El sacerdocio de los pobres

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Gustavo Hernández López

Gustavo Hernández López

Columna: Opinión

e-mail: gusherlo@hotmail.com



Ha partido de la órbita terrenal con destino al cielo y lo asevero, por cuanto se trata de un santo varón, el Padre Camilo Tapias Silva S.J. quién nos legó enseñanzas y ejemplo de sencillez, espíritu de servicio, fortaleza de alma y sobretodo entrega integral a sus semejantes.
Nunca le gustó el boato, ni los lujos, ni las cosas suntuosas. Quería y esa era su razón de ser de que sus luces, su orientación espiritual, su criterio y concepción filosófica fuera auténticamente ignaciana, es decir de volcarse a los demás, de vivir para los demás y de sentir y ayudar a los demás.
Tuve la fortuna de analizar con altura intelectual, la que él poseía en grado extremo, circunstancias políticas, jurídicas, económicas, sociales, deportivas y religiosas tanto de orden nacional como internacional. Su punto de vista sobre cualquiera de los temas y tesis que le llamaban la atención, los ventilaba, los discutía, los defendía, pero lo más importante es que le gustaba el debate y de esa manera se podía llegar a conclusiones serias e importantes.
Me brindó su amistad, la cual valoré en su justa medida. A veces era tal su humildad que me pedía conceptos, me solicitaba ampliarle o ilustrarlo acerca de determinados aspectos en los cuales él creía que podía aclararle dudas e inquietudes dada mi experiencia profesional y personal. A mi juicio fui de los pocos o contados privilegiados, con los cuales a menudo él dedicaba horas de su descanso con miras a conversar, examinar, cerrar y consumar en torno de todo lo divino y lo humano.
Como lo expresé en mis palabras durante sus funerales, en múltiples oportunidades me invitaba a su misa, sorprendiéndome, cuando les decía a los asistentes a la celebración religiosa de que yo iba a leer y también a explicar el evangelio. Naturalmente me ponía en aprietos para superar ese escollo. Sin embargo al final de la homilía me estimulaba diciéndome después del abrazo de que lo había interpretado y había dicho lo que era necesario decir. No dudo de quefuerasiempre excesivamente generoso en todo sentido en lo que a mí se refiere.
Todo aquello que hoy por hoy nos pone de presente el Sumo Pontífice Francisco, Camilo lo practicaba y aplicaba desde que comenzó su labor sacerdotal, toda vez que preconizaba en todas partes de que un párroco, un celebrante de la eucaristía, debía ante todo hacer que la gente, entendiera el sentido de congregarse alrededor del Señor. De ese modo buscaba que todos los presentes se inmiscuyeran y participaran, con el propósito de que fuese un verdadero sacramento comunitario.
Su sentimiento fraternal con sus hijos como llamaba a todos aquellos que se le acercaban, lo estimaban y lo requerían, justamente era que había que ir y llegar antes de que arriben, es decir que los clérigos tenían que tomar la iniciativa y anticiparse a estar en contacto con los que conformaban su séquito o con sus feligreses. No el presbítero aislado sino por el contrario totalmente integrado con su comunidad. Tal cual como lo está señalando el Papa Francisco. Además pensando todo el tiempo en los menos favorecidos, pero con una misión de ser benévolo en bendiciones y en colaboraciones reales de apoyo económico, educativo y espiritual. Entonces sus promesas daban lugar a que los sueños de muchos se convirtieran en realidad.
Lograba esos derroteros, gracias a que hombres de empresa y de solvencia financiera confiaban y le daban total credibilidaden forma incondicional, consecuentemente le proporcionaban los dineros que le permitieron tenderle la mano aun sin número de estudiantes los cuales con su respaldo monetario culminaron sus carreras.
Por todo lo anteriormente descrito y por el afecto que se le tenía, es que pese a ser comienzos de semana santa, en ésta su última despedida numerosas personas de los sectores políticos, militares, económicos y sociales, permanecieron y lo acompañaron al lado del féretro. Ciertamente todos lamentando con dolor y con tristeza su deceso.
Sus exequias en Bogotá en la capilla de los jesuitas, fue solemnemente sobria. Desde el Padre Provincial Carlos Correa, pasando por los más jóvenes jesuitas y hasta sus familiares y allegados, dejaron translucir en sus rostros su pesar porque se nos fue el gran Camilo.



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