El frente norte de la hispanidad

Editorial
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En el largo plazo los Estados Unidos están destinados a parecerse a la América Latina. Es posible que los elementos esenciales del modelo político de la Unión Americana permanezcan indemnes, como también los del modelo económico, si el capitalismo consigue ofrecer una versión más humana. Pero los de orden social y cultural, que caracterizan el ingrediente étnico tan marcadamente importante en los Estados Unidos a pesar del señuelo permanente del principio de igualdad, llegarán a presentar un panorama muy diferente del de hoy.

Los componentes de esa transformación ya están en marcha como consecuencia de la llegada de habitantes originarios del mismo continente, americanos originales, que los invaden con su música, su comida, su trabajo y sus valores, y que están dispuestos a mezclarse, como es tradición en las Américas, como medio para sobrevivir y progresar.

Más que la tormenta de nieve de la semana pasada, el discurso de Barack Obama para anunciar concesiones en materia de inmigración dejó frío al establecimiento republicano y a todos los radicales que no quieren recordar que también provienen de inmigrantes. Entretanto, desde la clandestinidad, millones de personas, integradas ya de hecho al sistema estadounidense, celebraban el anuncio de la oportunidad de regularizar al menos uno de los elementos de su situación y cumplir con ello parte de su sueño de ser aceptados.

El mismo sueño de los irlandeses, italianos, alemanes, polacos y demás eslavos de toda denominación, que en otra época llegaron apestando por el hacinamiento de los barcos a la tierra americana, donde los ancestros de los inmigrantes latinos de hoy habitaban ya desde tiempo inmemorial.
El acto de realismo y valor político del Presidente mal puede ser considerado como regalo inmerecido a una comunidad que no es de asaltantes de la fortaleza norteamericana, sino como reconocimiento al esfuerzo de personas que contribuyen ya al proyecto nacional.

La pieza fundamental de la revisión de política es la oferta de una posibilidad de permiso de trabajo por tres años a inmigrantes ilegales vinculados a actividades lícitas dentro del complejo funcionamiento del país, con la cordial complicidad y ayuda de ciudadanos estadounidenses. También es un reconocimiento a su contribución al buen desarrollo de proyectos de todos los tamaños y una confesión honesta del colapso de un sistema de control migratorio que no sirvió para evitar que más de diez millones de personas vivan y trabajen informalmente en los Estados Unidos, sin pagar impuestos ni poder reclamar derechos de los que son sustanciales a un sistema democrático comprometido con los derechos humanos.

La Orden Ejecutiva, es decir la instrucción dirigida por el Presidente a los funcionarios federales, no es en manera alguna una amnistía ni una concesión de nacionalidad. Como el propio Obama lo dijo en su ya célebre discurso, se trata de un camino intermedio para aliviar la situación de quienes humildemente fueron a dar, en muchos casos a pie, al corazón de un imperio que se creía invulnerable y que ahora tiene el valor de reconocer que ya están allí, que son una realidad inocultable y pueden recibir una mano amiga para regularizar su situación sobre la base de unas premisas sencillas que les permitan quitarse de encima el pecado de su ilegalidad.

Claro que habrá radicales, descendientes en todo caso de otros inmigrantes, que llevarán su protesta ante los tribunales. Muy seguramente la respuesta de los jueces será positiva. Pero si la decisión llegare a ser negativa, solamente estaría contribuyendo a agravar una realidad que ya anida en lo más profundo de la vida del país y sería apenas un escollo pasajero contra un tsunami que con el tiempo, así tome siglos, no hará sino crecer.
Es posible que dentro de mucho tiempo la decisión del presidente Obama llegue a ser vista como la apertura de una pequeña puerta en el proceso histórico de unión efectiva de las Américas.

Entonces se le recordará por haber sido consecuente con la marcha inexorable de la historia. Porque su decisión es un pequeño paso en el avance de lo que en términos amplios constituye una nueva oleada de las que por miles de años se han dado en uno u otro sentido a lo largo de la inmensa tierra americana. Es un elemento de reconocimiento a lo inevitable de un nuevo mestizaje que a muchos puede no gustar por una u otra razón.

También es un triunfo de la "hispanidad americana", así los inmigrantes de hoy no sean necesariamente en todos los casos los más cargados del conocimiento, la erudición y la tradición del resto de las Américas. Pero nadie puede negar que son los portadores de una bandera representada en una lengua que es el símbolo de una carga cultural enorme, que sigue avanzando, desde la base firme de más de veinte naciones, para consolidarse como una de las más importantes del mundo, con mayor cobertura geográfica y con posibilidades formidables de jugar un papel político relevante en el mundo del futuro.