Callejón sin salida

Editorial
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Los primeros cien días de Pedro Castillo al frente de Perú han dejado un panorama de poca claridad en sus propuestas políticas, una gestión prácticamente inexistente y una expresión de liderazgo débil que sólo parece capaz de tomar decisiones cuando está en un callejón sin salida.


Este es el poco halagüeño balance que hacen politólogos y analistas peruanos, que extendieron también las críticas a un Congreso dominado por la oposición, en donde hay muy poca intención de colaborar con el Ejecutivo y donde subsisten importantes sectores dedicados deslegitimar a Castillo y a negar cualquier forma de diálogo con poco comportamiento democrático.

Estos cien días se ha  visto más conflictos de vociferación que de profundidad, con una gestión gubernamental de baja intensidad, con escándalos por nombramientos desagradables, pero en buena cuenta con poca capacidad de acción. Castillo ha pasado este tiempo en punto muerto, sin haber hecho nada de relevancia para la ciudadanía, lo que a su juicio revela su poca capacidad de acción y cómo líder de un Gobierno.

No se cree que se aleje de la verdad que los silencios de Castillo estén vinculados a no hablar por no querer meter la pata. Otra arista de esto es que el Congreso también asusta y no solo no deja avanzar en nada, sino que no parece que vaya nunca a aprobar cosas para el avance.
Las graves carencias de programa, agenda y liderazgo son las que han marcado este período. Los primeros cien días parecen cien años, pues cuando un Gobierno no tiene programa suficientemente claro ni termina de consolidar un liderazgo, cada semana del presidente se ha vuelto eterna, llena de pequeñas crisis que parecían grandes; son cien días perdidos, en resumen, consideran algunos.

Hechos como los cambios de gabinete acaecidos en este período, la mala selección de ministros, o la lentitud en afrontar las crisis dibujan a un mandatario que solo toma decisiones cuando está en un callejón sin salida, algo que ya se pudo ver también durante la campaña electoral. Así es que se pueden ver voceros diversos, que dicen cosas opuestas, y cómo él no termina de definir sus alianzas en su bloque político, donde parece decir sí a todos y en la práctica no a todos también, pues al final nunca sale nada.

Esta situación se puede apreciar desde un punto de vista más positivo, pues Castillo es bastante más pragmático en sus posiciones que los dirigentes del marxista partido Perú Libre que lo llevó al poder. Ese pragmatismo le permite alejarse de Perú Libre y de su líder Vladimir Cerrón, pero también le lleva a mantener una cuota de poder para ese sector. Un problema es que ese pragmatismo es de ejecución lenta y con dudas.

Entre indecisiones y la falta de gestión, Castillo tenía el gran reto y la oportunidad de generar soluciones para la crisis que vive Perú y plantear una agenda para fortalecer la democracia en el país; pero, la inestabilidad que se tiene, y el peso que carga el Gobierno apunta a que no se avanza en fortalecer las instituciones ni en dar confianza al sistema político representativo. Así, sus decisiones han sido contradictorias, lo que desorienta al ciudadano, que exige claramente liderazgo y se requiere algo en democracia, y es que al Gobierno se le exige rendir cuentas. 

En este caso quien debe rendirlas es el presidente.



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