El oscurantismo santista

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Andrés Quintero Olmos

Andrés Quintero Olmos

Columna: Pluma, sal y limón

e-mail: quinteroolmos@gmail.com



Colombia es un país que se ha acostumbrado a la violencia, a ver sangre, donde el nivel de intolerancia se eleva cada día más; comportamiento que empieza a volverse habitual y pasa del impacto social a consideraciones que si bien es cierto no son de aceptación se constituyen en hechos comunes, es como si nada pasara.

Las masivas, recurrentes y bien organizadas manifestaciones de cara al brote de violencia en el país, no dudan atribuirlo a un mal de la sociedad en general, calificándola de una enfermedad que se ha deteriorado a tal punto que sacrifica a los más inocentes: los niños.

En criterio justo y razonado no es prudente hacer una generalización como expresar por ejemplo que hechos como el recientemente ocurrido en Florencia (C), donde fueron vil y cobardemente asesinados cuatro inocentes niños y otros casos idénticos son propios del ser social; es más contundente, significativo y elocuente reclamar del Estado colombiano el abandono, la permisividad y omisión que ha asumido en diferentes sectores neurálgicos del país, donde se le ha requerido y se ha mostrado ciego, sordo y mudo.

Son los niños que ya reclaman respeto por sus vidas, ya que muchas veces los mayores se muestran indiferentes y son actores de sus desgracias. Esta concepción nace de la apreciación en que a medida exista más presencia estatal en inversión social y que la institucionalidad sea más efectiva, vigorosa y respetada, podremos ser más conscientes de la importancia que tiene la vida. Se pierde el respeto por la vida, se degrada la humanidad; la realidad es que nos hemos sumergido hasta el fondo y para salir de allí es vital y necesario mirar hacia principios que orienten la vida de cada ser.

Estos crímenes atroces y demás atentados contra la niñez, se constituyen en un referente oscuro preocupante y angustioso que debe ser divulgado con mayor énfasis a través de los medios de comunicación, tras la finalidad de concientizar a la sociedad para que haga eco incesante y abundante a rechazar estos actos; para que cada asesinato sea un hecho que conmueva, que nos duela a todos; es decir prender alarmas a manera de protesta.
En el país se ha deslegitimado la vida de nuestros semejantes; por ello hoy se requiere más que nunca hacer valer el postulado que los derechos de los niños están por encima de los derechos de los demás.

La responsabilidad debe ser asumida por toda la sociedad y especialmente por sus instituciones; concepto este compartido por todos los organismos no gubernamentales nacionales e internacionales encargados de la protección de la niñez a fin de dar una respuesta efectiva, concertada y rápida a esta expresión criminal.

Estas falencias son consecuencia de la enfermedad por la que atraviesa la sociedad, es decir pasamos por una grave crisis de valores. Testimonios, acontecimientos y pruebas fehacientes y palpables que describen la gran magnitud de la violencia despiadada y cruel que esgrimen determinados autores de la sociedad del país, dan muestra como cada día se irrespeta más a la niñez, se abusa, pisotean los principios constitucionales y las autoridades no despliegan todo el poder; en otras palabras se nos creció el enano; no se actuó, no se controló y no se sancionó a tiempo.

Ante este dantesco y demencial escenario de vida, las preguntas que surgen: ¿Dónde están las autoridades?, ¿Qué hacen?, ¿Cuál es el papel de la sociedad y la institucionalidad? Otro ejemplo de antivalor lo configura el desfile de niñas, denominado "Miss Tanguita", patrocinado por la Alcaldía de Barbosa Santander, ¿Qué pueden aprender estas niñas en estos eventos a esa edad, acaso incitar al erotismo?, lo más aconsejable seria que estuvieran en programas educativos, recreativos, acordes a su edad. Todas estas manifestaciones, muestran el animal salvaje que posee el hombre, motivo por el cual estamos obligados a la orientación de nuestra niñez como el objetivo primordial.