La fría y solitaria muerte por Covid-19

Pepe Morales, junto a su padre, José del Carmen, en una de sus tantas asistencias a los partidos del Unión Magdalena, quien el patriarca era fiel hincha.

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José Morales, hijo del primer fallecido por coronavirus en Santa Marta, relata de los duros momentos que pasó y apenas está superando, a raíz de la partida intempestiva de su padre. Una amarga experiencia que le dio la inspiración para retratarla en el primer libro que se lanza sobre la pandemia en su pleno apogeo en Colombia.

Por Mario Ibarra Monroy
Redacción EL INFORMADOR

A José ‘Pepe’ Morales la tragedia de la Covid-19 los ‘emboscó’ por varios flancos, primero la muerte de su padre, don José Morales Torres, primer fallecido por la pandemia el Magdalena y tercero en Colombia, luego el tener que conocer que fue declarado positivo por la enfermedad junto a otro grupo familiares.

Esta terrible y fatal experiencia inspiró a este abogado a que en pleno aislamiento obligatorio y con las cifras del coronavirus aumentando en forma alarmante, escribir un libro donde recoge todos esos momentos que pasó junto a los suyos y que refleja en gran medida el sufrimiento que viven miles de familias no solo de Santa Marta, si no del resto del país.

En diálogo con EL INFORMADOR y cuando precisamente se cumplen tres meses del fallecimiento de su padre, quiso referirse a lo le pasó, está pasando y pueda pasar con esta enfermedad que cambio por completo el destino de la humanidad.

EL INFORMADOR: ¿Por qué decidió escribir un libro acerca de la pandemia?

JOSÉ MORALES: “Decidí escribir el libro acerca del coronavirus Covid-19, para que no quedara después en el olvido. Somos muy dados a no recordar la historia y después volvemos a cometer los mismos errores.
La escribí básicamente porque mi familia y yo resultamos afectados con dicho virus, al punto que el 23 de marzo mi padre, José Morales Torres, fue la primera víctima en el departamento de Magdalena quien falleció a causa de este terrible virus, de este enemigo oculto pero latente”.

EI: ¿El libro es más bien una especie de relato de las experiencias dirigido a aquellos que aún no han vivido una tragedia a la que somos todos vulnerables?

JM: “El libro que escribí lo titulé Remembranza de una pandemia, sucedió en Santa Marta y es efectivamente un relato de las experiencias vividas en torno a esta afectación familiar, como para mostrar a la gente que lo que en un momento dado nos sucedió.

Es un libro interesante, a mi juicio, porque también tienen una reseña histórica acerca de las diferentes pandemias que ha vivido la ciudad de Santa Marta y que precisamente por no tener una memoria histórica de las mismas, hoy día están en el olvido y me pareció meritorio tratar de recordarlas”.

EI: A pesar que es una experiencia por la que apenas estamos pasando ¿cree que hace falta mucho camino por recorrer para convivir con ella?

JM: “Desafortunadamente tienes mucha razón, han transcurrido tres meses y a comienzo pues eran infectados tres, cinco, siete o nueve en total en Magdalena y en estos últimos días estábamos registrando cerca de 20 25 contagios diarios.

¿Hace falta mucho por recorrer?, claro que sí. Veo yo que no hemos alcanzado ni siquiera la mitad de la curva ascendente de la pandemia. Contagios que necesariamente van a acrecentarse a raíz de estas autorizaciones en los días de compras sin IVA que el Gobierno Nacional pecó por permitir que estas compras podrían hacerse presencialmente”.

EI: ¿Quién era su padre y cómo estaba su salud antes de adquirir el virus?

JM: “Mi papá nació en Santa Marta; hincha furibundo del Unión Magdalena, trabajador insigne; no fue profesional; tuvo ciertas experiencias técnicas en química y farmacia porque su padre, mi abuelo José Morales Vargas, tuvo dos farmacias aquí en Santa Marta cuando la droga era blanca, que la fabricaban los mismos farmaceutas y aprendió muchísimo.

También fue vendedor de electrodomésticos de la firma Sears en Santa Marta cuando existía en la calle 14, y después ahí escaló posiciones y alcanzó inclusive a ser gerente de Metálicas Moderna en Bogotá, pasando antes por J. Gottman aquí y otros almacenes de cadena de ventas de electrodomésticos.

Mi papá al morir contaba con 88 años de edad cumplidos, gozaba de perfecta salud, tanto física como mental. Se valía por sí mismo, no era una persona dependiente de nada ni de nadie. Caminaba todos los días, pero desafortunadamente lo que a él le sucedió fue que cuando comenzó a sufrir los padecimientos del día 14 de marzo, lo internamos en una clínica y el cuadro clínico era para un tratamiento gastrointestinal, después se pensó que podía haber sido el dengue, que estaba también en su apogeo, pero cuando ya quisieron diagnosticar Covid-19 fue demasiado tarde, ya se habían complicado los pulmones, la función respiratoria estaba mal. Ya en cuidados intensivos tuvo dos paros cardiacos del cual logró superar uno, pero ya a su edad avanzada no logró superar el segundo.

A las 2:20 de la madrugada del día 23 de marzo falleció.

EI: ¿La familia estaba al tanto del riesgo de la enfermedad en esos momentos? o aún desconocía de su alcance mortal.

