo cual se aseguró la reelección indefinida.

Antes de fallecer en 2013, Chávez cedió el testigo a Nicolás Maduro con la idea de garantizar la perpetuidad en el poder de un modelo político que ha sido muy criticado por la comunidad internacional por sus manejos electorales y la erosión de las instituciones democráticas.

Como sucedió a comienzos del milenio, la actual expansión de la izquierda en América Latina se apoya en propuestas que van desde la socialdemocracia hasta la revolución bolivariana.

Hace dos décadas, la región disfrutaba del boom de los "commodities" y una fuerte subida del precio de las materias primas que permitió financiar políticas de gasto expansivas, un panorama muy diferente al actual, caracterizado por una fuerte caída en el ritmo de crecimiento de la región, que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, sitúa en un magro 2,1 % para este año.

Junto a esta desaceleración, persisten los problemas estructurales de escasa inversión y baja productividad, lo que unido a las fuertes presiones inflacionarias dibujan un panorama nada halagüeño para los gobernantes progresistas.

Algo ante lo que tendrán que buscar soluciones para graves problemas estructurales, como la fragilidad de los sistemas educativos y de salud, la precariedad laboral, la erosión de las instituciones y unos niveles de pobreza que han retrotraído la región al siglo pasado.
Actualmente, la izquierda latinoamericana se proyecta como una opción política que puede garantizar servicios públicos, protección social y una distribución equitativa de la riqueza, aunque ello no evita graves problemas. Ese es el caso de Argentina, cuyo presidente, Alberto Fernández, soporta una fuerte caída de su imagen en las encuestas y es objeto de críticas desde dentro y fuera del oficialismo en un país que afronta serios desequilibrios macroeconómicos, incluyendo una de las inflaciones más altas del mundo, problemas de financiación y restricciones al acceso de divisas que afectan a muchos sectores productivos
El caso argentino pone de manifiesto que los líderes de izquierda en el poder se enfrentan a serias limitaciones económicas, una oposición parlamentaria que frena sus ambiciosos proyectos y una ciudadanía hastiada y exigente que en ocasiones se decanta por opciones populistas pero que ha demostrado que está dispuesta a castigar a quienes incumplan sus promesas.