No existe un líder de oposición

Editorial
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Desde que el exguerrillero sandinista Daniel Ortega retornó al poder en Nicaragua, en enero de 2007, no ha destacado una sola figura política visible en la oposición. Las que han surgido, rápidamente han tenido que bajar su perfil ante un Gobierno que, con la política de la zanahoria y el garrote, ha descabezado cualquier sombra o contrapeso.

Además, frente a la presencia de un “régimen policial” en los últimos 13 años, con un sistema de partidos en decadencia, asociado a un colapso del sistema electoral, y con enorme desconfianza ciudadana, es prácticamente imposible que tales liderazgos populares quieran apostar su capital político.

En Nicaragua no existe un líder de la oposición visible por varias razones, entre otras por el temor o cautela del liderazgo a aparecer abiertamente en un régimen policial sin haber garantías a los derechos humanos, a la libertad y a la misma vida.

Ha habido, una desaparición de facto del liderazgo político tradicional desde el regreso al poder de Ortega, que ha venido sistemáticamente eliminando o desacreditando de distintas maneras a posibles competidores tanto dentro de su partido como fuera de él.

Daniel Ortega se encargó de descomponer y desbaratar a la oposición, utilizando todo tipo de instrumentos legales e ilegales, convirtiéndola en una oposición colaboracionista o “zancuda” o en rehenes del poder.
Usando métodos diversos de garrote y zanahoria ha ido descabezando a los partidos políticos que han pretendido una verdadera oposición. Eso ha tenido consecuencias en los liderazgos opositores, siendo una de ellas el desprestigio de esos liderazgos ante la población, lo que ha significado en muchos casos su muerte política.

Ortega ha obstaculizado los liderazgos que surgen y se destacan en las contiendas electorales. Un efecto de la política orteguista de inhibir la participación de ciertos partidos políticos, privándolos de su personalidad jurídica, y de no dar elecciones libres, es que han privado a la oposición de esos teatros de lucha.

Otra razón es que el país ha sufrido un déficit de hombres y mujeres valientes y constantes que, además, tengan el carisma de conectarse con el pueblo y sus afanes; sin embargo, que hoy hay hombres y mujeres honrados y capaces que luchan en la oposición, pero hasta la fecha no han tenido la tribuna suficiente como para proyectarse a nivel nacional. Ortega, ha sido un líder fuerte del sandinismo, en gran parte porque ha contado con un partido grande que él controla, a diferencia de los líderes opositores que han sido privados de ellos.

Una alta población considera que sí hay líderes, lo que no existen son candidatos a presidente que reúnan la condición de un líder popular. En Nicaragua existen una cantidad de movimientos sociales con un liderazgo de base y que movilizan a las personas; sin embargo, hasta ahora no han participado en procesos electorales.

El proceso político reciente ha sido caracterizado por una decadencia del sistema de partidos, asociado a un colapso del sistema electoral, con enorme desconfianza ciudadana. En ese contexto es prácticamente imposible que tales liderazgos populares quieran apostar al esquema electoral.

Ortega fue electo en 2006 cuando el sistema partidario ya estaba entrando en colapso como consecuencia del pacto liberosandinista que dividió por la mitad a la derecha liberal. Y como complemento en 2008 criminalizó a los disidentes sandinistas y desde ahí comenzó a asediar todos los movimientos sociales, neutralizándolos y dejando abierto los espacios únicamente a los partidos zancudos colaboracionistas.

Con ese contexto, es medio esperado que no haya ningún espacio para consolidar una oposición institucional en Nicaragua. Es ese el proceso que se debe entender; es entendiendo la trayectoria del orteguismo desde 2007 que se puede comprender cómo se ha desmontado a la oposición.

En su libro “La cultura política nicaragüense”, Emilio Álvarez Montalván sostiene que “si tenemos en un país y por mucho tiempo dictaduras, es porque en el fondo la cultura política local es proclive o tolerante al Gobierno fuerte”, que suelen repetir los mismos métodos para gobernar: el control de la oposición. EFE