Torturas y otras barbaries

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



Imagine usted al típico ciudadano de Oriente Medio o del Norte del África, musulmán de marcado fenotipo que apoya las causas políticas de sus naciones (Palestina o Irak, por ejemplo), y un nombre sacado de su cultura. Piense ahora en un estadounidense medio que, impotente y atónito, ve caer las torres del WTC el 11 de septiembre de 2001, mientras le escucha al presidente Bush decir que las inmensas edificaciones, orgulloso símbolo de los Estados Unidos, fueron derribadas por Al Qaeda en maligna coalición de Osama Bin Laden y Saddam Hussein (nada de ello probado, realmente), clamando venganza por semejante afrenta del mundo árabe a su país, emblema del capitalismo y la democracia.

Suponga ahora que ese ciudadano estadounidense, lleno de rabia le exige venganza a su gobierno que ha declarado una dudosa guerra, la "lucha contra el terrorismo", y que el árabe musulmán se convierte en sospechoso sencillamente por serlo; tal es su pecado. Ambos ciudadanos terminan odiándose por causa de sus gobiernos y sus aparatos de propaganda tendenciosa.

Ahora, los soldados norteamericanos y agentes de la CIA complacen a sus ciudadanos arrestando a musulmanes en países ajenos, sin prueba alguna y sin orden judicial, no importa, y trasladarlos secreta e ilegalmente a otros países distintos de USA para evadir la acción de las autoridades judiciales estadounidenses.

A esos capturados ellos hay que sacarles información y destruirlos, como en las películas de Hollywood. Hay un problema (en realidad, hay muchos problemas): la octava enmienda de la Constitución de los Estados Unidos (1791), que específicamente prohíbe la tortura; adicione ahora los efectos del Juicio de Núremberg, que implican la humanización de la guerra y el respeto por los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario, actos a los que Estados Unidos adhirió y promueve por todo el planeta.

Los presos musulmanes no pueden ser llevados a Estados Unidos por los numerosos problemas legales que afrontaría el gobierno; temas como detenciones arbitrarias, tortura, sacada ilegal de los detenidos, el sobrevuelo no autorizado por encima de varios países, la entrada ilegal de capturados y el ingreso a cárceles clandestinas violando soberanías nacionales, derechos fundamentales y normas supranacionales, etc., obligan a una estrategia para impedir la acción de la justicia: meter a los prisioneros en cárceles secretas ("blacksites") de países cómplices o sometidos en casi todos los continentes, en barcos situados en aguas internacionales o, sencillamente, al limbo jurídico de Guantánamo.

Allí pueden torturar a placer y violar todos los derechos que por fuera exigen respetar sin que la justicia estadounidense lo sepa, o si lo sabe, que no tenga jurisdicción. Las denuncias al respecto fueron muchas sin que el gobierno norteamericano hiciera nada por proteger los derechos de los desdichados; más aún, muchos lo consideran copartícipe y facilitador de tales infamias.

Pero en Estados Unidos también hay personas y organizaciones dispuestas a denunciar las atrocidades del gobierno y sus agentes. Después de trece años, el Senado de ese país revela un demoledor informe referente a las torturas de la CIA a los presos "sospechosos de pertenecer a Al Qaeda"; 525 páginas que no alcanzan a revelar la magnitud de las atrocidades cometidas durante las "técnicas reforzadas de interrogatorio", léase torturas brutales para intentar sacar información inexistente en muchos casos. Incluso, reconocen la poca eficacia de los sanguinarios métodos. Ante el requerimiento, hace unos años, del Departamento de Justicia, la CIA entregó información falsa y sesgada para evitar la acción de las autoridades. Sin embargo, a pesar de la ola de rechazo a la brutalidad de la CIA, los republicanos han cuestionado la divulgación del informe.

La CIA tiene una escalofriante saga de torturas: Gordon Thomas en su libro "Las torturas mentales de la CIA" narra las transgresiones a la dignidad humana con la ayuda de siquiatras. Peter Watson, con su libro "Guerra, persona y destrucción" ya había puesto al descubierto barbaridades peores. Según William Buckley, "muchas veces no existe la menor diferencia en el modo en que los gobiernos legítimos o las organizaciones terroristas utilizan a los médicos para conseguir sus propósitos.

"Si bien la tortura no es ni ha sido exclusividad de la CIA (la han practicado tanto soviéticos, chinos, coreanos, árabes o cubanos como las dictaduras militares latinoamericanas y regímenes derechistas), es inconcebible que actualmente persista una práctica inhumana, ineficaz y prohibida desde Núremberg: y lo es más cuando quienes ayer condenaron a los nazis, hoy acuden a peores atrocidades. Thomas Jefferson consagró los derechos humanos en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y Eleanor Roosevelt promovió la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Pero los republicanos, en cabeza de los Bush, han pisoteado la civilidad a su antojo ante la pasividad de los demócratas de Obama, que muy poco han hecho por restaurar los valores sociales. Entonces, ¿debemos aceptar que la barbarie premoderna prevalezca hipócrita, o preferimos avanzar hacia sociedades respetuosas y tolerantes. ¿Quién tiene autoridad moral para lanzar la primera piedra?