La interminable cantaleta de Monnery

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 *Monnery ha sido parte de la historia de la radio en el Caribe durante cuatro décadas. Su programa La Cantaleta es un salpicón de críticas, humor y opinión. Además de admiración, despertó polémica cuando dijo que era hincha del Junior de Barranquilla. Una vez casi lo hieren de una pedrada por atreverse a pasar con una camisa de ese equipo por Pescaito, donde está el corazón de su eterno rival; el Unión Magdalena. Una isquemia cerebral y dos infartos lo han tenido cerca de la muerte, pero sigue haciendo radio a sus 76 años.


Otilio López Mercado-El INFORMADOR

Venía caminando por el empedrado y justo cuando acababa de pasar por un puesto de venta de agua de coco, una persona que no era su amigo lo llamó: -Monnery, Monnery, -pero él no volteó. Siguió caminando con un semblante de absoluta serenidad y una parsimonia propia de los 76 años de edad. Unos metros después entró a la emisora Radio Magdalena en la calle 14 en el Centro Histórico de Santa Marta, donde en 30 minutos comenzaría el programa que creó y ha dirigido durante 39 años.

Monnery es el protagonista de la sintonía a las 10 de la mañana en Santa Marta. Saluda a sus oyentes: “buenos días maravillosos amigos, hoy es viernes, quiero darle la bienvenida a una amiga que regresó de España. Aquí la vas a pasar muy bien, no hay agua hace 6 meses, pero no te preocupes por eso jajaja”. Se ríe mordazmente, pero no de la sequía que agobia a la ciudad, sino de la negligencia de la administración local que no previó un plan de contingencia.

Esa burla es uno de los secretos para que Carlos Monnery Barros sea uno de los grandes radioactores del Caribe. Una figura ya casi extinta. Su programa La Cantaleta está al aire desde 1975 y su prosa frente al micrófono tiene un estilo único. Si La Cantaleta puede presumir de algo es precisamente de la sintonía.

-Es un programa con charreteras y eso no se consigue en la tienda de la esquina,- dice el fotógrafo Edgar Fuentes, dándome a entender en su lenguaje costeño que es un programa con prestigio. Aunque en honor a la verdad la sintonía de hoy no es la misma de antes, pero quizás es la más fiel de siempre, y de eso da fe Matilde Soriano quien todas las mañanas lo escucha.

-Yo me puse vieja escuchando La Cantaleta y a mi difunto marido le gustaba, él ponía el programa y yo quedé con la costumbre. Lo que más recuerdo del saludo que ya no lo hace era cuando su mamá estaba viva que Monnery iniciaba diciendo: Buenos días vieja Gilma que Dios me la conserve sana. Pero el día que murió la señora me quedé esperando a ver que decía y me sorprendió cuando dijo: buenos días vieja Gilma, aguántalo ahí, que Dios me la tenga en su santo reino.

La Cantaleta fue el programa más escuchado en muchos pueblos recónditos del Magdalena, donde no ha llegado el progreso, pero si las ondas sonoras. Su hijo Carlos Monnery Junior, quien dicta conferencias, dice que varias veces le han preguntado si él, es el de La Cantaleta. En la población de Concordia una vez antes de empezar la charla un hombre se levantó de su silla y le preguntó: ¿Usted es Carlos Monnery el de La Cantaleta?

- No soy yo, es mi padre. -Contestó resolviendo como otras tantas veces la misma duda.

Las razones por las cuales La Cantaleta se consolidó como un programa de alta sintonía durante casi cuatro décadas se pueden atribuir a muchas respuestas que sus colegas y ciudadanos me van soltando en opiniones.

Juan Campo dice que por el toque de humor. El locutor Junior Beltrán asegura que expresa las cosas con la verdad “pelá”, es decir con claridad, como le gusta a los costeños. Otros creen que por su agudo análisis de los temas de la ciudad y su crítica mordaz.

El hombre que está hoy en la cabina de Radio Magdalena, interactuando con sus miles de oyentes, hace 39 años venía caminando una tarde de diciembre de 1975 por toda la calle 17 en el Centro Histórico, sede de la emisora Radio Galeón. Monnery disfrutaba de unas vacaciones en Santa Marta porque trabajaba en radio Sonorama de Bogotá.

La emisora Radio Galeón (hoy Caracol Radio), por ese entonces no gozaba de la popularidad actual. Estaba recién inaugurada y su personal conversaba sagradamente en largas tertulias en la esquina de la emisora donde había una tienda, casi siempre estaban amenizando el rato con unas cervezas.

Conversaban en aquella tarde, el difunto periodista Joaquín Sierra Silva, el narrador de fútbol Benjamín Cuello Henríquez, el locutor Junior Beltrán Rodríguez, y el fundador, propietario y candidato al Congreso Rodrigo Ahumada Bado, quien años después sería asesinado.

