Movilidad urbana: un derecho social

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Escrito por:

Hernando Pacific Gnecco

Hernando Pacific Gnecco

Columna: Coloquios y Apostillas

e-mail: hernando_pacific@hotmail.com



La educación debería ser la prioridad del Estado colombiano por encima de todo. Es el eje transversal mediante el cual se construye un sociedad: basta dirigir la mirada a países educados, donde los indicadores demuestran desarrollo social, y confrontar esa visión con la de nuestras caóticas naciones tropicales: mundos dispares y opuestos.

Tomo al azar un ejemplo de nación educada: Finlandia, país que, con mínima accidentalidad, combina distintas opciones de transporte (bicicleta, autobuses, carros compartidos, tranvía, metro), apuntándoles a las soluciones inteligentes para mejorar el tráfico y minimizar la accidentalidad. Se trata de optimizar las formas de transporte diferentes al carro particular, aumentando la cuota de transporte público, mediante la sensibilización social y la pedagogía, o sea, educación (siempre educación).

Japón se referencia en otros países para sincronizar ciclo rutas con la movilidad vehicular y la peatonalización delos espacios públicos, tal como ocurre en buena parte de Europa. La idea en las grandes ciudades (por cierto, todas tienen metro, incluyendo las de América Latina) es integrar el transporte público de superficie con los trenes metropolitanos y conectarse con los trenes de cercanías. Compare usted ahora con lo que ocurre en su ciudad y haga cuentas.

Si la movilidad es un derecho social, es deber del estado garantizarlo, estableciendo condiciones de aptitud y equidad para los ciudadanos. Pero la "democratización" del automóvil particular y el estatus que a muchos les concede ha llevado a una superpoblación de tales vehículos en calles y carreteras, en detrimento del transporte colectivo. Se calcula que en una ciudad como Bogotá los autos ocupan un 80% de la superficie vial con cerca de un 10% de las personas que se movilizan (casi un 70% de coches en horas pico solo transportan al conductor). Se justifican, con mucha razón, en que el transporte masivo es caótico.

El famoso Transmilenio solo tiene 112 kilómetros construidos en vez de los 350 que deberían estarlos, los buses pasan repletos mientras un 30% de ellos pasan vacíos ("en tránsito"); en gran parte de los trayectos las losas de los carriles exclusivos por donde se mueven están en mal estado con potencial riesgo de accidentes, y la inseguridad dentro del sistema es un hecho visible.

Mientras los buses tradicionales, muchos en deplorable estado, circulan llenos y paran en cualquier lado, los del Sitp no se colman a pesar de tener mejores características, en buena parte por la indisciplina ciudadana para comprar un tarjeta, colocar allí dinero móvil y esperar en los paraderos (nuevamente, la falta de educación). Agregue ahora la insuficiente y deteriorada malla vial, las erradas soluciones y la soberbia de algunos funcionarios de corta visión urbana, entre otros factores. Esto, desde luego, no es exclusivo de la capital; son males repetidos en toda nuestra geografía.

Hay alternativas como la bicicleta, las motos (plaga urbana gracias a muchos de sus conductores), y los taxis. Este servicio, que mejoró sustancialmente durante las alcaldías de Mockus y se malogró por falta de seguimiento en las acciones de cultura ciudadana aplicada al servicio público, es hoy una extraña mezcolanza entre conductores responsables y decentes con otros, verdaderos atarvanes y clavijeros, infractores desenfrenados y potenciales homicidas(otra vez, la falta de educación).

Las autoridades policiales poco ejercen la prevención y muchos prefieren el "platilleo", especialmente por estas fechas. Cuando apareció Uber (después declarado ilegal por la presión del gremio transportador), muchas personas migraron a ese servicio, más costoso pero sin los problemas de los amarillos -algunos vehículos en pésimo estado, malolientes y sucios-, sin irrespeto hacia el pasajero -reggetón a todo volumen, conversaciones por celular mientras conducen, escogencia del marrano según la pinta, la conveniencia y la trayectoria del taxista, etc.-; el consabido chantaje a la ciudadanía obró eficazmente. Obviamente, algunos conductores irresponsables que en calles y carreteras causan más muertos que el conflicto interno, con la complacencia de ciertos jueces que los consideran inofensivos.

Soluciones hay y muchas, de bajo costo y de aplicación inmediata: lo primero es que los agentes de tránsito ejerzan sin la presión de cuotas de comparendos ni las opción de algunos de recaudar dinero, centrándose en la prevención de infracciones; el tránsito de vehículos pesados con cargue y descargue en determinados horarios y nunca sobre las vías principales; las campañas pedagógicas a conductores y peatones en los medios masivos; mejor señalización urbana, y muchas otras.

A mediano plazo, la recuperación, ampliación y mejoramiento coherente de la malla vial; construcción de las rutas pendientes de Transmilenio y desarrollo del Sitp, mejoramiento de la seguridad y comodidad, etc., para poder incentivar el uso del transporte masivo y de bicicletas, campañas para compartir carros, etc. Y a largo plazo, el metro. Naturalmente, se requiere la educación para formar ciudadanos de bien desde la tierna infancia. En cierto modo, es aplicar lo que ya está inventado y funciona bien en otras partes. ¿Quién ganará esta batalla? ¿La civilidad, los incompetentes o los traficantes del caos?