Hay que buscar el encuentro, no el desencuentro

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Escrito por:

Víctor Corcoba Herrero

Víctor Corcoba Herrero

Columna: Algo Más que Palabras

e-mail: corcoba@telefonica.net



Todo el mundo parece jugar a la defensiva, cuando lo que tenemos que buscar es el encuentro, jamás el desencuentro, ver lo que nos une, afianzar los puntos coincidentes, reforzar la sensibilidad de cercanía, porque el ser humano en la medida que se comporta como ser humano, en lugar de vencer, convence, que es mucho más interesante, porque es humanizador. No es de personas civilizadas que se sigan enfrentando mundos en un único mundo. El mundo de la racionalidad secular y el mundo de las creencias religiosas deberían entrar en diálogo. El mundo de los poderosos y el mundo de los socialmente desheredados, necesitan el uno del otro, y debieran dejarse guiar por un sentimiento humanitario. El mundo de los que arremete y el mundo de los que entromete, tendrían que despojarse de sus propios intereses y dejarse arropar por el bien común. Si se pusiera como primer valor la convivencia, en lugar de la conveniencia, estoy seguro que esos mundos contrarios ya no existirían.

Es cierto que transformar modos y maneras de pensar, como puede ser el cambio de mentalidad hacia una visión de vida más compartida, puede ser un arduo reto, pero no imposible. En cualquier caso, lo que menos falta hacen son los ideólogos para este cambio. La cuestión de conocernos es algo innato, requiere de la libertad de cada individuo. Ya en su tiempo, el célebre Tales de Mileto, advirtió de la dificultad: "La cosa más difícil es conocernos a nosotros mismos; la más fácil es hablar mal de los demás". Han pasado los siglos, las generaciones de esos siglos, y aún hallo tanto desacuerdo entre yo y yo mismo, como entre yo y los demás, como entre los demás y los diversos mundos. Cada día resulta más embarazoso comprender a los moradores de esta vida. Somos de una torpeza enorme. ¿Para qué saber tantas cosas, si la principal, la humanizadora, es nuestra mayor ignorancia? A los hechos me remito. En cada niño -dijo Jacinto Benavente- nace la humanidad y le lanzamos piedras. En cada persona -dice servidor- nace un poema y destruimos el cuerpo de su alma. Todo el bienestar que el ser humano puede alcanzar, está, no en el consumo, ni en el placer de ser más, sino en el gozo del acuerdo, de la armonía, de la concordia, de la conciliación, del pacto, de la amistad.

Ahora bien, para buscar el encuentro, más que las grandes cosas hay que hacer crecer las pequeñas cosas. Hoy es tan urgente la armonía con la madre tierra como con el ser humano. Sobre el planeta hay multitud de especies vivas, pero sólo las personas tenemos la conciencia necesaria y el talento preciso para promover un mapa armónico de vida. Ha fracasado la tolerancia y nos hemos perdido el respeto. Hemos fallado en el compromiso. La superioridad de razas y culturas nos gobiernan a su antojo, generan tensión, porque su mismo abecedario existencial es de confrontación permanente. Por ello, son tan importantes los defensores de los Derechos Humanos. Son los magnos conciliadores. Se afanan en conciliar la justicia y la libertad, el amor y la paz, el valor de la vida y la valía del ciudadano como tal. Saben que donde habita el diálogo cohabita la victoria del ser humano. Por el contrario, también conocen que allá donde los gobiernos son corruptos, en lugar de la mano se levantan los puños. Sus hazañas deberían hacernos reflexionar a todos, siempre se ha dicho que la meditación desenreda todos los nudos.

A la Santa Sede le preocupa el nuevo fenómeno de la intolerancia y discriminación de los cristianos en Europa, escribe un portavoz vaticano. A Naciones Unidas le inquieta la marginación de comunidades enteras debido al color de su piel. A la Organización Mundial de la Salud le alarma que los ricos reciban toda la atención de salud que necesitan, mientras que los pobres tienen que arreglárselas por su cuenta. A la Organización Internacional del Trabajo le intranquiliza que el trabajo decente sea un sueño para unos pocos. A la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, le agita construir la paz en la mente de los hombres y las mujeres. Al Banco Mundial le impacienta que no se trabaje por un mundo sin pobreza... Todas estas instituciones, y tantas otras, no cesan en llamarnos la atención. ¿Por qué no se les escucha? ¿Dónde está el encuentro de sensibilidades humanas? Desde luego, no son palabras necias para que hagamos oídos sordos.

El encuentro humano se produce en la medida que nos mueva y nos conmueva una causa común, el bien de todos, sin exclusiones. Es una urgencia proponérnoslo como deber. Hay que buscar y rebuscar un lenguaje común. Merece la pena propiciarlo. Por desgracia, el mundo cada día está más desquiciado, en parte por este desencuentro humano. El triste espectáculo de la violencia y de la guerra no ha cesado. El abecedario de las armas llena a diario páginas y páginas de dolor en el mundo.

No perdamos la esperanza. Sí al final la humanidad fuese capaz de superar las divisiones, los lances de interés, los radicales contrastes, sería el primer gran laurel de la especie. La fuerza de un transparente diálogo es la única forma de buscar soluciones pacíficas a los problemas que injertan los conflictos. Nadie puede ser adversario de nadie. Lección primera. Esto exige apertura y acogida, es decir, que cada ser humano exponga su punto de vista, pero escuche también la exposición de otro ser humano. Los falsos diálogos, que tienen lugar en algunas cumbres o conferencias internacionales, son más de lo mismo, reuniones convenidas, que a nadie suelen convencer. En ocasiones, activan aún más el encontronazo, por el deseo de poder de sus dirigentes, que en vez de proponer y aguzar el oído, imponen sus criterios jactanciosamente. El desencuentro aún es mayor cuando se utiliza deliberadamente la falsedad en determinados foros, utilizando todo tipo de tácticas, que además de impedir el diálogo, hace perder los estribos a cualquiera.