Venezuela nos duele como país hermano

Editorial
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Una inocultable escasez de alimentos y otros productos básicos genera largas colas de ciudadanos frustrados e impacientes, no sólo en las zonas de frontera sino en su capital y principales centros urbanos.

Estas colas se han convertido en el epicentro del descontento social en el país vecino. Leche en polvo, pañales, desodorantes, pollo, arroz, azúcar, máquinas para afeitar y detergentes se encuentran entre los productos que escasean.

A la par que eso ocurre, sus autoridades apelan a teorías conspirativas para explicar el desabastecimiento nacional. Las causas se atribuyen a diversos demonios: los comerciantes acaparadores, el imperio norteamericano, los indígenas bachaqueros de las zonas limítrofes y los colombianos. Más de cien ciudadanos de nuestro país han sido detenidos y deportados durante lo que va corrido de 2015.

La mayor parte de ellos han denunciado graves vejámenes por parte de la Guardia Nacional, lo que ha llevado a nuestra Cancillería a exigir explicaciones a las autoridades venezolanas, recordándoles que todas las personas, independientemente de su condición migratoria, tienen derecho a recibir un trato digno.

Lo peor es que, dado el estado de desesperación que actualmente se vive en Venezuela, el señalamiento oficial exacerba esta actitud anticolombiana por parte de sus funcionarios, y quizás por lo simplista y absurda pueda extenderse a algunos de sus ciudadanos.

Nos duele Venezuela porque desde el otro lado de la frontera es imposible no observar el empobrecimiento colectivo de una nación hermana con la que compartimos una larga trayectoria histórica y unos sólidos nexos culturales.

Las causas de su desabastecimiento deben buscarse en los errores colosales de su política económica, que llevaron al desmantelamiento de su aparato productivo.

Como lo ha observado una prestigiosa publicación internacional, un gran productor de petróleo que no haya pagado sus facturas durante la prolongada bonanza de los precios de este combustible es una bestia rara.

Venezuela ha sido un país inmenso en la construcción de la idea panamericana. Es la patria de Francisco Miranda, cuyo pensamiento parece hoy deliberadamente olvidado; la república que pensó y llevó a cabo la célebre Biblioteca Ayacucho, que reunió para esta parte del continente lo mejor de la literatura latinoamericana; la que publicó la invaluable colección de la Academia Nacional de Historia de Venezuela con sus inolvidables textos amarillos; la que diseñó un Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles digno de admiración en diversos continentes. Esa es Venezuela, la grande.

El futuro no se ve halagüeño para el vecino país con la caída de los precios del petróleo, el manteamiento de una inflación galopante, la incontrolable inseguridad y la grave recesión económica. Muchos observadores temen un gran estallido social que sin duda afectaría a Colombia.

Ello dependerá de la capacidad de los propios venezolanos de poner fin al fraccionamiento nacional y concebir una salida conjunta no sólo de esta crisis sino hacia un nuevo modelo de país.

Porque, como lo ha afirmado The Economist: el precio de mantener una revolución puede conllevar la muerte lenta de Venezuela.