Barrera natural para la migración sin concertinas

Editorial
Tamaño Letra
  • Smaller Small Medium Big Bigger


En la selva del Darién los pasos y resoplidos de sofoco de los migrantes haitianos se mezclan con el "an alè" "vamos" en creole de los guías que los llevan hasta la frontera con Panamá, algún llanto esporádico de un bebé y el estruendo del río que pasa incesante y amenazante a su lado.


Medio millar de personas, la mayoría haitianas, caminan en una hilera humana silenciosa por senderos embarrados, cruzando el río que cada pocos metros se interpone en el camino y les cala. Parejas con bebés, mujeres embarazadas agotadas por el esfuerzo, niños que acaban de aprender a andar emprenden en el pueblo colombiano de Acandí su travesía por una de las selvas más peligrosas del mundo rumbo a Norteamérica.


El Darién es una barrera natural para la migración sin concertinas, una selva montañosa; ni la carretera Panamericana consiguió atravesarlo, pero sí lo hacen los criminales en un territorio sin ley. Este año han pasado más migrantes que nunca, más de 86.000, y las autoridades panameñas calculan que solo en agosto cruzaron 25.000; quienes se quedan en ella es un misterio sin cifras.


En la selva ninguna ruta es fácil, y casi todas demoran más de una semana. El primer cruce del río está a 100 metros del comienzo de la ruta y la primera loma, la más pequeña de tantas, a menos de un kilómetro. Sin embargo, muchos jóvenes de estos pueblos del Chocó, olvidados históricamente por el Estado colombiano, han encontrado en la migración una salida. Hay muchos "ayudando" a los migrantes; ya sea cargando bultos o bebés por 30 dólares, guiándolos para pasar el río u ofreciendo seguridad.


Trabajar con migrantes es un negocio delicado, que linda con la ilegalidad y el consejo comunitario ha recibido muchas críticas y algunas denuncias por ello. El camino es largo y peligroso. A la frontera hay uno o dos días, dependiendo del paso, y de ahí les quedan dos de los puntos más peligrosos: la "loma de la muerte" y el "río Turquesa", que se ha llevado a demasiadas personas. Esta semana aparecieron tres cadáveres flotando y la anterior, nueve.

Todos han escuchado lo que ocurre en el Darién. Saben que tendrán que pagar a grupos armados, que deben llevar algo de dinero para que quienes les atraquen no se enfaden si no tienen nada. A las mujeres les toca lo peor. Quienes salen de la selva reportan violaciones, menores que son abusadas por ocho hombres a la vez, grupos a los que paran y escogen a las más bonitas. 

Médicos Sin Fronteras (MSF), que recibe a los migrantes al otro lado de la frontera, ha llegado a atender en septiembre ocho mujeres violadas al día. Muchas son asaltadas para buscar que en sus partes íntimas no escondan los ahorros; pocas en los grupos se salvan de abusos mayores.  


Las  cifras son alucinantes, los contextos complicados, pero nunca se había visto cifras así, en donde se refleja toda clase de necesidades  y en donde se desnuda una travesía inhumana y peligrosa en donde la selva envuelve y no suelta; el Darién se niega a dejar ir a quienes solo buscan algo mejor.