Trastornos y males de nunca acabar

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Ramón Palacio Better

Ramón Palacio Better

Columna: Desde el Centro Azul

e-mail: ramonpalaciobetter@yahoo.com



La realidad en Colombia es, que en todas las regiones sin excepción estamos acostumbrados de manera horrorosa e injusta a contabilizar cotidianamente y a diario un sinnúmero de crímenes, asesinatos, extorsiones, secuestros, atracos a mano armada, atentados, tráficos de distinta índole, incluyendo el comercio ilegal de órganos vitales y también de niños, niñas, jovencitas y hasta de personas adultas. A pesar de esto aún no nos damos cuenta, que estos rasgos punibles de ilegalidad son tradicionales trastornos y males de nunca acabar en nuestro país; por el contrario día a día van en aumento a pesar de los innegables esfuerzos de nuestras autoridades. Es una cultura de la violencia que no disminuye, ni se reducen los alto indicies de criminalidad imperante, como suele ocurrir en otras naciones verdaderamente organizadas, con una sociedad cuyos pobladores demuestran ser cultos y civilizados.
Sera que los colombianos aun no somos ciertamente civilizados, o no existe una suficiente cultura personal y social, frente a los deberes y derechos de los ciudadanos, o aun no somos lo suficientemente cultos, esto, pareciera ser más un misterio o un enigma en nuestro caso en particular. La sociedad colombiana por la existente fuerza del crimen organizado o no y las incuestionables pruebas históricas, cuyos propósitos parecieran ser el de destruirlo todo, en complicidad abierta u obligada de algunas autoridades, no todos y algunos gobernantes, no todos, que dan ejemplos de que algo que parecía imposible en la sociedad, la regresión, el retorno de un pueblo mal gobernado, mal dirigido, a la barbarie, a la crueldad, en muchos casos al salvajismo, a la brutalidad y a la incultura ya fuese por acción o por omisión o quizás por franca impotencia o ineptitud. Los altos niveles de impunidad casi total y absoluta de los delitos sin investigar, ni perseguir, ni juzgar, ni mucho menos condenar, han implantado en la mayoría de los casos unas lamentables condiciones de sálvese quien pueda y al romperse los diques de contención legal y moral la delincuencia asesina, se ha expandido como si fuera una masiva epidemia delincuencial.
Es verdaderamente insólito y absurdo la aparición de tantos y tantos asesinatos en tan breves tiempos, de los incontables ladrones, ni de qué hablar, están por todos lados de la patria y los secuestradores, sicarios, generalmente muy jóvenes, verdaderamente dispuestos a asesinar y perderlo todo en un solo golpe, además ejerciendo terrorismo y violencia, jóvenes cooperando con un sinnúmero de criminales, secuestradores, ladrones, traficantes y colaborando con una especie de deshonra ante la cultura de la delincuencia como informantes y hasta preparándose en especializadas escuelas de sicariato, que existen por todas partes del país sin problema alguno. Sin duda alguna, estamos seguros que los gobiernos mucho tienen que ver con las responsabilidades expansionistas de esta peligrosa cultura del delito existente en el país, la violencia, los continuos crímenes, el malvado secuestro, robos cotidianos: pero todos los gobiernos se asientan en las sociedades que les dan vida y sustento, o sea, que las sociedades también son corresponsables con esta gran tragedia de carácter colectivo.
Si vemos los argumentos de todos los analistas sobre la situación de esta injusta guerra al interior de nuestras sociedades en Colombia y que nadie o pocos han querido reconocer como tal, aun cuando en algunos sectores vemos que existen argumentos y reflexiones, que no faltan para imaginar las soluciones ante semejante cultura del crimen y el terror, males existentes de nunca acabar. Con un acuerdo social de unidad nacional sin la prevención de la cultura delincuencial existente, jamás será posible calmar los evidentes gestos de incivilización y de culturacion; pero ahí el dilema para que esa prevención actúe en una sociedad que ya está ardiendo en llamas; no tenemos tiempo para esperar con soluciones a mediano y largo plazo, porque la casa ya está incendiándose por todas partes, de no llegar los bomberos oportunamente el círculo vicioso del crimen seguirá causando más estragos.
Lo mismo ocurría para la reforma de los cuerpos policíacos y del sistema judicial. Es evidente que con los policías y las autoridades judiciales que tenemos los niveles de connivencia con el crimen no podrán ser combatidos. Por los debates a la moda y que vienen ocurriendo en Colombia, prevemos haber llegado a un insólito circuito en la cual existe la imposibilidad de reconocer entre los malos y los buenos, entre los honestos y los deshonestos, entre los funcionarios leales y los desleales. La descomposición no sólo es social sino estatal. El Estado como organismo complejo y multidimensional dejó de cumplir con sus objetivos históricos: no es capaz de proteger la vida y patrimonio de sus ciudadanos y sus familias; no es capaz de resguardar la integridad territorial; no es capaz de resguardar la integridad de las instituciones.
Y qué decir de los niveles más pavorosos de desigualdad, inequidad, injusticia social, informalidad de los negocios y parálisis productiva. Cómo pensar un país donde más de 20 millones de personas viven en el hambre y el Estado no puede resolver su condición personal, ni familiar; más allá de la simulación de respuestas, con proyectos y más proyectos, que se pegan como avisos políticos mal intencionados. Estos serios incumplimientos en las funciones del Estado ante la sociedad, se han convertido en un medio ideal para la reproducción del delito y el crimen en todas sus espantosas dimensiones. No existe duda alguna, aun cuando muchos no lo comparten, que estamos instalados en la desgracia a niveles que nunca hubiéramos soñado y la impotencia es, colectiva y expansiva. A veces pienso que ya llegó el momento de pensar en una reforma integral del Estado.