Maestro José Barros

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Con mayúsculas, el Maestro José Barros brilla con luz propia en el firmamento musical de Colombia. El magdalenense, hijo egregio de El Banco, cumplió su primer siglo de gloria éste 21 de marzo de 2015. Artistas excelentes y prolíficos hay muchos en Colombia, pero son escasos los versátiles; de ellos, José Benito Barros Palomino compartió honores con su amigo Lucho Bermúdez. El maestro Barros incursionó en géneros tan disímiles que van desde la emblemática cumbia hasta la balada rock, pasando por pasillo, bolero, tango, son cubano, vals y un sinnúmero de expresiones: las que más gloria le dieron, las de nuestro folclor, entraron a su repertorio de creatividad en su madurez musical. La belleza de palabras simples acopladas espontáneamente engalana sus canciones; y es que en sus piezas se juntaron la inspiración y grandes clásicos literarios, incluyendo obviamente a Gabo, además de las historias escuchadas a foráneos y vividas por él mismo. Su alma de nauta portugués (su padre era luso) y el saudade del fado lo inspiran en muchas composiciones. Aun cuando al inicio de su brillante carrera primaron la improvisación y el empirismo en voz, composición y guitarra, la teoría musical enriqueció su trabajo. Sin embargo, por el desconocimiento de la notación musical requería de alguien que plasmara en el pentagrama sus inspiraciones; Lucho Bermúdez muchas veces le ayudó en esa tarea.
Ningún colombiano ha estado ajeno a las composiciones del maestro; muchos sin saberlo. Hace algunos años, las delegaciones deportivas de Colombia acompañaban su marcha con "El gallo tuerto"; "La piragua" ha sido interpretada por varias generaciones de músicos y casi que cantada por cada colombiano; en el interior de la república entonan "Pesares" creyéndola de autor andino; "Las pilanderas", "Navidad Negra", "La llorona loca" y muchas otras bellas piezas fueron interpretadas en fiestas de salón: la Sonora Matancera inmortalizó "En la orilla del mar", y así sucesivamente. Casi mil obras completan su producción musical, que sedujo a artistas de la talla de Bienvenido Granda, Nelson Pinedo, Charlie Figueroa, Tito Cortés, los Black Stars, la Billo´s Caracas Boys y, más recientemente, Carlos Vives. Agustín Lara lo catalogó como "el más grande compositor de América". Belisario Betancur le concedió la "Orden Nacional al Mérito"; la organización Ardila Lulle le otorgó el "Pentagrama de Oro José A. Morales"; fue socio fundador de Sayco, la cual le confirió su máxima distinción, "El Pentagrama Sayco de oro". El Congreso de la República lo condecoró, y en El Banco se celebra cada año el Festival de la Cumbia "José Barros" en reconocimiento a su obra. "El pescador" fue considerada por los soviéticos como representativa de Colombia y Latinoamérica, tal su universalidad. Muchos premios y reconocimientos merecidísimos.
No la tuvo fácil: alejado de la escuela por profundas carencias, desde niño luchó la vida en oficios disímiles en varias ciudades y países. Trasegando por nuestra geografía, es en Bogotá donde compone "El gallo tuerto", su primer éxito. La pronta fama lo sitúa fuera del país, cuando triunfa de verdad: hasta entonces, en su obra primaban aires musicales ajenos como tango, boleros, rancheras y son cubano. De regreso a Colombia, y entendiendo la importancia de nuestro folclor, incursiona en géneros afrocolombianos, especialmente en la cumbia, además de otros ritmos. Fue uno de los gestores del Festival de la Cumbia, que hoy lleva su nombre. El maestro trabajó siempre con ética y nunca puso su talento al servicio del dinero fácil ni de la política para vivir; por el contrario, estuvo siempre del lado de los humildes como él, aplastados por la violencia cotidiana. Nunca sintonizó con las expresiones folclóricas deformadas por el afán comercial, en especial esos géneros actuales, mal llamados "vallenato". No fue persona de farándula ni de escándalos mediáticos. Su sencillez lo alejó de las cámaras y micrófonos, llevando una vida tranquila en El Banco. Al final, los achaques le impiden caminar sentándolo en una mecedora, y poco antes de fallecer lo trasladan a Santa Marta, desde donde, con sus recuerdos olvidados partiría definitivamente a su siguiente destino. Las piraguas y canoas del Río Magdalena con su madearamen crujiente y sus bogas de color majagua le habrán hecho una calle de honor en su viaje a la eternidad. Gloria por siempre, Maestro.