Confluencias nocivas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



¿Cuándo y cómo coinciden la guerra, la obesidad y el tabaquismo, por ejemplo? Más que la cantidad de muertos y los problemas de salud que cada año causan, es el creciente impacto sobre la economía mundial, que le restan recursos a otros renglones de tanta importancia y urgencia en sus soluciones: salud, infraestructura, educación, investigación y muchos otros. En mi columna "Epidemia universal" expuse el impacto sanitario de la obesidad y las enfermedades asociadas no transmisibles. La medición del impacto económico arroja cifras escalofriantes. Según Financial Times, cerca de un tercio de la población mundial tiene sobrepeso u obesidad, el doble de la desnutrición, con una creciente tendencia a quince años de llegar a la mitad de los seres humanos; una investigación de la consultora Mc Kinsey demuestra que el costo anual de la obesidad en el mundo está en el orden de los 2 billones de dólares, casi el 3% de la producción económica mundial, cantidades similares a los daños de los conflictos armados o del tabaquismo (2,1 billones anuales).
Las alarmantes cifras obligan a una urgente intervención orbital dirigida por las Organización Mundial de la Salud (OMS) y los gobiernos adscritos, pues el incremental fenómeno está catalogado como una epidemia por el mismo ente sanitario, situación que además lleva a patologías asociadas como la diabetes, cáncer, problemas cardiovasculares o afecciones articulares, que impactan seriamente las economías nacionales. La obesidad y sus consecuencias no se distribuyen de manera homogénea por razón de sexo, clase social, nivel de estudios ni zona de residencia -rural o urbana- ,según algunas investigaciones publicadas en la Caceta Sanitaria entre 2004 y 2005, España, por los tanto, sus consecuencias negativas tampoco se distribuyen homogéneamente; casi que toca "personalizar" cada solución.
Las causas son multifactoriales y, por ello, lo son también las estrategias. Las altas tasas de pobreza y miseria, el limitado acceso a los alimentos de alto valor nutricional, la deficiente educación, la pobre información al consumidor, la voracidad de la industria alimentaria, la eficiente publicidad o la indiferencia de los gobiernos cuando no complicidad, conlleva a una pésima alimentación de la población y a sus nefastas consecuencias, lo cual contrasta con el exceso en la producción mundial de alimentos -unas 1300 millones de toneladas, según la FAO-, lo cual habla de una pésima distribución y equidad alimentaria, para no hablar de la ética. Adicionalmente, la menor actividad física que impone la modernidad, colocan la balanza en el lado insano de la ecuación: mayor ingesta calórica -además, desequilibrada- y menor gasto energético, con un balance graso desfavorable. América Latina, en la medida de su reciente acercamiento a la llamada modernidad, ha deteriorado la calidad de su alimentación tradicional en favor de industria chatarra, con mayor consumo de grasas (trans, especialmente), gaseosas, comida de factorías, dulces en forma de caramelos -sin contar aun los químicos preservantes adicionados- en detrimento de alimentos sanos como las verduras o las frutas.
No hemos inventado las soluciones expuestas en las columnas anteriores, que coinciden con las de cualquier entidad de salud: simplemente, son consecuencias de la lógica y concuerdan con las recomendaciones de la OMS/FAO. Pero ello no basta: el grave problema debe atacarse agresivamente y resolverse de raíz. La educación en escuelas y hogares es factor clave: en las primeras, además, corresponde a las autoridades intervenir en la provisión de alimentos para garantizar que la dieta cumpla con las recomendaciones. Pero, más importante, deben existir políticas de Estado integrales orientadas a resolver los problemas alimentarios, de la misma forma que existe una política para reducir el consumo de sustancias nocivas como el tabaco (deficiente, claramente, por la fuerte presión de la industria y países beneficiarios del tabaquismo), o existe otra para la paz. El costo directo combinado de los efectos del cigarrillo, la guerra y la obesidad afecta negativamente a la economía; peor aún, según la FAO, los costos indirectos son superiores, especialmente en materia social, empezando por las pérdidas de vidas, el efecto sobre la salud, retraso en el desarrollo, impacto sobre la seguridad alimentaria nacional, y se pueden incluir sin temor a dudas la afección a los medios productivos, la pérdida de productos, el incentivo a la delincuencia y largo etcétera como resultante de nuestro conflicto.
Es menester, pues, que el Ministerio de Salud desarrolle de manera urgente un plan de choque para combatir la obesidad, enfocándose en hábitos alimentarios sanos, incentivo de la actividad física, freno de mano a los alimentos nocivos (que pena con la industria alimentaria dañina…), y mejores actitudes de consumo; la industria alimentaria debe concientizarse de su potencial, ya benéfico o ya pernicioso, y trabajar en consonancia con las autoridades sanitarias para bien de la sociedad: de ella se lucra. Y la educación: una población bien educada no caerá en las trampas que a diario publicitan en los medios masivos. A fin de cuentas, Colombia es una gran despensa de alimentos de alto valor nutricional como para entrar en el juego de la chatarra.