Monnery, al llegar a la reunión soltó una expresión jocosa en forma de interrogante: ¿qué están tratando de levantar la emisorita esa que tienen?. Acto seguido fue sólo risas y abrazos por el reencuentro con sus colegas. Pero sus palabras virulentas no se las llevaría el viento. Después del saludo, Joaquín Sierra Silva le dijo a Ahumada: “este es el hombre que falta”, poniendo la mano en el hombro de Monnery.

Luego de quedarse en la reunión, el reencuentro con los amigos, el sentir Caribe, las anécdotas, la brisa decembrina y también los tragos, conspiraron. Monnery había arreglado de palabra con Ahumada y sería nuevo director artístico de Radio Galeón. Hasta el sol de hoy Monnery sólo volvió a Bogotá de paseo porque de inmediato empezó a trabajar en Galeón.

Juan Campo, quien conoce a Monnery desde sus inicios en radio, dice que siempre ha hecho magia a través de las ondas sonoras.

El programa de Monnery desde el inicio estuvo en el horario de las diez de la mañana. Confiesa que nunca le gustó madrugar y además que es un horario flexible para recuperarse de un guayabo. En su hora de cabina este formato trata temas de problemáticas sociales, urbanidad y humor, un verdadero salpicón radial donde lógicamente tienen cabida las quejas de los oyentes a través de sus cartas.

Precisamente una de esas cartas recién inaugurado el programa era del barrio Pescaíto. Una habitante en letra poco legible le escribió: “señor Monnery, para que en esa cantaleta que usted tiene ahí, diga que no hay agua hace dos días aquí en Pescaíto”. Monnery se rió y empezó a burlarse de la carta. Dijo de manera jocosa: “ahora si estoy lindo yo, no tengo un programa llamado Proyección Cívica sino una cantaleta”. Y siguió haciendo alusión a la carta durante todo el programa en forma jocosa.

A las 11 en punto terminó su programa y salió enseguida de la emisora. En la esquina habitual de Galeón lugar de las tertulias los oyentes siempre mantenían sus radios prendidos. Uno de ellos dijo primero: ¿Ajá esa cantaleta que te puso esa mujer qué? avanzó menos de cien metros y los vendedores de jugos de esa misma calle le dijeron: estuvo buena esa cantaleta que te puso esa vieja. Así otras personas más, lo que no era extraño porque en los alrededores del edificio todos lo sintonizaban.

Al día siguiente al iniciar su programa Monnery comenzó diciendo: “bienvenidos a La Cantaleta”, -como si el nombre necesitara un bautizo radial. Esa voz es la misma que hoy 39 años después, en marzo del 2014 puedo escuchar tras el vidrio de la cabina en la emisora Radio Magdalena. Como si el tiempo de ayer y hoy fuera el mismo, y que esa frase de bienvenidos a La Cantaleta siempre fuera el hilo que sostiene el pasado del presente, aunque el presente no sea igual.

Monnery esta mañana, antes de ir camino a la emisora estuvo donde Chucho Suárez, dueño de una de las ferreterías más importantes de la ciudad. Fue a buscar una publicidad, recuerda que Chucho fue uno de los primeros clientes que él tuvo, y con voz honesta me dice que cada vez hay menos porque se han ido muriendo o cerrando sus negocios. Chucho le dijo que fuera al día siguiente y lo atendería con más tiempo. Mientras caminamos y conversamos sobre el asunto me dice que Chucho no necesita la publicidad, pero él sí, por eso sabe que mañana volverá y la concretará.

Monnery sugirió a Ahumada director de la emisora inventarse una de las fidelizaciones más grandes de oyentes vistas hasta hoy en la radio de la región Caribe. Crear el Club de Oyentes Galeón, que es recordado por muchos como la locura de los años 70.

El Club de Oyentes consistía en afiliar a las personas a la emisora entregándoles una credencial y en intervalos durante la programación sonaba un pito con unas características inconfundibles similar a una alarma que saludaba a las personas diciendo: “a esta hora el saludo es para Sonia Socarras en el barrio María Eugenia, socia del Club de Oyentes Galeón”. Eran los segundos de fama.

Mientras hablamos, me dice que el secreto de su programa es la irreverencia y el humor. “Yo no pude copiarme de La Luciérnaga, porque mi programa en el Caribe tiene 39 años y la Luciérnaga 20”, sentencia. Reconoce que a sus oyentes le gusta cuando utiliza términos raros pero del común de la gente.

En la región Caribe el término cantaleta es muy usado y obedece a un regaño en forma de discurso. A todos nos han cantaleteado en algún momento de nuestras vidas. Y eso es lo que precisamente Monnery hacía en cabina. Ponía de moda algunos de sus términos raros. Algunos se usan todavía.

