Un arma de doble filo

Editorial
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Las pilas de neumáticos, colchones viejos y rejillas metálicas que hay en las calles de Venezuela ayudan a desatar algunos de los episodios más violentos de esta agitada temporada de protestas y represión.
Las barricadas en los barrios caraqueños de clase media y en las ciudades gobernadas por la oposición -e incluso algunas del oficialismo-- buscan generar descontento, frustración y, en última instancia, provocar una revuelta popular. Pero igual que lo ocurrido con el movimiento antigubernamental que las precedió, el cual apeló a métodos pacíficos, la táctica no ha logrado producir un malestar generalizado.
De hecho, muchos opositores consideran las barricadas un regalo para el presidente Nicolás Maduro, quien no pierde oportunidad de aludir a los congestionamientos de tráfico causados por los bloqueos de calles, que frustran tanto a oficialistas como a opositores. Maduro --quien las llama "guarimbas", aludiendo a un término usado por los niños cuando juegan al escondite y que, por extensión, significa "refugio"-- resalta constantemente que las barricadas son prueba de que sus opositores no están en condiciones de gobernar.
Los pinta como una pequeña minoría que se propone dar marcha atrás con las políticas socialistas destinadas a beneficiar a los pobres.
Las protestas antigubernamentales son llevadas a cabo por gente de los sectores más ricos de la sociedad que tratan de revertir los progresos del proceso democrático que han beneficiado a la gran mayoría de la gente, escribió Maduro en un ensayo publicado por el diario The New York Times.
Si bien hay episodios poco claros que impiden una cuenta confiable, el gobierno dice que al menos 11 personas, incluidos estudiantes que participaban en las protestas e individuos progubernamentales que se movilizaban en motocicletas, fallecieron despejando o defendiendo las barricadas, cuando no chocando contra ellas. Algunos dicen que el saldo real es el doble. Apenas son levantadas, milicias progubernamentales tratan de derribarlas, generando violentos enfrentamientos por el control de las calles.
Si bien todavía hay marchas de venezolanos hartos de la tambaleante economía, la delincuencia rampante y la represión de la oposición, las barricadas surgen sobre todo de noche, en barrios de clase media donde residen mayormente opositores.
Una noche reciente, media docena de personas arrastraban pesados escombros, metales retorcidos y pedazos de cemento por una calle de Caracas. En cuestión de minutos habían levantado una barricada, arriba de la cual había un cartel que decía "Libertad". De un momento a otro desaparecieron.
Pero un activista, cuya edad era el doble de la de los demás, permaneció en una esquina. Era el líder de la guarimba de la zona.
Gustavo Pérez, un chef de 41 años, de cabello gris rapado, no llamaba la atención y es poco probable que alguien en las dos cuadras que son su zona de influencia supiese quién era. Sin embargo, un mozo de un café de la acera del frente lo presentó como el que mandaba en la barricada, sin disimular su enojo.