Lo quieren bajar del cielo

Editorial
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Nada puede haber más insoportable para un pueblo de espíritu libre, que la existencia y el ejercicio de un poder omnímodo. Ninguna imposición más contraria a libertades elementales que la reverencia obligatoria hacia una persona, una familia, o una “combina” de poder político y militar.

A estas alturas de la historia, resulta más inaceptable que nunca la supervivencia de modos de dominación que van en contravía del progreso democrático de la humanidad y que privan a una u otra sociedad del ejercicio de derechos fundamentales, bajo una tiranía, o una dinastía, que se atribuyen el poder de decidir sobre el destino de todo un pueblo.

La alta carga de hipocresía llevan quienes reclaman democracia y respeto por derechos y libertades en una dirección, pero en la otra guardan silencio cómplice con regímenes opresivos y anacrónicos, en donde personalidades o familias mantienen el control del poder, en un punto en el que convergen los caminos de monarquías a la antigua y tiranías contemporáneas.

En Bielorrusia, donde el antiguo modelo soviético trata de sobrevivir, a punta repugnantes modalidades de represión, y como parece que comienza a suceder en Tailandia, donde sectores de una sociedad que se renueva buscan modificar los términos de ejercicio de una monarquía legendaria.

La mayoría de los ancianos de Tailandia, y de quienes tengan medio siglo de existencia, están consternados al ver que miles de jóvenes, de edad o de espíritu, han salido a la calle pidiendo que se vaya el gobierno, encabezado por un primer ministro al que no quieren, y que se reforme la institución de la monarquía. Ellos crecieron y vivieron, hasta ahora, convencidos de que ante el rey solo era posible postrarse, si el destino les llevara a la privilegiada situación de verlo en persona. También sabían que el castigo por criticar su existencia, o su autoridad, podía llegar a costarles la vida.

Tailandia surgió de la síntesis de antiguas reparticiones de territorio y disputas de poder entre unos cuántos reinos menores que no eran más que tribus regidas por señores de la guerra o magos de la dominación carismática.

Ahí está el espectáculo de una institucionalidad anacrónica a los ojos del resto del mundo, que al interior de Tailandia conlleva fisuras crecientes en la sociedad, con implicaciones generacionales que afectan, entre otras, la vida familiar, donde los ancianos no pueden aceptar el ritmo de cambio que exigen sus descendientes, influenciados por los efectos liberadores de las redes sociales, y de los estudios universitarios, que les han permitido advertir que otro mundo es posible.

Conforme a una nueva visión del mundo, quienes siguen en la calle insisten en la búsqueda de un modelo político que deje atrás los privilegios de los militares y de la casa real, que a pesar de las apariencias conserva poderes clave y vive lujosamente a costa del erario, mientras habita buena parte del año en algún paraje de Baviera, para incomodidad de los propios alemanes, que encuentran exótico que un país lejano de oriente se gobierne parcialmente desde su territorio, en una mansión de Tutzing, sobre el lago Starnberg, en la apacible cercanía de los Alpes.

Si la primavera tailandesa consigue avanzar, es mejor que no se hagan ilusiones los que siempre esperan que el mundo entero adopte y siga, como propio, el modelo típico de la democracia europea. Ya no el de los Estados Unidos, que está demasiado desprestigiado por su racismo y sus formas indirectas de expresión de la voluntad popular. Entonces será mejor que tengan en cuenta elementos que hagan compatibles los conceptos básicos del Estado de Derecho con las particularidades propias de la tradición oriental.

Así que, si los tailandeses quieren bajar del cielo a su monarca y ponerlo de verdad en ejercicio de una monarquía constitucional, o echarlo de una vez, que lo hagan a su manera. Como estarán tarde o temprano listos para intentar salir de sus propios tiranos otros países que, sin formalidades monárquicas de por medio, viven bajo combinaciones similares de poder civil y militar, lo mismo o peor de opresivas, bajo la denominación que sea, en cualquier otro lugar.


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