Jerusalén, la capital del mundo en Semana Santa

Sacerdotes católicos entonan cánticos mientras caminan en círculo con velas en sus manos alrededor de la Tumba de Jesucristo en la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén, Israel. Foto: EFE/Jim Hollander

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La ciudad tres veces santa, Jerusalén, vivió la Cuaresma y la  Semana Santa en donde miles de cristianos de todo el mundo la hicieron con fervor, convirtiendo esta pequeña urbe en estas fechas en la capital del mundo.

Las calles son las mismas durante todo el año, pero la mirada de los turistas y fieles cambia en Jerusalén durante la Semana Santa, llenándose de solemnidad, como también los sonidos entre las desgastadas piedras de la Ciudad Vieja y las vestimentas litúrgicas degradadas del morado penitencial al rojo pasión, en el punto álgido de la celebración más emotiva para el cristianismo.

El recorrido de la Semana Santa comienza con el Miércoles de Ceniza, que se vive con sencillez y cierto alborozo, porque abre la puerta a un tiempo de "purificación e iluminación" de cuarenta días, que recuerdan la estancia de Jesús en el árido desierto de Judea.

A espaldas de la ciudad santa, hasta las orillas de un menguante Mar Muerto, no resulta difícil imaginar la dureza de la vivencia del nazareno y asombrarse ante su fortaleza, resistiendo hasta en tres ocasiones las tentaciones del diablo en los largos días y las frías noches del desierto en Oriente Medio.

Domingo de Ramos, el comienzo.

A pocos metros, la ciudadela que custodia la ciudad vieja se yergue como epicentro de los lugares santos que, de acuerdo con la tradición cristiana, concentra en escasos metros cuadrados los pasajes que marcaron las últimas horas de la vida de Jesucristo, en una Jerusalén bajo el control del Imperio romano.

"La Semana Santa comienza con un momento muy importante, el Domingo de Ramos", cuenta de carrerilla el franciscano Artemio Vítores quien, a sus 70 años cumple ya 48 en Tierra Santa -incluidas dos guerras y dos intifadas- y ha sido responsable de dar la bienvenida a peregrinos durante décadas.

Explica que, a las orillas del desierto y de la ciudad, Betfagé fue el lugar donde Jesús mandó a sus discípulos a buscar una burrita y, sobre su lomo, emprendió el viaje a Jerusalén, donde se celebraba en esas fechas el Pesaj, una de las tres fiestas de peregrinación al antiguo templo que reunía a miles de judíos.

Esta festividad, que no es otra que la Pascua judía, se sigue conmemorando pero, al estar regida por el calendario hebreo, solo coincide en algunas ocasiones con la católica.

"Es muy importante porque marca de un modo solemne el inicio de la Semana Santa", continúa Artemio, quien añade que en esta popular procesión muy popular, el patriarca latino de Jerusalén y peregrinos de aquí y de allá suben para después descender el Monte de los Olivos, el Valle del Cedrón, y atraviesan la centenaria muralla de la ciudadela.

Entre ‘Hosanas (salves)’ y ‘Alégrate Jerusalén’, el Domingo de Ramos aúna las voces y música de los miles que marchan juntos, bajo la sombra de sus hojas de palma o ramas de olivos, bendecidas en la misa de la mañana, en la festividad más alegre de una semana marcada por la aflicción y el arrepentimiento.

La corriente de energía se canaliza y dispersa en la iglesia de Santa Ana, a pocos metros de la Puerta de los Leones, que rompe la fortificación a esa altura y no muy lejos de la Basílica de Ecce Homo, donde el Evangelio de Juan 19:5 sitúa a Poncio Pilato diciendo "aquí está el hombre", apuntando a Jesús, ante una multitud que reclamó su crucifixión, iniciada en este punto.

"Hubo años en los que esta procesión no se podía hacer. En 1933 se consiguió un permiso", apunta el franciscano, sobre una decisión que llegó con el Protectorado Británico de la Palestina histórica, antes de la creación del Estado de Israel (1948) y tras la caída del Imperio otomano que controló la región durante cuatro siglos.

Nosotros hablamos mucho de la Biblia, de los acontecimientos bíblicos, pero solo hablamos. Ahora, al relacionar el conocimiento con la realidad, (el relato) toma vida, toma fuerza para poder compartirlo", afirma con convicción a Efe el pastor Payés, guatemalteco afincado en Carolina del Norte (EE UU), uno de los miles de peregrinos que cada año viajó a Tierra Santa.