Celulares en el aula

La tendencia a reglamentar el uso de estos aparatos en los colegios crece cada vez más en el mundo.

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En Colombia, el Congreso discute un proyecto para prohibir los teléfonos móviles en los colegios. Con esto buscaría mejorar el rendimiento de los alumnos, pero expertos señalan que no es tan obvio. Así va el debate.

Revista Semana

Además de libros y otros útiles escolares, hoy la mayoría de niños y adolescentes asisten a los colegios o las universidades acompañados de un amigo irremplazable: el teléfono celular. No es raro verlos en los descansos concentrados en las pantallas ni que los saquen a escondidas en clase para ver un nuevo video de YouTube o compartir memes por WhatsApp.

La imagen se repite una y otra vez en instituciones educativas del mundo, y muchos países han empezado a tomar medidas drásticas. Para no ir muy lejos, Colombia definirá a mediados de año si aprueba un proyecto de ley que limita el ingreso de estos dispositivos a los colegios hasta noveno grado. Esa decisión incluiría tanto los de los estudiantes como los de los profesores.

La iniciativa, impulsada por el legislador Rodrigo Rojas, ya pasó en sus dos primeros debates. La sustentan varios estudios científicos que demuestran que el uso excesivo del celular puede tener un impacto negativo en el desarrollo cognitivo de los alumnos y en su salud, al fomentar el sedentarismo.

La tendencia a reglamentar el uso de estos aparatos en los colegios crece cada vez más en el mundo. En julio de 2018, Francia se convirtió en el primer país en aprobar una ley que prohíbe los teléfonos móviles en las aulas. La medida entró en vigencia a principios del año escolar 2018-2019 para los estudiantes desde kínder hasta noveno grado.

Otros, como Australia, Islandia o Estados Unidos, han seguido el ejemplo en diferentes niveles. En Silicon Valley, por ejemplo, los hijos de directivos de Apple, Google y otros gigantes tecnológicos asisten a colegios libres de tecnología, donde los alumnos no pueden llevar esos aparatos hasta que entran a bachillerato. Y hace poco, la Escuela Secundaria de Wauchope, en Australia, ganó notoriedad cuando recurrió a la curiosa práctica de usar una funda para el teléfono llamada Yondr, que bloquea electrónicamente los dispositivos y evita que funcionen hasta que la persona la desbloquee.

La evidencia en contra de estos aparatos abunda. Un estudio publicado por el London School of Economics rastreó el impacto de prohibir los teléfonos móviles en las escuelas en temas tan básicos como los resultados de los exámenes. Tras analizar los puntajes de varios colegios, los científicos descubrieron que los alumnos de instituciones que prohibían estos dispositivos tenían notas más altas. El informe concluye que restringirlos es una medida de bajo costo para elevar el desempeño académico del grupo.

Otro trabajo, difundido en el Journal of Communication Education, encontró que los estudiantes sin teléfonos móviles anotaron un 62 por ciento más de contenido en sus cuadernos, recordaron información más detallada de la clase y obtuvieron una calificación de grado y medio más que los que usaban activamente sus celulares en los salones de clase. La investigación, publicada por la Universidad de Chicago, halló que incluso no es suficiente apagar, guardar o poner boca abajo los teléfonos celulares, pues la simple conciencia de tenerlos basta para distraer a los estudiantes. El mensaje es que estos aparatos no deben ingresar a ese espacio.

Los científicos, además, advierten que la exposición excesiva a un teléfono inteligente en la niñez puede reconfigurar la estructura del cerebro. De acuerdo con un estudio de 2018, publicado por el National Institute of Health de Estados Unidos, los niños que usan celulares y otras pantallas durante más de siete horas al día experimentan un adelgazamiento prematuro de la corteza del cerebro, la capa que procesa el pensamiento y la acción.

Y lo peor es que hoy las cifras demuestran que la mayoría supera este lapso. Según un informe realizado por Common Sense Media, los niños y adolescentes pasan en promedio nueve horas conectados a diferentes plataformas, más de las que duermen o comparten con sus padres y maestros. En Colombia la cifra es menor, pero ha ido en aumento. Una investigación realizada por TigoUne y la Universidad Eafit a finales de 2018 evidenció que los niños de 9 a 16 años gastan en promedio tres horas y 31 minutos diarios en internet.

A pesar de esta evidencia, otros expertos dicen que prohibir los celulares es excesivo e incluso podría tener efectos contraproducentes en el aprendizaje. Julián de Zubiría, director del Instituto Alberto Merani, en Bogotá, explica que aunque prohibirlos es el camino más fácil y rápido, no necesariamente dará los mejores resultados, pues “no va a disminuir el uso de tecnología, sino que lo va a empeorar”. Afirma que el 70 por ciento de los niños que hoy accede a la tecnología sin la orientación de sus padres tampoco podría contar con la de sus maestros. Además, pone a los colegios “a resolver un problema creado por los padres”. Para él, si los progenitores no quieren que usen la tecnología, “no deberían darles celular”.

Isabel Jiménez, doctora en Educación e investigadora en innovación pedagógica de la Universidad de La Sabana, coincide con él. Según ella, más que prohibir, la discusión debería enfocarse en enseñar a las nuevas generaciones cómo consumir la tecnología. Argumenta que algunas investigaciones hablan de sus potencialidades para aprender en el aula de clase y que los adultos “no hemos entendido a esta nueva generación”.

Para ambos, resulta equivocado pensar que por culpa del celular hoy existe matoneo o los menores comparten fotos íntimas. “Lo hacen porque nadie los ha educado sobre su impacto”, dice el docente. Agrega que esta medida popular les gusta a los padres, pero que, en últimas, no tiene coherencia con el objetivo de la educación.

“Deteriora la confianza y nos traslada a un terreno parecido a las prisiones, cuando el colegio debería ser un espacio libre, autónomo y de respeto hacia los otros”.

Para los expertos, Colombia tampoco puede compararse con países como Estados Unidos, Finlandia o Francia, pues aquí más del 50 por ciento de los estudiantes pertenece a estratos bajos y la poca tecnología a la que acceden está en los colegios. Por eso, esta restricción funciona según el contexto y el nivel. “Que un docente lo haga es lógico; que un colegio lo haga, también. Pero que el país lo adopte por obligación es no entender en qué consiste la educación”, concluye De Zubiría. Para ambos especialistas, más que prohibiciones, los alumnos necesitan orientación para aprender a usarlos, pues en la vida profesional tendrán que enfrentarse a la interferencia y distracción de estos aparatos. Por ahora los congresistas tendrán la última palabra.