Nuevo liderazgo en el campo

Editorial
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Para quienes han seguido a través de los años la evolución de las líderes del sector rural colombiano es fundamental destacar el cambio radical que muestran las mujeres que han tenido la responsabilidad de representar a la mujer rural. Este ha sido el elemento más importante del Foro promovido por Oxfam, sobre la situación actual de las mujeres rurales en Colombia. Hoy, a diferencia de lo sucedido en épocas anteriores, estas mujeres demuestran un profundo conocimiento de su sector; una identificación clara de sus necesidades y por consiguiente cuales son las políticas públicas que requieren. Hoy a diferencia del pasado, son mujeres profesionales que sin embargo no han abandonado su papel como líderes de la mujer rural. En síntesis, lo único que realmente ha evolucionado de manera positiva, con respecto a la mujer rural colombiana, ha sido su liderazgo.
Este punto es vital porque facilita significativamente la interlocución con las diferentes entidades del Estado y además permite justificar plenamente una mejor representación en los gremios de la producción de Colombia. Es tarea del Estado ayudar a que las mujeres rurales logren una mejor representación en los niveles de decisión del país en los temas que les conciernen.
Sin embargo, es evidente que no obstante su gran esfuerzo por elevar el nivel de su liderazgo, este y su tema, mujer rural, no han logrado posicionarse adecuadamente en la agenda pública. La mujer rural, su contribución al desarrollo del campo, y particularmente las inmensas barreras que enfrentan en temas productivos y de acceso a sus derechos económicos y sociales, siguen siendo parte de las áreas que menor importancia se le otorga en el país, hasta ahora. En síntesis, hay una relación inversa, entre su tipo de liderazgo y su impacto sobre las decisiones que les atañen.
En el mencionado Foro quedó en evidencia que los distintos grupos de mujeres, indígenas, campesinas, productoras y seguramente las representantes de otras minorías, han entendido perfectamente su situación. No son aquellas mujeres silenciosas que eran representadas por los hombres y que no se atrevían a discutir en público. Por el contrario, no se escuchó ninguna demanda al Estado que fuera desproporcionada.
Parten de una realidad innegable; persiste la discriminación de las mujeres rurales, viven de los recursos naturales, se enfrentan a las desigualdades de género en el acceso a la tierra y a los recursos productivos. No se cumplen los derechos establecidos por la Constitución y más aún, proponen modelos de desarrollo que van en contravía con los vigentes en el campo, como el modelo minero-energético.
Sorprende el conocimiento que tienen sobre temas ambientales, de cambio climático, en general de desarrollo sostenible, lo que no es claramente una prelación en la Administración actual. Las prioridades de las mujeres rurales son: tierra y territorio, medio ambiente y derechos sin desconocer el tema de la paz, en el cual ellas no solo han sido las grandes víctimas sino también han ejercido un claro liderazgo, no suficientemente reconocido. Su visión de lo rural se ajusta más a lo que se plantea en la Misión de la Transformación del Campo, que al modelo de desarrollo nacional. Por ello, muchas de sus peticiones deben enmarcarse en esta Misión con el fin de encontrar eco en el alto gobierno. Con las políticas gubernamentales actuales coinciden en el compromiso con la paz, en la voluntad de distribuir tierra, pero se enfrentan a la debilidad de las políticas ambientales actuales.
Pero su mayor obstáculo es la cultura patriarcal que en el campo tiene su expresión más fuerte. Esta cultura de valores que asignan el hogar a la mujer y el trabajo remunerado al hombre, es visualizado claramente por las mujeres rurales como su gran limitación para ser realmente agentes de cambio económico y social. Y la economía del cuidado, que es la salida obvia, aun no se asimila totalmente. No es evidente para ellas la forma como se debe aliviar su carga de cuidado transfiriéndola al Estado y a mercado.