Empieza el debate sobre el Plan de Desarrollo

Editorial
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Empieza un debate trascendental para el país porque lo que está circulando, las bases del Plan y el proyecto de Ley no son productos terminados. Lo grave es que las mayores discusiones previstas y las que generarán mayores cambios, son aquellas que se darán en ese Congreso de la República que conocemos y cuyos intereses no siempre son los del país.

Ya hay unos 'micos' en lo que plantea el Gobierno como las licencias ambientales exprés, que no pudieron sacar de otra manera, y otros que se irán conociendo. Lo grave es que los especialistas en 'micos' son precisamente los congresistas y lo que incluyan, casi con certeza, va a obedecer más a sus propios intereses que a los de los colombianos.

Pero esta, que es la queja permanente de la gran mayoría de los habitantes de este país, podría tener otra salida si en vez de esperar que lo bueno del Plan se debilite y lo malo pulule, la sociedad se pronuncia seriamente sobre las más de 700 páginas de este documento.

Claro que esta es una función del Consejo Nacional de Planeación, cuyos comentarios han tenido poca difusión. Como dicho Consejo está conformado por personas serias, valdría la pena una mayor divulgación de sus opiniones.

Sin embargo, hay tiempo, algunos meses que servirían para que centros de pensamiento no solo nacionales sino regionales -que son pocos pero existen-, y sobre todo las universidades y sus cuerpos académicos, asuman esta tarea para contribuir a un debate crucial.

No se trata de un Plan de Desarrollo más, porque da la casualidad de que el país se enfrenta a las conversaciones de paz en La Habana que pueden marcar cambios trascendentales. Bajo la premisa de pertenecer a las Farc o al Eln, muchos debates serios se ignoraron, y muchos analistas independientes han sido marginados de círculos donde se decide el futuro del país.

Las benditas roscas de toda naturaleza que caracterizan el manejo del poder en Colombia, han eliminado, de entrada, las posibilidades de enriquecer las ideas del país con las posiciones de quienes no están de acuerdo.

Ahora que ese estigma puede acabarse, es posible que se pueda intervenir en lo que antes eran debates cerrados, ya que los años que vienen pueden cambiarle el rumbo a este país clasista e insolidario, además de violento.

Es nuestra responsabilidad con las próximas generaciones en las cuales están nuestros hijos y nuestros nietos, a quienes les deseamos un país mejor que aquel en el que nos ha tocado vivir a nosotros. Esta desigualdad, esta inseguridad y esta violencia no se le desea a nadie y menos a nuestros descendientes.

Por ello, no podemos permanecer aislados de toda discusión, especialmente de aquella que pueda marcar un rumbo distinto en el país. Y dado que uno de los puntos interesantes del diagnóstico es su enfoque territorial, es la gran oportunidad de las regiones del país -que tanto se quejan del centralismo de Bogotá-, para que no le dejen las discusiones sobre su futuro desarrollo, solamente al Congreso de la República. Claro que ellos son los que deciden, pero recuerden que dependen de los votos de los colombianos, así que más les vale escuchar, especialmente lo que tengan que decir fuera de Bogotá.

La pasividad que tanto les gusta a muchos, así como la capacidad de criticar -que es una práctica nacional-, debe replantearse y empezar por una participación más activa en este tipo de debates.

No es fácil, porque se trata de estudiar juiciosamente el documento que es bastante denso, y además, de hacer críticas elaboradas, serias y constructivas.

Ahora, también le corresponde al Gobierno escuchar, y en general, abrir esas líneas de comunicación, lo que generalmente cuesta cuando se tiene el poder, lo que a veces se asimila con la 'verdad revelada'.