Un paso atrás

Editorial
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Siempre será peligroso y banal, aunque efectivo, ganar espacio político con los temores elementales de la gente. Pocas cosas existen, menos edificantes, que ganarse ese espacio a punta de quejas y reclamos que buscan destruir la fe en los contradictores,

atribuyéndoles problemas que ellos no necesariamente inventaron y nadie ha podido solucionar. Nada menos útil que la reiteración de propuestas calculadas para satisfacer simplemente lo que un oído mediano quiere oír.
Las elecciones municipales en Turquía y en Francia han representado el creciente respaldo de los ciudadanos a una especie de populismo que se lamenta de lo que otros consideran avances de la sociedad. Las proclamas a lo largo de la campaña estuvieron llenas de lugares comunes sobre fenómenos sociales que aparentemente han apartado al respectivo país de determinadas formas de vida. Como si el tiempo no hubiera pasado y no estuviéramos ya bien adentro de una época de cambios acelerados, de abolición de fronteras y también, porqué no, de crisis general de un modelo que sin contemplaciones seguirá dejando rezagados a amplios sectores de la sociedad.
A pesar de la similitud en el avance de esos reclamos populistas, que simplemente proponen un giro en U, en busca de un pasado que no se puede recuperar, existen diferencias importantes entre el caso turco y el francés.
En el caso turco, el partido del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, triunfante con amplia mayoría en los comicios, representa una fuerza de tinte religioso que pretende desmontar muchos de los avances que la sociedad turca consiguió bajo el liderazgo de Mustafá Kemal Atatürk, después de la guerra de Independencia turca (1919-1923), y que por décadas se convirtieron en los parámetros fundamentales de la vida nacional.
Los defensores de la tradición republicana, militantes de la separación entre la religión y la política, se sienten amenazados por los avances de un partido y un gobierno que desde hace una década obran en el sentido de retornar hacia un modelo de sociedad en el que el laicismo pueda ser reemplazado por prácticas de vida cotidiana más cercanas a la ortodoxia del Islam.
El discurso del retorno va acompañado de evocaciones de bienestar que provienen de una concepción asistencialista del Estado y de una actitud autoritaria que recibe el rechazo de buena parte de los habitantes de las grandes ciudades y el apoyo de aldeanos y campesinos, que encuentran en ese discurso una respuesta fácil a sus inquietudes.Tan evidente es la fuerza del mensaje que el partido de gobierno resultó triunfante a pesar de los escándalos, verdaderos o falsos, que le afectaron, y del hecho de haber cerrado los canales de Twitter y YouTube, cuya existencia y generación ni les importa ni afecta.
En el caso francés se trata del avance de la posición extrema del Frente Nacional, que ha sacado provecho de la insatisfacción general con el gobierno socialista del que no se podían esperar milagros, y se ha sumado al movimiento pendular que le dio un triunfo contundente a la derecha democrática tradicional en las elecciones municipales. Con la creciente influencia del partido de ultraderecha de los Le Pen, vuelven a la agenda temas que agitan otra vez la interpretación y la puesta en práctica de los principios republicanos en relación con asuntos como el de la inmigración, como si el país pudiera escapar de la resaca de la era colonial y de su condición de liderazgo cultural que le hacen apetecible para personas de toda procedencia.
Indudablemente en las elecciones locales afloran los problemas inmediatos, profundos y verdaderos de los ciudadanos. Allí salen a relucir los componentes de la inseguridad humana, el desempleo, las rencillas culturales entre lo urbano y lo rural, lo mismo que entre las grandes ciudades y las pequeñas, así como entre los raizales y los inmigrantes.Ciertamente no son estadísticas sino realidades humanas, pero la única salida no puede ser la del retroceso. A las fuerzas republicanas, en uno y otro caso, les corresponde obrar de manera que ayuden a animar una discusión política que salga del inmediatismo inútil del populismo y lleve a entender que ésta es una hora de verdad para todos. De mirar a lo lejos, de elevarse por encima de la inmediatez de los problemas y de los propios intereses, de coraje, de no dar giros abruptos, de afrontar la crisis y no de evadirla, ni posponiendo medidas ni prometiendo milagros. Es una hora de concertación para asegurar un mejor futuro, en lugar de dar un paso atrás.