La vuelta del idealismo pragmático

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Twitter: @TulioRamosM



No han faltado las interpretaciones sobre el asunto de Cuba y Estados Unidos que, con variedad de matices (aunque dirigidas todas hacia un mismo punto), pretenden vaticinar el no demorado desmoronamiento interno -”desde adentro”- del Estado cubano a partir de la jugada de Obama.

El problema de esta teoría es el de siempre: es necesario, para otorgarle un valor de verdad siquiera relativa a esa conclusión, partir de una premisa mayor bien cuestionable: no es la sociedad cubana misma la que ha sostenido al “régimen”, sino que ella es una rehén de Fidel Castro que ya cumple cincuenta y seis años esclavizada. Ahí es donde se equivocan conservadores y liberales gringos (en esa coincidencia de superficialidades basada en la limitada visión que da el poder hegemónico), desde el propio Obama (¿solo en apariencia?) hasta los no pocos que en el Norte todos los días se dedican a calificarlo a él con palabras que significan, además de “negro” en sentido racista, “afeminado”, “incapaz”, etc., por atreverse a ser el hombre decente que es.

Se equivocan unos y otros, digo, porque parece que la historia no termina todavía de enseñarles que el universo no es yanqui-centrista, y que no existe, no puede existir, una sola comprensión de la palabra libertad, tanto en la política como en el derecho internacionales.

Considerar, como los Estados Unidos lo hacen ciegamente, que un país puede estar tan equivocado sobre sí mismo, durante tanto tiempo como Cuba los ha molestado, es casi un insulto para la inteligencia, no ya del pueblo en cuestión, sino del mundo entero. Por eso, los moderados que ven en el movimiento de Obama una domesticación definitiva de la isla, a tres bandas, están tan errados como los radicales que en 1959 no le daban un mes de vida al Comandante.

La gran verdad es que no habría podido existir Fidel sin Cuba, así como no habría habido Chávez sin Venezuela, y en Colombia no se estaría buscando la paz si la gente así no lo quisiera. Se trata de multitudes, no de individuos.

Por mi parte, prefiero pensar que Barack Obama hizo lo que hizo, increíble como parece, para acercarse a una de sus promesas de campaña, que era cerrar Guantánamo, y que no ha podido cumplir (las promesas valen, para algunos); y, además, para luchar contra ese viejo país suyo de millonarios de frío cerebro (no necesariamente racionales), dispuestos a todo para retener el poder, y que, a más de intentar destruirlo a él, se han encargado de que el planeta tenga un gran enemigo visible y común, no tanto por el éxito económico, científico y militar estadounidense, como por su capacidad de captar odios desde la imposición de valores más allá de la diferencia.

En otras palabras, soy de los que cree que Obama se ha jugado los restos para mostrar otro camino a su país, y para que, así, este no siga garantizándose las consecuencias del desprestigio global desdeñado por sus gigantes corporativos, los que no padecen pesos ni contrapesos. Paradójico es trabajar a favor de tus enemigos.

Estamos, pues, en presencia de alguien parecido a un humanista, y no de un político más. Me quedo con la idea de que, internamente, Obama decidió reconocer igualdad jurídico-internacional a la pequeña gran Cuba presionado por la más bella de las razones: porque era lo correcto, y no apenas por la finalidad que públicamente aduce, que es lo único que puede decirle al gringo promedio: la implosión gradual de la Revolución Cubana.