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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



La repugnante imagen de un borracho llamado Gaviria en los noticieros no debería distraer la atención pública de la contracara de ese episodio, su antítesis y a la vez parte de su explicación. Me refiero a los abusos de la Policía, pero no con sujetos como el de los videos publicados, cuando claramente no los hubo, sino respecto de las conductas de los de a pie, frente a los que los agentes policiales suelen ser un poco menos sutiles y tolerantes. La primera idea que uno puede extraer de las cintas es que en Colombia parece bastar con "hablarles duro" a los del orden, amenazarlos de muerte con propiedad, presumir de joyas, ropa, vehículos, de algún reloj costoso, de apellidos y amistades -o de todo ello-, o exhibir conductas atribuibles a una clase social privilegiada (¿y un color de piel en especial, unos rasgos físicos particulares?), para propiciar la sumisión de los encargados de garantizar el equilibrio de los ciudadanos en la práctica.
A esa primera idea debe yuxtaponérsele la hipótesis comprobada de que cuando muchos policías están seguros de que no hay quien los vea, y ven ellos que la persona en cuestión no tiene o parece no tener posibilidades de retribuirles de forma alguna su exceso de autoridad -su autoritarismo-, la mansedumbre, la bonhomía, el cariño con que trataron al sujeto que sí merecía haber pasado la noche encalabozado, desaparecen; y entonces, se compensan con la venganza legalizada, las más de las veces brutal, ante aquel que no puede defenderse o contraatacar.
Podría decirse que ambos extremos se tocan y que son dos lados de una misma moneda, y que, en un país diseñado para la desigualdad, gobernado por clases dominantes que creen en la desigualdad y por gobiernos integrados por personas que no hacen mayor cosa frente a la desigualdad, lógicamente no puede haber ninguna igualdad material ante la ley, y a veces ni siquiera igualdad formal, como en el caso del mamarracho Gaviria. Uno también pensaría que, con la alharaca mediática de la semana pasada, puede haberse estimulado la calentura de más de dos fulanos que ahora sí se convencieron de que la chabacanería sirve para parecer hombre, y que por ello podrían terminar de decidirse a imitar el irrespeto a la Policía y a cualquiera. Sin embargo, la escenificación del ridículo ha sido tan intensa esta vez que quizás no sea del todo imposible que algunos agentes hayan decidido dejar de otorgar tratos preferenciales y hacer bien su trabajo.
En cualquier caso, para amainar el autoritarismo policial ante los poco influyentes -los invisibles-, tendría que ejercerse una presión equivalente en la Internet y en los noticieros que no va a suceder: nunca antes ha pasado a pesar de los reiterados maltratos denunciados. La presión social en esta oportunidad ha sido ejercida por los variados matices de la clase media alta, pues tales tienden a ofenderse al reconocer en otros privilegios de que ellos no gozan, rechazo que no replican respecto del acoso oficial que sufren los que están "más abajo". La desigualdad empotrada en la historia nacional no conoce de solidaridades integrales, sino de apenas parciales.



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