Una ciudad mayor

Editorial
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Las fronteras de las grandes ciudades van más allá de los extremos desabridos de sus calles. Cada metrópolis debe mantener relación armónica con un entorno amplio, que sobrepasa inclusive los límites de la conurbación que forman, entre otras, con las ciudades dormitorio que la rodean y debe vincular las cuencas de sus fuentes de agua, con los bosques que les dan vida, y las aldeas y veredas que la proveen de productos rurales indispensables para sobrevivir. Buscar esa armonía es una de las primeras responsabilidades de sus gobernantes y también una de las exigencias esenciales que deben tener en cuenta los ciudadanos a la hora de elegirlos.
Bogotá se volvió, de hecho, una ciudad mayor. Los verdaderos confines de la Capital de Colombia se extienden al menos desde comarcas a caballo sobre las cumbres de la Cordillera Oriental hasta el río Magdalena e incluyen amplios segmentos de Cundinamarca y Boyacá. La ciudad sobrevive principalmente gracias a su relación con todo ese espacio, sin perjuicio de que otras regiones contribuyan de una u otra manera a animar su condición indiscutible de metrópolis única de nuestro país.
La organización institucional está, sin embargo, atrasada respecto de los acontecimientos, en cuanto a la integración de la Capital con el conjunto regional. Las relaciones de Bogotá, tal como se le entiende ahora, con el conjunto de ciudades, aldeas y campos que la rodean, se desarrollan de manera espontánea y desordenada. Cada vez es más urgente que los procesos de esas relaciones tengan un marco adecuado que permita un mejor manejo de los recursos y de las oportunidades de progreso común.
Gobernar una metrópolis requiere de una especie de liderazgo que no se puede dejar en manos de cualquier buscador de poder. Quien aspire a ejercerlo debe dar muestras claras de conocer la índole de los problemas urbanos, ser creativo y realista a la hora de proponer soluciones y demostrar que comprende las complejidades de la relación de cada ciudad con su entorno de la manera más amplia posible. Porque gobernar una ciudad es algo muy diferente de gobernar un país. Por eso los ciudadanos deben estar atentos frente a las aspiraciones de manejar ciudades por parte de quienes no tengan credenciales adecuadas porque elegirlos sería como entregarle el manejo de un trasatlántico a quien no ha navegado jamás, aunque haya sido piloto de avión o maquinista de tren.
Ocuparse de Bogotá como una ciudad mayor, es decir como ciudad-región, no es solamente un asunto deseable sino indispensable. Afortunadamente crecen las voces que reclaman la organización adecuada de esa dimensión ampliada de nuestra capital. Jaime Castro lo viene requiriendo desde hace años. Unos jóvenes visionarios, agrupados en el "Combo 2600", se ocupan del tema guiados por principios ekísticos. Ahora se suma Luis Guillermo Plata con su idea de ProBogotá-Región. Ellos, y muchos otros que seguramente apoyan la idea, deben ser bienvenidos. Parece que surge un fervor por tomar cartas en el asunto. Hay que avanzar mucho más y hay que hacerlo a tiempo.
Por eso el debate hacia las elecciones locales del año entrante, en la Bogotá de hoy y en los municipios concernidos, es una ocasión privilegiada para que sobre el particular se manifiesten tanto los aspirantes a las alcaldías como los ciudadanos.
La ciudad es viable y puede salir adelante, a pesar de sus dificultades. Lo que alcanzó a ganar desde el punto de vista de su organización interna sigue vigente. Los esfuerzos de algunos alcaldes elegidos, que contribuyeron a transformarla y ponerla en el camino del progreso, no pueden haber sido en vano. Ciertamente el ánimo de los ciudadanos ha recibido golpes de los que pueden llevar al pesimismo, que afecta gravemente a la ciudad como ser vivo, con temperamento que puede experimentar altibajos. Frente a ello, necesitamos aspirantes que demuestren que tienen ideas de gestión urbana y no simplemente ganas de ampliar espacios de poder. También requerimos ciudadanos interesados e informados, capaces de exigir propuestas audaces y realistas, y de elegir bien a la hora de votar.
El proceso que conduzca a una buena elección no se tiene que posponer hasta los meses anteriores a los comicios, cuando salgan los candidatos a poner los límites de una agenda a la que es mejor que desde lo más pronto posible contribuya la sociedad. Es un reto que tenemos todos en común, si queremos que la ciudad recupere el ánimo y progrese. Y es mejor proponer ahora que guardar silencio para volver después a la cómoda e infructuosa práctica de reclamar cuando sea tarde.