Poesía para salvar y guardar los bosques

Según Ignacio Abella, “el bosque es regenerador vital, pero también espiritual de la humanidad y, aunque a niveles muy diferentes, la poesía es quizás una de las mejores maneras de entender al árbol y al bosque". En la imagen de la flor "miramelinda" en el Bosque Nacional del Caribe en Puerto Rico. Foto: Thais Llorca.

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  • Para Ignacio Abella, naturalista y autor de “La poesía de los árboles”, “el ser humano puede seguir talando los bosques y arrasar todo el paisaje, pero no es consciente de toda la cultura y vitalidad que deja a su paso.
  • Con la tala del bosque desaparecen viejas tradiciones y culturas que nos mantenían unidos, conectados con la naturaleza y, en el fondo, con nosotros mismos, porque nosotros somos parte de ese hábitat”.

Los bosques se asemejan a los pulmones del planeta, absorben grandes cantidades de dióxido de carbono y producen oxígeno, por lo que son una pieza clave para la sostenibilidad y la lucha contra el cambio climático, pero estos inmensos espacios verdes se encuentran en peligro a causa de los incendios y la tala de árboles. Acercarse a la poesía de tantos autores que les han dedicado sus versos es una forma de apreciar la trascendencia vital y espiritual que nos une a ellos y rechazar su desaparición, sobre todo en el Día Internacional de los Bosques, hoy 21 de marzo.

Ignacio Abella, naturalista, investigador y escritor, cuyos más de 65 libros publicados ha dedicado a los árboles y las plantas, ha vivido y crecido entre los hayedos de Urbasa y las montañas de Somiedo, Navarra, norte de España, y, desde este lugar privilegiado para contemplar los bosques de una de las zonas más ricas en biodiversidad de España, ha escrito y publicado recientemente “La poesía de los árboles”, ilustrado por Leticia Ruifernández.


Para Abella, "el ser humano puede seguir talando los bosques y arrasar todo el paisaje, pero no es consciente de toda la cultura y vitalidad que deja a su paso". En la imagen, un hombre trabaja en la tala de árboles en el bosque cercano a Schinveld, en Limburg, Holanda. Foto: Marcel Van Hoorn.

Un compendio de poemas que, para Abella, son de gran relevancia porque “nos estremecen”. No sólo “por la calidad de sus versos, también por la simbiosis cultural de estos y estas poetas con los árboles, algunos de ellos arraigados en etnias, de mundos diferentes, como la poetisa ecuatoriana Yana Lucia Lema que, en su idioma original, ‘Kichwa’, y en español, defiende a través de sus poemas las identidades indígenas, la naturaleza y la propia tradición”.

“Primero me mutilan a mi, antes que al árbol”

Como la mexicana Irma Pineda que escribe poesía en diidxazá, zapoteco itsmeño, porque, dice, no quiere “olvidar el idioma que le da la vida”, también defensora de las tradiciones, la lengua y el paisaje tradicional.

O Chabuca Granda más conocida como cantante y compositora que como poetisa. Suya es, entre otras, la canción “La flor de la canela”, conocida en todo el mundo hispanoamericano. El investigador señala que “el protagonista de este poema es un gran cedro, que continúa viviendo en Miraflores, México, gracias a la intervención de Chabuca”.


Aunque la humanidad destruya el bosque, al final, éste siempre retornará, quizás en cuestión de muchas generaciones, en algunos casos los botánicos hablan de alrededor de 800 años para recuperar una selva virgen. En la imagen, bomberos luchan contra las llamas del incendio en un bosque de Penela, centro de Portugal. Foto: Paulo Novais.

“Se cuenta que la mañana del 3 de septiembre de 1977, la cantautora que tenía su ventana frente al árbol, vio a los operarios del ayuntamiento dispuesto a talarlo. Bajó corriendo las escaleras y se interpuso abrazando el tronco y gritando `primero me mutilan a mí, antes que al árbol´”.

Porque, según Abella, “el bosque es regenerador vital, pero también espiritual de la humanidad y, aunque a niveles muy diferentes, la poesía es quizás una de las mejores maneras de entender al árbol y al bosque. Siempre me quedo con la sensación de que los poetas han trascendido y entendido mejor que desde ninguna otra disciplina lo que significa un árbol en lo profundo, su esencia, porque nos ayudan a recordar y los árboles también nos ayudan a recordar, a enraizar”.

Como dejó escrito la escritora paraguaya María Luisa Artecona: “la leyenda del árbol no es el árbol nada más, es el tiempo inmemorial”. Y la filósofa española María Zambrano definió al poeta como “una persona devorada por los espacios del bosque”.