JM: “Para toda la familia, mis hermanos y yo, inclusive mi madrastra, mi esposa, inclusive, era completamente desconocido la existencia de ese virus en el cuerpo de mi padre. Nunca supimos de eso habida cuenta de que él fue el primer diagnosticado Covid-19 aquí en Santa Marta y para ese entonces ya había estado en la clínica cuatro noches y habíamos estado compartiendo con él, acompañándolo mi hermana mayor, mi otra hermana, mi hermano y mi persona, y lo mismo que mi esposa, al igual que la esposa de él, mi madrastra.

Al final de cuentas todos resultamos contagiados, pero nosotros no teníamos ningún tipo de conocimiento de esa afectación pandémica.
Tampoco utilizábamos ningún tipo de protección y desafortunadamente, creo que también salieron afectados dos miembros de este cuerpo de enfermería de la clínica”.

EI: Desde su experiencia y la de los suyos, ¿cómo era pasar los días sin poder abrazar, sentir o simplemente ver a su padre confinado en una habitación?

JM: “Quizás lo más difícil de todo no fue propiamente la infección o la pandemia, inclusive, ni la muerte de papá porque uno tiene un consuelo, que ha cumplido un largo ciclo de vida y lo natural y normal de ahí, de la ley de Dios, es que en cualquier momento fallezca.

No pensábamos jamás de que su fallecimiento iba a estar en ese círculo tan horroroso, tan terrorífico que era el Covid-19.

De las cosas más terribles es que no nos ha permitido aún cerrar nuestro duelo. Cuando llega el resultado positivo de él del Instituto Nacional de Salud por Covid-19, nos tienen que aislar, confinarse cada uno en sus hogares y no nos permitieron, por simple norma de salubridad y de prevención, volver a regresar a la UCI. Nuestro anciano padre quedó abandonado ahí por tres días más que duró en UCI.

No solo eso, la madrugada del 23 que me tocó salir a mí en pleno tique de queda a llevar la cédula a la clínica, ni siquiera pude ver su cuerpo ya fallecido porque no me lo permitieron. Me explicaron que el procedimiento era introducirlos en unas bolsas especiales que existen para eso esperar a que lo trasladara a la funeraria, en este caso para conducir el cuerpo directamente al horno crematorio la tarde de ese mismo 23.

Eso es lo más doloroso que hemos tenido, porque en ningún momento pudimos hacerle una misa, ni un acompañamiento, ni un velorio, ni que sus demás familiares y amigos nos acompañarán y nos abrazamos para compartir y mitigar un poco el dolor que aún sentimos y sentiremos durante muchísimos años. Ni siquiera hemos reclamado las cenizas”.
El libro ya está en circulación y puede ser solicitado al cel:  300-8085223 o al correo  jolumorey@hotmail.com
El libro ya está en circulación y puede ser solicitado al cel: 300-8085223 o al correo Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

EI: Cuando los vecinos se enteraron del caso de su padre y de otros cuatro familiares, ¿se vieron estigmatizados?

JM: “Las personas ante lo desconocido se llenan de terror y más en el caso particular mío, que yo vivo en un edificio pequeño donde la gran mayoría de vecinos son personas de la tercera edad y obviamente son personas más propensas a morir en caso de algún tipo de contagio.

Indudablemente que la estigmatización nos dolió muchísimo y todos la sufrimos en nuestros diferentes hogares. Se presentó el caso, inclusive, de un apedreamiento en la puerta de un sobrino de mi madrastra en el conjunto residencial donde mi papá habitaba con ella, pues no nos dejaron volver a entrar, ni siquiera a buscarle ropa a ella ni nada que estaba también en la clínica.

Fueron momentos terribles, terribles, te lo digo en donde uno sintió indudablemente el repudio social, el rechazo. Yo pienso que son situaciones naturales las personas por el terror que la situación despertó en su momento”.

EI: Hoy y tras 90 días de esa amarga vivencia en su familia, la pandemia los ha unido más?

JM: “Hoy, después de haber transcurrido 90 días del fallecimiento de papá, debo manifestarte que indudablemente esa amarga experiencia nos ha unido muchísimo más de lo que siempre hemos sido nosotros en la familia.
Hemos sido siempre un solo cuerpo, porque fue la enseñanza que nuestros padres nos dieron”.

EI: Habla de aferrarse a Dios, ¿se refiere a una forma de consolación introspectiva? o a una manera de sobrellevar entre todos estos momentos, hasta que llegue la verdadera cura.

JM: “En mi libro Remembranzas de una pandemia obviamente que mencionó mucho a Dios, porque antes que todos somos muy cristianos, muy creyentes. Nuestro padre nos enseñó a acercarnos mucho a Dios. Él era un devoto insigne del Sagrado Corazón de Jesús y somos de las familias que todos los domingos vamos a misa o tratamos de estar puntual en esa cita dominical con Dios.

Muy a pesar de haber perdido a papá, jamás perdimos la fe, nunca renegamos ni tampoco estuvimos en desacuerdo con el mandato que nuestro Señor ordenó. Y si consideró que era el momento justo de llevárselo al cielo, pues así lo aceptamos”.

"En ningún momento pudimos hacerle una misa, ni un acompañamiento, ni un velorio, ni que sus demás familiares y amigos nos acompañarán y nos abrazamos para compartir y mitigar un poco el dolor que aún sentimos y sentiremos durante muchísimos años. Ni siquiera hemos reclamado las cenizas