¿Viviendo el final?

Editorial
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Venezuela lleva inmersa en la pesadilla de la hiperinflación desde noviembre de 2017, una época de cifras mareantes que ha derivado en una dolarización espontánea como boya de salvación; sin embargo, en los últimos meses, el incremento de los precios ha comenzado a frenarse, lo que alimenta la esperanza de dejar atrás el mal sueño.

Según el Observatorio Venezolano de Finanzas, OVF, la inflación en mayo fue del 19,6 %, mientras que en abril cerró en el 33,4 % y en marzo fue del 9,1 %; por su parte, el Banco Central de Venezuela, BCV, reportó una inflación en mayo del 28,5 %, del 24,6 % en abril y del 16,1 % en marzo.

De ese modo, la inflación se ha ubicado tres meses consecutivos, según ambas fuentes, por debajo del 50 % que marca la hiperinflación, pues el OVF reportó en febrero un 50,9 %, aunque el BCV la cifró en el 33,8 % en ese mes.

Frente a estos datos,  la hiperinflación comienza cuando en un mes supera el 50 % y solo se puede dar por concluida cuando transcurren doce por debajo de ese porcentaje. Son doce meses sin volver a tener el 50 % en un mes porque, una vez superas el 50 %, las distorsiones que hay en el sistema fiscal y monetario son tan severas que hay que asegurarse de corregirlas para decir que la hiperinflación se detuvo. Por eso, a la espera de que pase un año, lamentablemente, no se ha visto nada que nos haga pensar que sí se va a salir de la hiperinflación porque no hay corrección fiscal a la vista. Además, se suma que, más de una vez ha ocurrido, desde noviembre de 2017, que un mes la inflación supera el 50 %, luego vienen tres meses en los que no, y al cuarto mes vuelve a subir porque la máquina que genera la hiperinflación sigue activa.

Esa máquina es la del desajuste fiscal severo que termina siendo solventando con emisión monetaria. El Gobierno tiene una cantidad de gastos que se desconoce porque no conocen el presupuesto, pero se ve que recibe una cantidad de bolívares del BCV que no sabes cuál es el destino y, esa cantidad de bolívares que va al Gobierno no se sabe cómo es su entrada a la economía, no se sabe por qué vía, y presionan los precios de un modo continuo.

Esta situación se compara con la de Bolivia en la década de 1980, cuando, para superar la hiperinflación, decidieron aumentar el precio de la gasolina, tal y como hizo el Gobierno de Nicolás Maduro en 2020, eso permitió que el Ejecutivo recibiera unos ingresos y dejara de financiarse con el banco central. A eso se sumaron préstamos internacionales que hicieron que el hueco fiscal que había se llenase con ingresos internos y externos y dejó de usarse el banco central, lo que puso fin al ciclo hiperinflacionario.

En las calles, ese pequeño respiro apenas se nota, especialmente porque, la mayoría de la población ha sufrido un empobrecimiento súbito por la hiperinflación. Actualmente no se ve ninguna estabilidad, todo es al contrario, una inflación que todo el mundo se está quejando, el sueldo no alcanza para comprar nada.

El dólar se ha impuesto como moneda de pago, y todo producto tiene sus precios expresados en dólares. Eso sí, la pensión sigue siendo en bolívares, siete millones o 2,1 dólares, por lo que la gente  debe recurrir a la venta callejera para completar sus ingresos.

Si bien  se observa que los precios de los productos básicos como una bolsa de arroz o de harina de maíz -básico en la dieta venezolana- se mantiene en un dólar desde hace meses, se considera que todo sigue extremadamente caro y el sueldo no alcanza para absolutamente nada.

Es la semilla que sembró la hiperinflación durante más de tres años y ha germinado con un empobrecimiento generalizado; esto es fatal, cada día la situación país se pone más dura.



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