¿Valió la pena esa guerra?

Editorial
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Cuando una de las partes abandona el campo de batalla, sin saber si ganó o perdió, se tiene que preguntar si valió la pena la guerra. Las cuentas de ganadores y perdedores en todo conflicto armado son difíciles de hacer. No hay un tablero en el que se puedan anotar los "marcadores". Lo único cierto es que todos pierden con el uso de la violencia como medio para solucionar sus diferencias, defender sus intereses o tratar de imponer su voluntad. Por lo demás, salvo resultado apabullante, los contendores suelen dedicarse a hacer cuentas alegres para no quedar mal ante su propia historia.
Las tropas británicas abandonan ahora, una vez más, Afganistán. Ya lo habían hecho hace ciento setenta y tres años, esa vez claramente en derrota. Eran los tiempos del Imperio Británico, cuando India constituía para ellos el bien más preciado y la Rusia imperial amenazaba con avanzar hacia el sur de Asia. Como Afganistán era el cojín que separaba los dos imperios, de Londres vino la orden de ocuparlo, porque se dudaba de la fidelidad de su aliado afgano de entonces, Dost Mohamed, que había logrado el milagro de unir a la mayor parte de las tribus del país.
Veinte mil soldados del Ejército del Indo, entre británicos e indios, llegaron a Kabul en 1839, prácticamente sin encontrar resistencia, y derrocaron a Dost. Entonces entronizaron a Shah Shuja y dejaron dos brigadas para defenderlo en la ciudad, al tiempo que dos prominentes británicos, Sir Alexander Burnes y Sir William McNaghten, se quedaron también para "orientarlo" en la tarea de gobernar. Pero no pasaron tres años sin que los afganos, liderados por el hijo de Dost, Muhammad Akbar Khan, armaran una revuelta en la que Burnes y McNaghten resultaron asesinados, el cuartel de los ingleses asaltado y el Imperio obligado a retirarse, con la sorpresa de que su retirada terminó siendo un infierno invernal, porque en un tremendo paso de montaña las dieciséis mil personas que huían fueron masacradas, menos un cirujano, según dice la leyenda, que logró escapar en un pony para contar la historia.
Ahora son los tiempos, tal vez en plena decadencia, del Imperio Americano, cuando los Estados Unidos al comenzar el Siglo XXI condujeron a que la Organización del Tratado del Atlántico Norte incluyera a Afganistán, lejos del Atlántico norte y afianzado más bien en las rocas de Asia, dentro de los escenarios de su acción. Por eso llegaron esta vez vestidos como marcianos miles de soldados, entre ellos los británicos, con elementos de la más avanzada tecnología de la protección, y de la muerte, para derrotar, ¿esta vez sí?, a unos guerreros indomables que pocos años atrás habían echado de su territorio a los rusos, entonces también armados y arrogantes.
Las dos metas de la guerra, desatada por el equipo occidental en medio del desespero para hacer algo y disparar en alguna dirección para vengar ante su propio público los horrores del 11 de septiembre de 2001, parece que no se han cumplido, y que no se van a cumplir. Primero, porque si bien los Talibán fueron expulsados del poder en los primeros rounds, ahora están otra vez ostensiblemente fuertes y tienen por delante la perspectiva de sobrevivir y de volverse a consolidar en su propio país y pueden esperar las generaciones que sea necesario para volver al poder. Segundo, porque la tarea de destruir el negocio del cultivo del opio parece no haber tenido éxito, a juzgar por los reportes que indican que más bien está en su apogeo. El país está quebrado, como lo confiesa su presidente, y seguramente no podrá continuar la "tarea" de las tropas extranjeras que ahora se retiran, a pesar de que muchas cosas sean diferentes desde hace trece años, debido a que, entre destrucción y construcción, se ha gastado proporcionalmente más dinero que el de la reanimación de Europa luego de la Segunda Guerra Mundial.
Los británicos, expertos en conquistas y suficientemente nobles para aceptar derrotas, se van más o menos a tiempo, dejando atrás cuatrocientos setenta y tres muertos, en medio de la duda sobre quién salió ganador. Después de un tiempo, como manda la historia, otros soldados serán los últimos en salir. Y si bien respecto de los que se van ahora cabe la duda de cómo les fue, el último que abandone el país tendrá que llevar la carga de la derrota de una guerra que todo parece indicar no valió la pena. ¿Quién será?