Jesús, en ti confío

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Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad.  Basta estar en su compañía para sentirnos seguros, aunque los momentos de oscuridad, de turbación, de tentación o de prueba, puedan hacernos creer que se ha olvidado un poco de nosotros.

Por: Padre Mario Rafael González García.

La inseguridad nace cuando se debilita nuestra fe, y con la debilidad llega la desconfianza. Él sabe bien todo lo que nos pasa, y todo, agarrado de su mano, es para bien. Si es necesario, increpará a los vientos y al mar y se hará una gran calma, nos inundará con su paz.

Para este domingo la liturgia la palabra nos presenta el testimonio de dos mujeres viudas, pobres, generosas y creyentes, quienes confiaron en Dios. Ellas estaban  dentro de un grupo social que encarnaba la desgracia y el colmo del infortunio en aquella sociedad de entonces, por carecer de marido y de ingresos. Por todo ello, solían ser blanco de la injusticia y de la explotación, pero a la vez objeto preferencial de la atención del Señor, quien hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. Tuvieron entonces ellas la posibilidad de gozar de la generosidad de Dios.

Para experimentar esa espléndida generosidad de Dios, hemos de arriesgar nuestra mezquina  seguridad, confiando plenamente en Él. Así es como estas dos mujeres fueron correspondidas con el favor divino, ellas lo apostaron todo por Dios, se jugaron todo lo que poseían. Así son las matemáticas de Dios, ellas estaban vacías de todo y de sí mismas y por eso mismo están disponibles por completo ante Dios. Si Dios está con nosotros ¿quién estará en contra?...  ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios (Rm 8, 31).

Nosotros no somos criaturas de un día, sino hijos de Dios para siempre, un Padre nos ha dado la vida y nos la ha dado para siempre, y no solamente nos hace vivir, sino que nos ve vivir.  Esta es la medicina para barrer de nuestras vidas miedos, tensiones y ansiedades.

Dios nunca llega tarde a socorrer a sus hijos, Dios llega siempre, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento oportuno. Pongamos toda nuestra seguridad y nuestra confianza en Cristo nuestro maestro y no quedaremos defraudados.

Dice el Papa Francisco, que el Evangelio nos invita a reconocer la verdad de nuestro corazón, para ver dónde colocamos la seguridad de nuestra vida. Normalmente el rico se siente seguro con sus riquezas, y cree que cuando están en riesgo, todo el sentido de su vida en la tierra se desmorona.  Las riquezas no te aseguran nada... Cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo que no tiene espacio para la Palabra de Dios, para amar a los hermanos ni para gozar de las cosas más grandes de la vida. Esta pobreza de espíritu está muy relacionada con aquella ‘santa indiferencia’ que proponía san Ignacio de Loyola, en la cual alcanzamos una hermosa libertad interior: ‘Es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás’ (Gaudete et exultate) . Por eso... Jesús, en ti confío.





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