Duele la (in)cultura en Santa Marta

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



La cultura toca muchos aspectos, aparentemente disímiles, pero relacionados con el comportamiento de los individuos en una sociedad, y a las normas que la rigen.

Definiciones hay millares, pero actualmente se compilan en dos: una, los conocimientos, creencias y conductas de un grupo social; y dos, la llamada "alta cultura", que es el gusto por las bellas artes y las humanidades.

Cultura significa cultivar, propender por el mejoramiento individual y colectivo a través de las normas, manteniendo, rescatando y fomentando tradiciones, valores, costumbres, actividades y comportamientos adecuados, mediante la educación.

Hoy, el término se extiende a otros aspectos como las organizaciones, sociología, antropología, administración, etc. Para la Unesco, se incluyen además las artes y las letras, modos de vida y derechos fundamentales del ser humano. La cultura, a fin de cuentas, juega en todos los aspectos.

Hoy en nuestra Santa Marta, la cultura se desvanece en una Santa Marta que marcó pautas sociales significativas: respeto; honradez; valores individuales, familiares y sociales; educación, arte, tradiciones y un prolongado etcétera.

Ahora impera la cultura del dinero fácil, la violencia, el irrespeto absoluto, la ley de la selva, la banalidad, y toda una serie de antivalores, en un escenario de rampante barbarie.

La cultura es un conjunto de arte, recreación, deporte, entretenimiento y educación: en nuestra ciudad está fragmentada, dispersa, arrinconada y ausente de las estructuras y los programas de los gobiernos.

Para muchos gobernantes, la cultura ha sido un estorbo, algo que sólo causa gastos, vainas de bohemios, desocupados y excéntricos: así la ven. La cultura es costosa, pero la falta de cultura es carísima.

En toda sociedad se necesita cultura ciudadana; por ejemplo, para organizar el tráfico automotor, evitando accidentes y sus costosas consecuencias; para respetar el espacio público y el mobiliario urbano; para utilizar debidamente el tiempo libre de los estudiantes, evitando su caída en los vicios y en la delincuencia; para inculcar en los alumnos, más allá de las matemáticas y las ciencias, conceptos fundamentales del arte en todas sus expresiones.

Si la inversión en cultura desaparece, se ausenta el respeto por todo, como también la posibilidad de recaudar recursos desde ella. Ahí lo estamos viendo.

Desde luego, en Santa Marta hay esfuerzos aislados por mantener lo poco que persiste de una ciudad en donde los salones de pintura, conciertos de sinfónicas, grandes pianistas, actores de teatro internacionales y nacionales, declamadores, etc., eran "pan diario".

El patrimonio histórico muere entre oscuridad, polvo y telarañas. Una ciudad que presume de "cultural e histórica" de todo tiene menos eso; y el turismo, lánguido y decadente, ya no es lo que fue.

Hacen de las suyas la ocupación anárquica del espacio público, el caos vehicular, el ruido, el acoso de vendedores, los robos, etc. La incultura total en sus mayores dimensiones, que siempre lleva a sociedades ramplonas, montaraces, agrestes.

Con la identidad cultural se forja el sentido de pertenencia a un grupo social y se comparten rasgos comunes, como costumbres, valores y creencias; todo un patrimonio inmaterial de identificación colectiva, que se refuerza localmente y se nutre de la influencia exterior en forma permanente.

En Santa Marta se han ido perdiendo aquellos distintivos que nos caracterizaban, y hoy resulta difícil describir nuestra identidad. Incluso, la gastronomía local está sobrepasada por influencias foráneas y estereotipos impostados.

La actual oferta artística y cultural de escasas dimensiones, que existe gracias a esos quijotes incansables que no la dejan morir: de hecho, la cultura siempre es vital. Hay que recuperar el tiempo perdido.

El fomento organizado de la cultura desde la educación primaria hacia adelante es urgente en aspectos como cultura ciudadana y ecoambiental, música culta, pintura, fotografía, visitas guiadas a museos locales y regionales, historia, talleres de lectura y tertulias literarias, ética y filosofía, que pueden ser los detonantes de un cambio necesario y urgente; corresponde también capacitar a los formadores.

La sociedad samaria debe entenderlo: hay que ponerles dolientes a la cultura, y buscar los recursos necesarios, con el apoyo del Ministerio de Cultura.
¿Cómo recuperarla?

Con la voluntad política de nuestros gobiernos y la respuesta de la sociedad, con la participación de la empresa privada. La cultura no es propiedad de nadie en particular, sino de toda la sociedad, que la merece plena y sana.