Reflexiones de la academia pontificia para la vida

Editorial
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A veces suele ocurrir que ciertas decisiones importantes, hechos relevantes, posiciones o puntos de vista sobre algunos temas pasan desapercibidos.

No les dan trascendencia, no tienen divulgación, por tanto no se tiene conocimiento de ellos. El mundo ignora lo sucedido, el pensamiento o la idea queda en el aire y en consecuencia no se valora en su justa medida aquello que merece ser estudiado, reconocido y puesto al alcance de la gente.

Eso justamente ha pasado con la intervención de un prelado de la iglesia católica el Arzobispo Vincenzo Paglia Director en el Vaticano de la Academia para la Vida. Se ha dedicado con motivo de esta pandemia a examinar con detenimiento la situación de los adultos mayores.

Sus conclusiones son claras y contundentes toda vez que a su juicio en los países desarrollados incluyendo a Italia esas personas de la tercera edad han sido relegadas al olvido. La mayoría de los muertos por coronavirus se produjeron en las residencias de mayores donde ni siquiera las familias sabían o se preocupaban por esos viejos a los cuales prácticamente tiraron en esos sitios.

Pero ese abandono no era producto de la pandemia que obligaba a no tener contacto con ellos sino relata el Arzobispo Padua: “así han vivido desde que los dejaron recluidos en esos sitios gerontológicos”. Las sociedades han creído que de su cuidado familiar es complejo que afecta el bienestar de su entorno, olvidándose de que ellos en buena parte les brindaron su apoyo económico, su educación, fueron su guía, su soporte espiritual, su paradigma.

Lo anteriormente comentado de nada les sirvió dado que en sus últimos años de vida consideraron sus hijos, nietos y familiares que ese vínculo de sangre lejos de afianzarse por el contrario se convertía en una carga y la mejor solución pensando en función de ellos y no de sus abuelos, era entregarlos al cuidado de esos hospicios que los acogían pero que jamás les podían dar el cariño y el amor que bien merecían.

En Dinamarca a partir de los 60 años el Estado se encarga de los adultos mayores en el entendido de que los recibe en unos centros de gerontología con todas las comodidades, con salas de cine, televisores gigantes, toda clase de juegos de mesa, salas de lectura, hemerotecas en fin les proporcionan todo lo que ellos requieren con miras al mejor estar.

Pero allí ocurre que sus hijos a los 18 o 20 años se van de su casa. Se corta ese afecto entre padres e hijos y queda extinguido para siempre a tal punto de que en esos lugares magníficamente atendidos se mueren sus huéspedes de pura tristeza. Pasan 10 o 15 años y solamente saben que sus hijos viven en determinado país o ahí mismo en Copenhague pero jamás son visitados. Consecuentemente ese confort no suple la consideración, ni el consentimiento, ni el cariño que normalmente debiera existir entre padres e hijos.

Esas revelaciones del Arzobispo dieron lugar a que el Papa Francisco señalara como el día mundial de los abuelos y ancianos el último domingo de julio. Ya existía el día de la Madre, del Padre, del Niño, de la Mujer pero hasta ahora esta situación sui generis del maltrato de los abuelos hizo que se pensara en ellos.

El pontífice Francisco dijo: “es necesario acompañar a los adultos mayores, así como brindarles su bienestar. “No se deben enviar a ancianatos sino adaptar los lugares donde viven a sus necesidades particulares, es decir evitar que tengan que subir o bajar escaleras; mantenerlos en lugares cómodos donde puedan descansar plácidamente y dónde puedan resguardarse del frío”.

Solo la cuarta parte de los ancianos italianos fallecidos vivían en sus casas lo que evidencia que cuando surgió la Covid-19 la mitad estaban en asilos y según Paglia: “es una masacre de ancianos, es algo cruel”.

Han perdido las familias la sabiduría, la erudición, la experiencia que la gente mayor les podía ofrecer y brindar. El ideal es que se forje una integral relación de abuelos, padres y nietos por cuanto los adultos mayores estarán motivados y los nietos verán un ejemplo para seguir y tener en cuenta en su futuro inmediato.

Es vital ese encuentro de abuelos y nietos. Ese conocimiento acumulado de la vida no se puede desperdiciar sino apreciar; por eso algunos afirman que es la edad de oro y otros consideran que los abuelos debieran ser patrimonio inmaterial de la humanidad.