La caída del muro de Berlín

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Gustavo Hernández López

Gustavo Hernández López

Columna: Opinión

e-mail: gusherlo@hotmail.com



Nadie olvida las imágenes que pasaron por televisión hace cinco lustros, con motivo del derrumbe inesperado pero progresivo del muro de Berlín. Ese 9 de noviembre de 1989 es un hecho histórico de los más importantes que se han sucedido en el siglo XX. Con este episodio se extinguió la guerra fría entre el comunismo y el capitalismo y se inició gradualmente el desplome del sistema comunista imperante en Europa.
Un pueblo sojuzgado hizo ver que estaba enardecido, toda vez que había un sometimiento a un gobierno arbitrario, autoritario y dictatorial. Expresaba su júbilo y al mismo tiempo su deseo de libertad, la cual había perdido durante 28 años, lapso durante el cual le había tocado estar bajo el comunismo soviético. Estuvieron en ese proceso separadamente unidos de hermanos, familiares y amigos.
Escenas de ímpetu avasallador que salían del fondo del alma de los alemanes del este, que ahora sí observaban que era cierto y verídico su anhelo de ser libres y que ninguna autoridad los podía detener en ese anhelo de libertad. Se estaba cristalizando un sentir general, un palpitar de corazones unidos en torno de querer ser, de manifestar en forma abierta y pública no más a los atropellos, no más a las injusticias, no más a las restricciones aún las más elementales de expresión, comida y de locomoción de personas.
Esas caras de tristeza, depresión, dolor e infelicidad de los alemanes orientales, mientras tenían la bota rusa encima, contrastaba con la alegría, el optimismo y la libertad que se reflejaba en la Alemania del Oeste.
Berlín occidental con alumbrado de tecnología de punta, los avisos luminosos, las grandes avenidas, un metro que funcionaba desde ese entonces a las mil maravillas pues funciona desde 1902, los tranvías funcionales y rápidos, los finos y grandes restaurantes, los automóviles último modelo recorriendo sus calles, los taxis relucientes y cómodos, con un servicio público de buses óptimo, los teatros repletos para deleitarse de los mejores espectáculos, las mejores salas de cine, en fin el progreso al alcance de la mano, de una ciudad pujante y por consiguiente con unos habitantes que dejaban translucir su satisfacción y ganas de vivir.
Al otro lado del muro que los separaba de sus hermanos de la República Federal Alemana se encontraban los de la mal llamada República Democrática, que de democracia no era sino el nombre. Una ciudad apagada u oscura, por cuanto la mayoría de los bombillos de los postes de luz no funcionaban, sin vida nocturna, cuyos vehículos tanto taxis como los particulares eran unos automotores del año del ruido.
No había movimiento vehicular sino de los carros y camionetas vetustas de los militares y de la policía. No se podía cenar sino en los hoteles y en contados restaurantes que tan solo atendían máximo hasta las nueve de la noche. Estas actividades de gourmet solamente las disfrutaban los pocos visitantes turistas, pues el vulgo no tenía acceso a ellas. Esa era la tétrica circunstancia que vivían los berlineses orientales. Obviamente todo ello se daba en el ánimo apesadumbrado de sus moradores.
Berlín quedó dividido en cuatro sectores de ocupación: Los soviéticos de un lado y del otro lado los estadounidenses, los ingleses y los franceses. Las relaciones entre los aliados y la URSS diariamente se tensionaban y deterioraban, hasta el punto de que se crearon las dos repúblicas alemanas, esto es dos sistemas o ideales políticos. La parte occidental aliada se denominó República Federal de Alemania y la parte Oriental soviética República Democrática Alemana.
Berlín se dividió, creándose dos zonas en la ciudad. La dificultad económica de los soviéticos y la floreciente Berlín a la cual hemos aludido, generó que cerca de 3 millones de alemanes orientales se introdujeran al capitalismo pasándose a Berlín occidental. Ante ese éxodo migratorio los alemanes orientales o mejor aún los soviéticos decidieron levantar el muro, eso tuvo lugar en agosto de 1961. De esa manera cerraron 69 puntos con un control estricto y permanente y dejaron abiertos solo 12. Simultáneamente empezaron a instalar las alambradas provisionales que cubrieron 155 kilómetros. Se interrumpió el movimiento vehicular. Se inició la construcción en ladrillos. Luego se convirtió en una pared de hormigón entre 3 y 4 metros de altura.
Se estableció la "franja de la muerte" un tramo en que había minas, cercas de alambre de púas, foso y naturalmente el murallón y un camino custodiado con torres de vigilancia y patrullas militares con perros durante las 24 horas. Pasar ese sector era una ruleta rusa, sin embargo lo atravesaron en planeadores, globos y vehículos blindados. Algunos soldados desertaron saltando el paredón y salvándose así de la opresión.
Hoy por hoy con ocasión de otro aniversario de esta fecha, el líder soviético Gorbachov, quien puso un grano de arena significativo en este desmoronamiento físico y en la apertura democrática del régimen marxista, ha dicho: "que vislumbra el peligro de otra guerra fría en el horizonte". Según él ya se está afectando la paz en el mundo, dado que los acontecimientos del Medio Oriente, el terrorismo islámico, los problemas de Ucrania y la posición de Putin frente a ellos, dan origen a este vaticinio.