EL naturalista, investigador y escritor, cuyos más de 65 libros publicados ha dedicado a los árboles y las plantas, Ignacio Abelloa, ha vivido y crecido entre los hayedos de Urbasa y las montañas de Somiedo (Navarra, norte de España) y, desde este lugar privilegiado para contemplar los bosques de una de las zonas más ricas en biodiversidad de España, ha escrito y publicado recientemente “La poesía de los árboles”, ilustrado por Leticia Ruifernández. Foto: cedida por Ignacio Abella.

Y entre los poetas masculinos, algunos autores como Hamid Tibouchi, Joan Miró o Wang Wei, quienes dedicaron bellos poemas a los bosques, fueron pintores antes que poetas, y como dijo el escritor y pintor británico, John Berger: “El dibujo de un árbol no muestra un árbol sin más, sino un árbol que está siendo contemplado”.

La desaparición de una especie…

Para Ignacio Abella, sin embargo, la situación actual de los bosques es “aberrante, porque se están tomado muchas iniciativas y hay implicada mucha gente en la defensa, en la restauración de los bosques, pero grandes compañías siguen devorando el mundo, como se puede ver en la Amazonía”.

El escritor naturalista subraya que “hay daños irreversibles clarísimos y cuando desaparece una especie no está desapareciendo una especie sino miles de especies, porque resulta una hecatombe para todo el ecosistema que lo rodea y eso es irreparable a escala humana y para las generaciones siguientes”.

“El ser humano puede seguir talando los bosques y arrasar todo el paisaje, pero no es consciente de toda la cultura y vitalidad que deja a su paso. Con la tala del bosque desaparecen viejas tradiciones y culturas que nos mantenían unidos, conectados con la naturaleza y, en el fondo, con nosotros mismos, porque nosotros somos parte de ese hábitat”.


Pero, aunque la humanidad destruya el bosque, al final, éste siempre retornará, quizás en cuestión de muchas generaciones, en algunos casos los botánicos hablan de alrededor de 800 años para recuperar una selva virgen. Porque, como explica Ignacio Abella, “pensamos que el bosque son los árboles, pero además de éstos, aunque son su columna vertebral, hay muchas piezas en ese puzle que son igual de importantes, como los hongos, los líquenes o todos los invertebrados”.

“Todo lo que vive en una selva tiene una función y la recuperación de todo ello puede ser muy costosa, pero incluso aunque desapareciera del planeta la especie humana la selva reaparecería con fuerza al cabo del tiempo”, enfatiza el naturalista.  

Los bosques tropicales, los más perjudicados

Pero entre los bosques que cubren parte del planeta, dice Abella, “son los bosques tropicales los que están sufriendo más a costa de la introducción de monocultivos de palma, de soja, de eucaliptos o coníferas. Son parajes vírgenes codiciados por muchos agentes demoledores de todos estos ecosistemas”.

Sin embargo, hay bosques en los países escandinavos, zonas de Canadá o Estados Unidos que han sabido preservar mejor sus bosques porque tienen unas condiciones especiales o porque hay una cultura que les permite mantenerlos, “pero también porque muchas veces son países que preservan lo suyo, pero devoran lo de otros lugares”, aclara el investigador.

El poder de la naturaleza para reverdecer es inmenso, pero no es infinito. Las capas de humus que se van acumulando año a año permiten que haya bosques cada vez más vitales, más biodiversos, pero si un año tras otro se quema se va perdiendo también terreno, suelo, y llega un momento que se hace más difícil su recuperación.

Resolver a través de una consciencia planetaria

Por eso hay que saber cómo restaurar. “Hay especies – indica Abella- que sabemos positivamente que van a volver a arder, como casi todas las coníferas y los eucaliptos, sobre todo cuando están mal gestionados arderán en un momento u otro, más ahora con el cambio climático que hará subir las temperaturas y llegarán periodos mayores de sequía. En cambio, otras especies, sobre todo caducifolias (de hoja caduca) son mucho más resistentes al fuego, que no quiere decir que no sufran incendios, pero es mucho más fácil contenerlos con estas especies”.

El naturalista afirma que mantiene la esperanza de que “problemas como la desaparición de los bosques o el aumento de la capa de ozono los podríamos realmente solucionar a gran escala, con una implicación del planeta entero, pero para eso, hace falta una consciencia planetaria y hacer que crezca mucho esa consciencia”.

Ese es el objetivo que se ha propuesto Ignacio Abella con este nuevo libro, pequeña antología poética, en la que “se trata de recoger de cada uno de esos autores la semilla que han dejado para repoblar este planeta enfermo y desarbolado y hacer con ella un fruto con el que alimentarnos poéticamente, que es importante”.



Escrito por:
Autor: Rony Barrera

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