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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



Escribir es la última parte de un complejísimo proceso de desgaste que inadvertidamente solemos llamar pensamiento. Por eso no es posible escribir verdades sin haber pensado antes, hasta la misma despresurización. Y por eso no es rigurosamente cierto que se escribe para comunicar: es muy posible que se escriba solamente para no estallar. Pero tampoco es absoluto que se escriba para "exorcizar los demonios". No, los demonios con que se nace están allí, y allí se van a quedar.

A lo sumo, se puede aspirar a atemperar escribiendo a esas bestias internas mediante su matización general, o sea, el envilecimiento y la depuración, recíprocas y simultáneas: el tenue envilecimiento de lo bueno que le queda a quien escribe alguna realidad; y la depuración de su mal, como efecto de la contaminación de la poesía con lo sórdido. No se trata de expulsar demonios, sino de domesticarlos.
Cada cosa que se escribe tiene su lenguaje, su clave. No es posible escribir seriedades usando de la letra resbalosa de las historias burlonas; así como nadie podría aguantarse un soliloquio literario convincente construido mediante academicismos. Pues las palabras viven gracias al artificio de su pronunciación, que es la sumatoria de la voz y el acento con que se las dice, el sonido. ¿Cómo suena, entonces, la palabra escrita? Las palabras resuenan cuando están en el papel, si quien las garabateó ha tenido antes el cuidado de soplarles la vida contenida en su voz silente. Alguna vez, una víctima de mis escritos me dijo que ellos tenían mi voz, y que no era prestada sino propia. No le creí nada, pero asentí con la cabeza mirando hacia otro lado: ella era sorda hacia afuera.
What if God was one of us?,dice la mujer que canta en la radio. Yeah, yeah, God is great…, yeah, yeah, God is good…, insiste la vocecita. El suyo es un lenguaje apropiado, pienso, para hacer oír lo cínico a quienes logran disimular su desesperanza con sus conductas apropiadas. Igual pasa con lo que se hace leer: si una persona desea soltar una carga que ya no necesita más, le convendría fijarse en la escritura de alguien que semeja la charla lenta de quien escucha con paciencia. Esa voz es suave y se la puede interrumpir, porque, en el fondo, su dueño desea provocar un experimento: hablar a través de su lector.

Entiendo ahora que una forma de domesticar a los demonios puede ser hacerlos ver a otros, cedérselos, y así, tal vez sí sea cierto, después de todo, que la finalidad última de escribir es la comunicación. Pero de esta clase. 

Cada cosa que se escribe tiene su lenguaje, su sonido. Esto, por ejemplo, debe de rezumar el tic-tac de la 1.13 a.m. No es posible escribir sin haber pensado antes, pero creo que es posible pensar sin escribir, aunque quizás esto no se haga mejor que si se tuviera oportunidad de revivir una y otra vez, mediante su lectura, la misma idea pensada, con la emoción con que se manifestó al principio. Esclavos de los sentidos, solo queremos perpetuar la inocencia. Escribir es cosa vana sin una razón de vida o muerte que lo motive: What if God was one of us? Para empezar, también estaría condenado a escribir para sobrevivir.