Carta de un maestro para el candidato Petro

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Por: Rosember Rivadeneira Bermúdez
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Candidato presidencial Gustavo Petro, no pretendo deslegitimarlo refiriéndome a su vida de antaño, porque hasta los santos arrastran su pasado, y más en el campo de la política, la cual, desde hace años es concebida como el arte del engaño.

Sin embargo, es necesario retratar en estas líneas la dinámica que los violentos emplean sin cesar cuando el poder pretenden alcanzar. Usted comparte con quienes en el presente lo apoyan, la circunstancia de haberse revelado contra el sistema democrático del pasado y, por tanto, de alzarse en armas para atentar contra los sectores productivos y la institucionalidad, generando caos y desesperanza.

En el ejercicio de la subversión, históricamente, los movimientos ilegales desaparecen personas, secuestran, incurren en vejámenes sexuales, desplazan comunidades, reducen a escombros las instituciones y martirizan a los representantes del pueblo. Arrastran a los sectores populares hacia las mazmorras de la miseria y el abandono para conquistar el respaldo del necesitado, quien, a pesar de las cadenas y el maltrato, los abraza ignorando que padece el síndrome de Estocolmo.

El pueblo es agotado por la crudeza de la guerra y se resigna ante la incapacidad Estatal de conjurarla mediante el empleo de la persuasión legislativa y el actuar de la fuerza pública. Entonces los violentos presionan mediante la puesta en escena de una simulada paz, que está condicionada al perdón y el olvido de los delitos, y la garantía de acceso directo al poder para continuar victimizando al desposeído.

Esa es la revolución triunfante, que primero asecha y depreda al pueblo para luego ofrecerse como la solución de todos los tormentos.

En la crónica de la revolución triunfante, irónicamente, el villano resulta ser el Estado, no por oprimir al necesitado, sino por la incapacidad de acceder a la cueva en que la fiera oculta al pueblo para devorarlo.

Ahora bien, el presente revela que usted no perdió en las pretéritas contiendas electorales. Ganó experiencia, logró descifrar el lenguaje de las mayorías insatisfechas que fueron fabricadas por los violentos, y pulió la técnica psicológica con la que pretende conquistar el poder. Halló la fórmula para controlar la consciencia ciudadana, al modo en que un electrodoméstico funciona con solo oprimir el interruptor. Le basta con levantar un dedo, o mover sus labios y escupir una dosis de odio para que los incautos pierdan la razón y se suiciden al depositar el voto.

Por ello, en todos los rincones del país se escucha el eco de un clamor desesperado, atestiguando que el pueblo pretende acudir a una solución que se divorcia de la razón.

Colombia no experimenta una sana pugna entre partidarios de distintas ideologías. Lo que nuestra patria contempla es la lucha feroz entre la razón y la artimaña.

No habrá esfuerzo por mejorar el sistema económico. Continuará el régimen en el que prevalece la ley del más vivo, y quizás en manos de un nuevo y brutal cinismo.

Señor Gustavo Petro, le reconozco el mérito por haber revelado realidades oscuras y escandalosas de la política colombiana. Sin embargo, al retirar el velo del discurso, presiento un propósito que sumirá en la pobreza al colectivo.

Se esfuma la coherencia cuando reclama para los insurgentes el perdón y olvido, al tiempo que exige imponer la pena capital a todo el que milite en el Uribismo; a los militares y a todo el que en la cara la verdad les cante; cuando recibe en sus filas a políticos cuestionados, que se abrigan en el regazo de los expertos en la impunidad a sabiendas que hay una sentencia condenatoria respirándoles en el cuello, cuando destruyen a sus detractores mediante la puesta en escena de falacias que circulan en las redes sociales, culpándolos por el caos que los violentos orquestaron, y por la formulación de falsas denuncias, tendientes a generar una atmosfera lúgubre para direccionar la intención de voto a favor del lobo.

No puede prevalecer un modelo económico comprobadamente irrealizable que trasgrede la natural aspiración evolutiva del individuo y los principios espirituales; pues escrito está, cada mortal ganará el pan con el sudor de su frente. El progreso no se logra a través de la dádiva que degrada, sino garantizando la multiplicación de la riqueza bien lograda. La mendicidad no puede ser la consigna para obtener provecho en el periodo gubernamental que se avecina.

Su doctrina, candidato presidencial, es un canto de sirenas. Está atrayendo a los incautos con una melodía sentimental, seduciéndolos a través del cosquilleo de los discursos que alimentan el odio y el egoísmo, para luego coartarles la libertad individual, y finalmente devorarlos o lanzarlos al abismo del destierro, en donde el harapiento y el más calificado de los ciudadanos debe comenzar de cero.

Señor Petro, soy un maestro que ejerce la profesión desde hace quince años. Como todo ser humano, he recibido la gratitud de unos y la ingratitud de otros. También he contemplado el rostro, extrañamente desconocido, porque fueron mis alumnos, de quienes luego de odiarme, me agradecen por la enseñanza impartida en su momento. La bofetada social anunciada en la cátedra, y de la cual se creían inmunes, los obligó a retornar para otorgarme la razón. También sé lo que es invertir fuerza de trabajo gratuitamente, o por unos pocos centavos; sé lo que es ser titulado por los políticos como la esencia del progreso de la humanidad y al tiempo ser los últimos en la escala salarial. Pero también estoy convencido que la sabiduría no es una virtud que se erige para la autodestrucción.

Ver a docentes agrupados como mulas en un recinto, y luego contemplar que otros los incitan, como si fueran loros, a recitar proclamas en contra de sectores políticos diversos, revela que los maestros han perdido la majestad que los caracteriza. La voluntad de millares fue endosada a la cuenta del cosificador para determinarles la conducta y conducirlos como corderos a la urna en la que cavarán la tumba.

¿En qué momento olvidaron que no existe riqueza lograda con el mínimo esfuerzo? La prosperidad es producto de la grandeza de los pensamientos, que se materializa a través de la inteligencia, la dedicación intelectual y la fuerza física. La gloria es producto del sudor de la frente, no de algunas, sino de todas.

No votaré arrastrado por el deseo de venganza, acudiré a la urna conscientemente, orando por el bienestar propio, familiar y el de toda la colectividad.

Por lo expuesto, ante quienes me leen, libremente manifiesto que me ratifico, ¡No votaré por Petro!

¡Que Dios se apiade de Colombia!


Escrito por:
Autor: Aprendiz Sena