Santa Marta, próxima a 500 años con rumbo incierto

Editorial
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Santa Marta, conmemora hoy 496 años de su fundación sin razones para festejar. Próxima a sus 500 años, la ciudad ha tomado un rumbo que la ha distanciado de la senda del desarrollo, competitividad y sostenibilidad, y en cambio, es arrastrada hacia una crisis profunda y sin retorno. Es normal que una ciudad enfrente a lo largo de su historia diferentes crisis, sin embargo, su capacidad de superarlas, será lo que determine que se convierta en una ciudad prospera o fallida.

La capacidad de enfrentar y superar una crisis, se conoce en términos generales como resiliencia, definida también por la RAE, como la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos”. El uso de este concepto, se ha extendido en diversos sistemas como el de ciudades y sociedades, expuestos a diversos eventos físicos, socioeconómicos y/o políticos, cuyos impactos deben ser superados con el menor costo y tiempo posible.

En contraposición, está el concepto de ciudad fallida; “conglomerado urbano en el cual el gobierno y los demás actores estratégicos de la sociedad urbana han perdido el control y su capacidad de gestión para enfrentar las problemáticas y las oportunidades sociales” (http://www.aigob.org/ciudad-fallida-failed-city/). La historia da cuenta de ciudades-naciones que desaparecieron, otras, en el mejor de los casos, se convirtieron en sistemas fallidos. Ejemplo de ello; Haití y Venezuela, dos países que debido a sus prolongadas crisis, han perdido sus capacidades institucionales, erosionado sus autoridades políticas y deteriorado sus gobernanzas.

Ante estos dos conceptos, debemos considerar seriamente analizar la situación de Santa Marta, una ciudad estancada física y socialmente, resultado de la deficiente gestión pública de sus administraciones, especialmente, durante las últimas dos décadas. La crisis de servicios básicos, los pobres indicadores socioeconómicos, el deterioro ambiental, la deficiente infraestructura urbana y el empobrecimiento de la población, son algunos de los aspectos más evidentes de su colapso, el cual, con mayor rigor padecen los sectores de menores ingresos.  

El fracaso en la solución del agua, movilidad, y espacio público, es lo que mayor afectación ha generado en la calidad de vida de los samarios. La crisis del agua, no solo ha afectado la salud y bienestar, sino el costo de la canasta familiar. Asimismo, ha incrementado los costos para sectores estratégicos como el turístico y la construcción, los de mayor impacto en la generación de empleo local. Paradójicamente, mientras el grupo político que gobierna desde hace 10 años, ha utilizado eficazmente la crisis del agua para fines políticos y electorales, la ciudad ha cosechado sed y miseria.

El problema de movilidad, resulta indignante para una ciudad que como Santa Marta, se promueve como destino turístico. Desde la construcción del Plan Vial del Norte, no se promueve una obra de tan significativo impacto. Este plan, al sacar el tráfico pesado y construir la doble calzada, facilitó la consolidación de Pozos Clorados como un nuevo polo de desarrollo turístico. Beneficios como estos, fueron truncados por la escasa visión de desarrollo de los gobiernos sucesivos.

El acelerado proceso de degradación que lleva el espacio público, tiene como ejemplo el Centro Histórico, un área azotada por la invasión, el deterioro físico y la permisividad de actividades ilegales, que con mayor frecuencia desencantan a propios y visitantes. El espacio público, uno de los elementos más importantes para el turismo, ha sido disminuido por los últimos gobiernos a pequeños parques, desconociendo la importancia de recuperar andenes y plazas, así como, salvaguardar e incorporar para el disfrute, áreas naturales del sector urbano como cerros y rondas hídricas.

Sumado a la deficiente gestión de nuestras administraciones públicas, está el débil liderazgo que la sociedad civil ha ejercido. Este vacío, ha generado las condiciones para que discursos cargados de odio, promovidos como estrategia política durante los últimos años, lograran dividir a la sociedad, desviado la atención sobre lo fundamental por resolver, y facilitar en cambio, el reinado de administraciones públicas mezquinas e incompetentes. 

Los costos de esta espiral descendente, obligan a que como ciudadanía, busquemos una tercera vía para que la construcción y desarrollo colectivo de Santa Marta sean la prioridad. Este proceso, requiere dolientes, líderes, que asuman la tarea de estimular, proponer y promover espacios de concertación y acuerdos, que conduzcan a transformaciones profundas e incluyentes.

Hoy, que se conmemoran 496 años de la fundación de Santa Marta, es momento propicio para reflexionar acerca de nuestra capacidad de resiliencia como sociedad y como ciudad. Es claro que existen dos caminos: reconocer que estamos en crisis y gestionar efectivamente su solución o seguir vagando entre el odio y la ineptitud de quienes nos gobiernan y la indiferencia ciudadana, hasta convertirnos en una ciudad fallida.



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