Cuentas pendientes del colonialismo

Editorial
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Las víctimas de las guerras sobreviven a los protagonistas, porque las secuelas siguen flotando en el ambiente. Portadores de recuentos diferentes, de honor herido, de sentimientos de familias rotas y almas rasgadas de todos lados, tardan mucho, si es que pueden, en salir del trance de la destrucción de la guerra. Así lo demuestran traumas vigentes del proceso de descolonización europea del otro lado del Mediterráneo.

En momentos de pre campaña, cuando todo gesto presidencial tiene significado electoral, el presidente francés convocó a los “harkis”, argelinos que colaboraron con las fuerzas coloniales en la guerra de independencia, considerados traidores en Argelia, y les pidió perdón por el abandono del que los ha hecho objeto Francia. Cosa que nadie había hecho.

En reunión posterior con jóvenes descendientes de diferentes protagonistas, portadores de diferentes versiones y recuentos de esa guerra, el presidente expresó su sorpresa por el hecho de que las memorias de lo ocurrido fuesen epicentro de buena parte de los traumatismos comunes, y que hubiese tantos sufrimientos silenciados, que se han construido como irreconciliables, mientras él piensa lo contrario.

En la misma ocasión, Macron desató una tormenta cuando criticó al sistema político-militar argelino, al que calificó de cansado y construido sobre la renta de la memoria y el odio a Francia. El gobierno, y voceros de diferentes intereses de Argelia, reaccionaron no solamente contra las declaraciones de Macron como interpretación de la historia, sino por haber ignorado, una vez más, las raíces de la nación argelina y soslayado las atrocidades, contra millones de héroes luchadores por la libertad, cometidas por el poder colonial y sus aliados en la guerra de independencia. Con el orgullo nacional como bandera, el gobierno de Argel, también en vísperas de elecciones, retiró a su embajador en París y prohibió a las aeronaves francesas sobrevolar territorio argelino para atender sus compromisos en procesos políticos y guerras africanas. Para completar el cuadro, Francia acababa de reducir a la mitad el número de visas para visitantes argelinos.

Como la historia da tantas vueltas y presenta a cada rato oportunidad de ahondar o saldar diferencias, Macron tuvo de inmediato ocasión privilegiada para tener un gesto de respeto y reconciliación, de esos tan necesarios entre países vinculados, para bien o para mal, por elementos comunes en su destino.

Hace 60 años miles de argelinos residentes en la capital francesa salieron a las calles a protestar por el toque de queda que les habían impuesto. La convocatoria la había hecho la Federación de Francia, del Frente de Liberación Nacional, FLN, que aún con divisiones internas y en medio del desorden de una de las guerras más sucias y crueles de la historia, abanderaba la causa de la independencia.

El ambiente entonces era de guerra. La confrontación había llegado a las calles de París, donde las estaciones de policía se habían convertido en barricadas. Los actos violentos, de todas las partes, eran reiterados, y las cuentas de muertos crecían cada día, incluyendo decenas de policías asesinados. La represión policial era inmisericorde, bajo la dirección del tristemente célebre prefecto Maurice Papon, venido de Argelia y puesto a la cabeza de una policía independiente de la nacional, que además se valía de policías en paralelo para hacer operaciones indebidas.

La represión del 17 de octubre de 1961 ha pasado a la historia como la más brutal de la que se tenga noticia en la historia republicana de ese país de libertades. Decenas, o centenares de argelinos, nunca se sabrá cuántos, que habían ido desarmados, según la convocatoria, a la manifestación, terminaron muertos a bala o ahogados en el río Sena. Todo esto a pesar de que ya estaban en marcha las conversaciones de Evian, que pusieron fin a “La Guerra de Argelia”, llena de incidentes dramáticos, que no afectó solamente a la colonia del norte de Africa, sino que golpeó a Francia al punto de acabar con la Cuarta República.

Con todo eso se hace evidente la necesidad, y la obligación, de que los dos países avancen, sobre la base de los argumentos de las dos partes, en el camino hacia nuevos entendimientos. En todo caso les unen tramos de historia común y un tejido de presencia mutua como en un juego de espejos que nadie puede desmontar, pues están condenados a vivir frente a frente, de uno y otro lado del Mediterráneo, que al tiempo les separa y les une de manera inmodificable.