Uno que otro mensaje universal

Editorial
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Si en algún momento la Asamblea General de las Naciones Unidas debería haber adquirido, o convalidado, su carácter de foro de interés e importancia para todo el mundo, ha debido ser la reunión de este año de tinte apocalíptico.

Como, en las siete décadas y media de su existencia, la Asamblea jamás se había reunido bajo la presión de un enemigo común, la oportunidad habría sido favorable para abordar al menos el problema de la pandemia, con el ánimo de buscar un ambiente de cooperación que permitiera fórmulas comunes para enfrentarlo.

Ya se sabe que el foro de la Asamblea General de las Naciones Unidas tradicionalmente ha visto un desfile de personajes a quienes por lo general se les nota que se sienten desubicados en la tribuna con el fondo verde que vio a Nikita Kruschev quitarse el zapato para golpear el atril, y a Fidel Castro cantarle la tabla al capitalismo salvaje. Por lo demás, jefes de una u otra tribu han pasado cada año a recitar sus discursos ante un auditorio casi siempre vacío.

Tal vez sea hora de pensar en qué tareas asignarles y qué tipo de cuentas pedirles a los políticos en un mundo que ha roto muchas barreras, fundamentalmente las máss difíciles de cuantificar, como pueden ser las de naturaleza cultural, que mueven sentimientos frente al destino de las naciones y a su sentido y aspiraciones en torno al fin supremo de la felicidad.

Ahí está el reto de saber exigirles que obren con acierto frente a los caudales de aspiraciones humanas que transitan por los circuitos del comercio, la música, y los argumentos difundidos en contado número de caracteres acerca de una infinidad de temas, bajo la guía de profetas prácticamente invisibles, casi imaginarios, de edad indeterminada, capaces de producir interpretaciones de hechos y oleadas de convicciones pesadas o livianas que buscan satisfacer anhelos de toda índole.

Frente a ese mundo complejo y vibrante, que desconoce cada día más los estereotipos de la burocracia tradicional, nada más tedioso y carente de atractivo que escuchar novatos o veteranos de la política, como se ha conocido hasta ahora, que obran como si el tiempo se hubiera detenido en épocas que para las nuevas generaciones, y las nuevas necesidades, parecen parte del paisaje de la prehistoria.

De paso, en razón de la exigencia implícita de relevo generacional en la conducción del mundo, nada más desesperanzador que observar, y soportar, discursos de presidentes jóvenes que, en lugar de representar el presente y alumbrar el futuro, se aferran al modelo de sus antecesores, como si esa fuera su obligación, y no la de innovar y demostrar algo de esa audacia que puede ser clave del progreso de las naciones.

Trump, en plena campaña y fiel a su discurso nacionalista, aprovechó para reclamarle a China por haber lanzado el coronavirus contra el mundo, al haberle cerrado el paso hacia el interior de su país, mientras le abría el camino para que viajara al exterior.
Xi Jinping, para contrastar, tomó actitud de líder de talla mundial, adoptó tono conciliador, pidió cooperación ante la pandemia, y dijo que China no tenía intención de librar con nadie ni una Guerra Fría ni una caliente. Que no hay que politizar el tema, y que la Covid 19 no será la última crisis que enfrente la humanidad, por lo que es necesaria la unión que permita estar preparados para enfrentar nuevos desafíos globales.

Boris Johnson también se refirió al “enemigo común” del momento, protestó por el deterioro de los lazos entre los líderes mundiales, dijo que la noción misma de “comunidad internacional” está hecha jirones, y propuso un frente para salir del coronavirus y adelantarse a repeler el embate de otras pandemias. Todo muy bien. Solo que Charles Michel, Presidente del Consejo Europeo, denunció la anunciada maniobra politiquera de Johnson en el sentido de desconocer aspectos del Brexit, actitud reprochable por parte de un país de la significación del Reino Unido.

Ahí han estado otra vez. La mayoría con su cantaleta local o regional. Algunos aprovechando la tribuna para darse ínfulas de líderes más allá de sus fronteras, donde en realidad nadie les pone atención. Otros tramitando quejas respecto de sus vecinos, como si negar la diplomacia directa les sirviera de mucho. Y muy pocos con ganas, al menos, y con voz suficiente, de tramitar uno que otro mensaje de interés universal. Será en adelante responsabilidad ciudadana, a escala internacional, exigir que el contenido de los discursos y el oficio de políticos y organismos internacionales tengan significado idóneo para la vida el presente y del futuro.