En su programa popularizó la palabra guacaqueo. -¿Ajá y cuál es el guacaqueo de los concejales? dice. Guacaqueo es cuando muchas personas están reunidas buscando una guaca y uno no sabe que está pasando ahí. -Lo define él. Hace tres décadas se la pasaba diciéndole a los políticos en su programa ¿eche qué van a inventar?, en una clara recriminación mordaz a las actuaciones y mentira de los funcionarios. Entonces cuando una persona hacía algo indebido o decía una mentira como acostumbran los políticos, la gente expresaba ¿eche qué vas a inventar?

Y así como de los políticos, Monnery se burla del desorden social, los servicios públicos, la inseguridad, la injusticia, el alcalde y los concejales de Santa Marta.

En su programa radial, el Unión Magdalena es flanco de sus mayores críticas. Fue declarado enemigo del equipo. Todo inició desde los años 80 cuando en su programa se burlaba del Unión. Decía cada vez que el equipo perdía: “con éste equipito que tiene Santa Marta no pasa nada, hay que darle al Junior, ese si es un equipo grande”. Comentario que lógicamente mortificaba a los hinchas samarios.

Riendo me dice que una vez se puso una camisa del Junior, “casi me matan con una pedrada unos borrachos que estaban en la esquina de un señor que le decían pan viejo en la carrera sexta, el impacto fue contra el panorámico”. Confiesa que meterse a Pescaíto con una camiseta del Junior es una locura.

Pero realmente Monnery no es hincha del Junior, me lo ha dicho mientras hablamos del tema. Es la misma versión que me entregó antes su hijo Jaime. ¿Entonces de dónde sale ese falso amor por los colores rojiblancos?

“Resulta que La Cantaleta era escuchada bastante en Barranquilla. Desde esa ciudad le llegaron dos propuestas por parte de empresas para pautar en el programa. Salsamentraias Americana y Arroz Comuneros, viendo el jugoso mercado nació esa picardía de declararse hincha del Junior para ganar más sintonía en la ciudad donde estaban los grandes anunciantes”, me dijo su compañero y locutor Junior Beltrán.

Hoy al confesar por qué lo hizo, dice honestamente que al barranquillero le gusta y ama lo suyo, aman su carnaval, aman su equipo. -Si tú le dices al barranquillero que son los mejores, tienes la entrada al paraíso con ellos.

Monnery es un creativo por naturaleza, tuvo la idea de hacer un programa llamado La Caseta Imaginaria que consistía en poner a sonar unos cassetes con música en vivo y mentir diciendo que estaban desde un lugar de la ciudad transmitiendo y bailando con un artista en época de carnavales. Pero la gente nunca sabía dónde era el lugar y jamás lo harían porque la rumba hacía parte de la magia radial. Era un invento en cabina. No existía el twitter, el Facebook, los teléfonos celulares ni nada parecido al internet, el oyente creía lo que le decían o le tocaba creerlo.

La palabra rumba siempre ha estado presente en la vida de Monnery. Con franqueza reconoce ya con la nobleza de los años y su salud disminuida el papel protagónico que en él tuvo la bebida.

Casi muere en más de una noche de borrachera. Señala su pie derecho y se toca donde tiene un clavo intramedular producto de un accidente en su carro por una noche de exceso. En otra ocasión bajo el efecto del licor se fue en un hueco, se descarriló, y por fortuna dice que no mató a una persona sobre el andén.

“La radio se compadece con mi temperamento, yo soy alegre, soy risueño, soy emotivo. Siempre lo fui desde pequeño, yo le rio a la tristeza”, dice en un tono reflexivo pero paradójicamente sin asomo de emoción alguna en su rostro.

Repite que sólo quiere despedirse de la radio pero que no es el momento a pesar que las secuelas de su enfermedad son más graves de lo que parece. Lo veo en su actividad en cabina y me da la impresión que no se despedirá de la radio jamás, que es el motivo por el que se ve más vivió que nunca antes, a pesar de no tener movimiento en la parte izquierda de su cuerpo por una isquemia y dos infartos. Pero aun así es tan normal todo lo que hace, como si no tuviera nada. Intuye que le quiero preguntar como hace para verse tan lúcido y me dice inexpresivamente: ‘‘No se me nota porque no me da la gana’’.

Al terminar la conversación, nos despedimos y lo vi caminar por el asfalto casi que emulando los pasos que había dado para llegar a la emisora. Fue el instante en que me quedó claro que no estaba distraído cuando esa persona lo llamó, iba más concentrado que cualquier otro humano, llevando el equilibrio, midiendo sus pasos. Está claro que sólo quienes lo conocen bien, sus amigos, saben que no está en el limbo cuando va caminando, va tratando de dominar medio cuerpo por el empedrado.