Se armó la guarimba

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Grande debe ser el desespero de Maduro y compañía para tomar tan extrema medida: irrumpir sin orden judicial (los déspotas hacen caso omiso de formas y contenidos) a las oficinas del alcalde de Caracas Antonio Ledezma, alegando una conspiración para derrocarlo.

Las dramáticas imágenes descargadas de las cámaras de seguridad del edificio son dicientes: un piquete del Sebin entra armado con fusiles de asalto, destroza la puerta, y saca a Ledezma rodeado de varios uniformados. Se aprecia en algunas fotos su rostro golpeado (¿se resistió "cobarde y brutalmente" ante la detención?), y las camionetas que les esperan en la calle para llevarlo con destino desconocido. Justicia por mano propia para "abortar" un presunto golpe de estado que se estaría fraguando, según el presidente de Venezuela, desde Colombia (siempre Estados Unidos y Colombia cuando hay líos allá, no?). La independencia judicial en Venezuela desapareció rápidamente durante la era Chávez.

Y me refiero no a un desespero por la eventual pérdida de su mando a manos de golpistas -venezolanos de su propio círculo de poder-, algo que retumba con insistencia en los corrillos. No; sus angustias pasan por su incapacidad para resolver numerosos y difíciles problemas: caída del precio internacional del petróleo, las herencias de Chávez (burocracia, corrupción e ineficiencia en Pdvsa, paternalismo estatal interno y externo, etc.), desabastecimiento de productos vitales, censura oficial a los medios opositores, etc. El mundo entero, excepto los gobiernos socialistas de América Latina que guardan silencio, se opone a la detención arbitraria, que precede a la de Corina Machado, ya ordenada por Maduro, atrapado en Miraflores por sus propios fantasmas.

Están tan ligadas Colombia y Venezuela que todo lo que sucede en un país afecta al otro; hay muchas familias con un pie a cada lado de la frontera que sufren por igual los problemas que afectan a ambas naciones. En esas situaciones, se distrae a las masas señalando a enemigos supuestos o reales, y desplegando cortinas de humo que calan en fanáticos ciegos quienes apoyan cualquier cosa que surja de los palacios presidenciales. De esto saben muy bien los países latinoamericanos, que han sufrido toda clase de satrapías.

En Colombia, el ambiente político también se puso al rojo vivo. Cada paso que apunta al final de la guerra es criticado con mayor vehemencia desde la oposición incentivando, como no, los instintos primarios y pensamientos fijos inculcados en su público. Antanas Mockus, un hombre decente que hace muchos años trabaja por la paz, vivió en carne propia la infame andanada de falacias por el hecho de promover una Marcha por la Vida.

Los "argumentos" contra el exalcalde de la capital no resisten el mínimo análisis sensato, pero produjeron el efecto buscado, que fue asociar en insólito silogismo al presidente Santos, Mockus y las Farc. ¡Cuánta barbaridad junta! La reciente gira del Centro Democrático por los Estados Unidos en contra de la terminación del conflicto terminó con un tiro en el pie.

Sólo reforzó la postura mayoritaria del mundo entero: apoyo decidido y creciente a la negociación. Obama encargó a Bernie Aronson como delegado de su gobierno en Cuba. Se suma frontalmente a las iniciativas de las organizaciones supranacionales, el Vaticano y la Unión Europa, por mencionar algunas entidades de gran peso en el mundo.

¿Estará equivocado el planeta entero, incluyendo a especialistas, estudiosos, etc? Desde luego, nadie en Colombia desea una situación mínimamente parecida a la del país vecino. Buscar el final del conflicto armado de ningún modo significa entregar el país a las Farc ni adoptar un modelo socioeco-nómico fracasado; menos aún, la inclusión social significa el triunfo del terrorismo.

Estoy convencido que mejores aires se respirarán si los combatientes y sus apoyadores detienen la guerra y se dan la mano, mientras la sociedad civil ajena al conflicto decide las mejores acciones para buscar verdad, justicia, reparación, perdón y garantía de no repetición. ¿Es muy complicado? Colombia merece una oportunidad de paz y un adiós a las armas.

Ante la esperada catarata de críticas, aclaro que no defiendo a ningún caudillo, no tengo carné de ningún partido político ni actúo por obediencias doctrinarias. Solo soy un ciudadano del común, librepensador, agradecido por contar con un espacio de opinión en este diario.